Esta semana, mientras los gobiernos occidentales se planteaban el envío de aviones a Ucrania, Kiev se embarcó en una novedosa medida de financiamiento: lanzó el sitio web #buymeafighterjet para convocar a los megarricos del mundo a hacer donaciones para aviones.
Alguna vez esto pudo haber parecido ridículamente extraño. Pero en la actualidad ya no parece tan raro. No importa que los acontecimientos en Ucrania muestren que vivimos en un mundo en el que son las redes, y no las instituciones, las que ejercen el poder; en la actualidad, los ultra ricos ejercen cada vez más riqueza y poder, y algunos controlan presupuestos comparables a los de países pequeños.
Y aunque no está claro si #buymeafighterjet conseguirá los aviones, el simbolismo es digno de mención. Destaca una tendencia que merece mucha más atención por parte de economistas y politólogos, y en ámbitos que no tienen nada que ver con la guerra.
Consideremos un contexto radicalmente diferente: el informe de las Perspectivas de la Economía Mundial del Fondo Monetario Internacional de esta semana. El mensaje que más llamó la atención es que el mundo se enfrenta a una creciente inflación, un alto nivel de deuda y al estancamiento del crecimiento, es decir, a la estanflación, aunque el FMI minimiza discretamente este término.
Pero en la página 62 del informe había también un pequeño e intrigante comentario sobre el “exceso de ahorro de los ricos”. Hace una década, el concepto de “exceso de ahorro” era algo que se solía discutir en relación con China. Cuando las tasas de interés del mercado se desplomaron a principios del siglo XXI, los economistas argumentaron que se reprimían las tasas porque los países de los mercados emergentes estaban reciclando sus enormes ingresos de exportación en el sistema financiero.
O, como escribió Ben Bernanke, expresidente de la Reserva Federal de EU, en 2015: “Un exceso global de ahorro deseado sobre la inversión deseada, que emana en gran parte de China y otros mercados emergentes de Asia y productores de petróleo como Arabia Saudita”, creó un “exceso de ahorro global”.
Pero, esta semana, el FMI puso de relieve otro problema que contribuyó a eso, y que ha pasado desapercibido: los ultrarricos. Señaló que “el aumento sustancial del ahorro en la parte superior de la distribución de los ingresos en Estados Unidos durante las últimas cuatro décadas...coincidió con el aumento del endeudamiento de los hogares, concentrado en los hogares de menores ingresos, y el aumento de la desigualdad de ingresos”.
Y aunque los economistas solían ver esto a través de una lente estadunidense, “el fenómeno tal vez no se limite a Estados Unidos”, señala el Fondo. Parece que es global. Y como los ricos no pueden gastar toda su riqueza —a diferencia de los pobres, que suelen hacerlo— este exceso de ahorro casi con toda seguridad contribuyó “al descenso secular de la tasa de interés natural”.
Además, aunque el FMI le resta importancia, las acciones de los bancos centrales occidentales empeoraron el patrón. Los años de expansión cuantitativa aumentaron el valor de los activos en manos de los ricos, ampliando así la desigualdad, y con ella el exceso de ahorro de los ricos.
¿En qué medida esto afectó a las tasas de interés? En realidad, nadie lo sabe, entre otras cosas porque la información sobre este oscuro mundo de la ultrarriqueza es escasa. O, como señala el World Inequality Laboratory (Laboratorio Mundial de la Desigualdad) en su informe de 2022: “Vivimos en un mundo en el que abundan los datos y, sin embargo, carecemos de información básica sobre la desigualdad”.
Además, los banqueros centrales de Occidente tienen pocos incentivos para estudiar estas cuestiones de una manera demasiado pública, ya que muchos se sienten avergonzados en privado de que la expansión cuantitativa empeoró la desigualdad.
Pero una señal de la tendencia puede encontrarse en el informe del Índice de Desigualdad de Riqueza de 2022: no solamente el uno por ciento más rico del mundo aparentemente se llevó el 38 por ciento de todas las ganancias de riqueza desde mediados de la década de 1990, sino que también la parte privada de la riqueza nacional se disparó, mientras que la riqueza pública se redujo.
Otra pista notable emana de los informes recopilados por los consultores de Campden, expertos en el ecosistema de las oficinas familiares. En 2019, calcularon que había 7 mil 300 oficinas familiares en el mundo, que controlaban fondos por valor de 6 billones de dólares, lo que supone un aumento de 38 por ciento con respecto a 2017. Entre 2020 y 2021, durante la última oleada de expansión cuantitativa, los fondos administrados aumentaron en un promedio 61 por ciento.
Es posible que esta tendencia en la desigualdad se desacelere si la expansión cuantitativa —y con ella la inflación de activos— llega a su fin en 2022 y más adelante. O tal vez no: como señala también el informe del FMI, un mundo con riesgos de estanflación y de aumentos de las tasas de interés perjudicará mucho más a los pobres endeudados que a los ricos.
En cualquier caso, el patrón merece un debate mucho más amplio entre economistas y politólogos. Necesitamos saber, por ejemplo, si los fondos ultra ricos intervendrán en la compra de activos como los bonos del Tesoro cuando los bancos centrales reduzcan la expansión cuantitativa.
Por ello #buymeafighterjet es un pequeño símbolo de un mundo cada vez más interconectado pero desigual. Ignoramos esto por nuestra cuenta y riesgo.