La candidata debe considerar a la franqueza como aliada y no como enemiga. La mayoría de las personas son propensas al agotamiento ocasional. La neumonía también es un padecimiento común. Pero si compites por el cargo más poderoso del mundo, una tarea que exige la energía de un corredor de maratón, los electores tienen derecho a ver tu historial de salud.
El resumen médico de dos páginas de Hillary Clinton contiene más detalles que el párrafo que publicó el médico de Donald Trump. Pero apenas roza la superficie de una apertura razonable.
Después de que la captaron en video cayéndose de agotamiento en Nueva York, la condición física de Clinton de repente está en el centro de la campaña presidencial. Varias horas después le diagnosticaron neumonía.
Clinton puede tener una buena condición física general, como dijo su médico. Pero debe eliminar su poco saludable instinto de privacidad.
La tendencia de Clinton a ocultar información está muy arraigada. Su último problema de salud es un buen ejemplo de lo contraproducente que puede ser. Cuando todavía era secretaria de Estado en 2012, se cayó y sufrió de una contusión que la retiró de su agenda durante semanas.
En ese y otros casos, su deseo de privacidad es comprensible. Sin embargo, cuando la campaña pasa de ser un maratón a ser un sprint final, cualquier secreto es imprudente. Corre el riesgo de darle crédito a los rumores tóxicos y deshonestos de los enemigos de Clinton, que van desde Alzheimer hasta cáncer.
El precio pudo ser mucho menor si hubiera revelado, ese mismo día, que tenía neumonía. Ahora cada estornudo se analizará minuciosamente en busca de señales de algo peor.
Sin embargo, estos errores no deben provocar que los electores pierdan de vista las fallas mucho más graves de Trump. Hasta el momento, todo lo que su médico dio a conocer es una afirmación ridícula de que es la “persona más saludable que podrían elegir para la presidencia”.
Como un hombre de 70 años al que le gusta la comida chatarra, Trump debe publicar su historial médico completo. A diferencia de Clinton, no dio a conocer sus declaraciones de impuestos, que erróneamente dice que no va a dar a conocer hasta que el Servicio de Impuestos Internos termine una auditoría de sus finanzas.
Si se tienen en cuenta los acuerdos de Trump con Rusia y su admiración por Vladimir Putin, el público estadounidense tiene el derecho a conocer sobre posibles conflictos de interés. También debe saber si paga los impuestos que debe y hace honor a la generosidad filantrópica que anuncia tan frecuentemente.
Estos son sorprendentes vacíos en lo que conocemos sobre una persona que nunca ha ocupado un cargo, y la campaña de Clinton hace bien en presentar quejas. Pero aquí radica el problema. Hasta que Clinton abrace la transparencia, y todos consideren que lo hace, sufrirá para avergonzar a Trump y lograr que la atención pase a sus defectos.
Aunque para sus partidarios es difícil de digerir, los índices de confianza de Clinton son poco más altos que los de Trump. La mayoría del público considera que ambos candidatos son deshonestos.
Lo que sabemos de Clinton sugiere que en vez de hablar esperará a que cambie la atención. Eso hizo cuando se supo que usó un servidor privado de correo electrónico cuando fue secretaria de Estado. Fue contraproducente.
El precio es más alto cuando no hay una apertura temprana. ¿Aprenderá la lección? El resultado de esta elección podría depender de eso.