Hace una década, la frase “activos de nivel tres” hacía respingar a los banqueros. En ese entonces se refería a una categoría contable de valores tan difíciles de determinar con medidas por ajuste de mercado, que los banqueros permitieron que se crearan sus propias valoraciones.
Nadie se preocupó por esta singularidad cuando los tiempos eran buenos. Pero en el momento en que estalló la crisis del crédito, los inversionistas notaron que las valoraciones de esos molestos activos de nivel tres, que incluían productos como obligaciones de deuda garantizada, podrían variar mucho y hasta ser malos. La confianza se derrumbó, y con ella, los precios de las acciones de los bancos.
Parte de esa opacidad y ansiedad se redujo desde entonces en los bancos de EU, al menos en relación con los artículos como los títulos hipotecarios. Pero un pequeño eco del “problema de nivel tres” apareció, esta vez en el mundo de la energía. La Comisión de Bolsa y Valores de EU (SEC, por sus siglas en inglés) investiga si ExxonMobil valoró de forma adecuada artículos como reservas de energía sin explotar en su contabilidad corporativa.
En una investigación independiente del informe de Exxon que Eric Schneiderman, el fiscal general del estado de Nueva York, puso en marcha este año, se establece lo mismo.
Si bien los reguladores mantienen la boca cerrada respecto de los detalles de esta investigación, se entiende que se centran en al menos dos cuestiones: la primera, si Exxon ajustó sus libros para reflejar la caída de 60% de los precios del petróleo en los últimos dos años, y la segunda, si revaloró sus activos para reflejar el impacto actual y futuro en el debate del cambio climático.
En particular, los reguladores quieren saber si hicieron las amortizaciones para reconocer el hecho de que el activismo ambiental puede reducir la demanda de los combustibles fósiles e imponer costosas nuevas regulaciones.
Como era de esperar, Exxon niega cualquier mala práctica. Insiste que “cumplen con la solicitud de información de la SEC y que los informes financieros cumplen los requisitos”.
De hecho, algunos de los ejecutivos de energía culpan de toda la saga a políticas sucias. Sobre todo, el rumor que circula de que Schneiderman utiliza a Exxon para hacer ruido en la política demócrata, y la empresa es blanco fácil porque tomó una postura agresiva sobre el cambio climático.
Lo que hace fascinante esta saga es que expone un talón de Aquiles de contabilidad. Incluso cuando los precios son estables, es difícil medir el valor real de las reservas futuras. Pero, cuando se trata de calcular el costo de las futuras regulaciones sobre el cambio climático, la tarea es doblemente difícil.
Como se mostró en el debate de la ONU, las luchas políticas son complejas; de hecho, en comparación, la medición de activos de nivel tres de los bancos parece simple.
Algunas compañías tratan de hacer frente a la incertidumbre al factorizar un “precio del carbono” putativo en sus cálculos de inversión, para mostrar el costo futuro de cumplir con las regulaciones como el impuesto sobre el carbono.
Shell y BP incluso dan a conocer a los accionistas este número que se estima en alrededor de 40 dólares por tonelada métrica. Exxon tiene sus propias estimaciones (alrededor de 80 dólares) pero dio a conocer menos datos, en parte porque argumenta, con algo de validez, que esas estimaciones sobre el precio del carbono son demasiado vagas.
En cualquier caso, el sistema de Principios de Contabilidad Generalmente Aceptados de EU que utiliza Exxon tiene estándares de evaluación más flexibles que las Normas Internacionales de Información Financiera.
Esta incertidumbre puede actuar a favor de Exxon: sería difícil para los fiscales demostrar que alguien evaluó con inexactitud deliberada los activos. Pero también puede significar que los reguladores encuentren numerosos blancos para atacar, justo como lo hicieron con los bancos. Lo único que queda claro es que las investigaciones y la incertidumbre pueden durar mucho tiempo. Algunas empresas tratan de sacar ventaja.
En octubre pasado, Royal Dutch Shell registró una depreciación de 8,200 millones de dólares (mdd) de sus activos. Chevron registró cargos de degradación de casi 5,000 mdd en los últimos dos años.
Lo que se necesita ahora es un paso mucho más grande, uno que los bancos nunca dieron. Los ejecutivos tienen que iniciar un debate en la industria sobre cómo medir y reportar las consecuencias financieras del cambio climático de una forma armonizada y clara. Esto debe incluir a los reguladores, los auditores y los accionistas, junto con los directivos de alto nivel.
No será fácil. Tal vez nunca ofrezca los niveles de claridad que los accionistas y los activistas del cambio climático quieren. Pero ser reactivo y estar a la defensiva no es una estrategia eficaz, como demuestra la historia de los bancos en la última década. Exxon y las otras empresas de energía tienen que ver la historia de los activos de nivel tres, y actuar.