El Santos de Brasil es una fábrica de futbolistas, de sus filas han salido jugadores que han marcado la historia del futbol, uno de ellos nada menos que Pelé, el histórico delantero de la Canarinha que se ha ganado un lugar en el altar de los dioses de este deporte. El 7 de marzo de 2009 el equipo peixe vio estrenarse a otro jugador que pronto llamó la atención por su estilo de juego, poseedor de un talento nato y la magia que suele acompañar a los futbolistas brasileños, su nombre: Neymar da Silva Santos Júnior.
¿Neymar es magia?, sí; ¿es talento?, sí; ¿es un jugador diferente?, sí; ¿es un jugador que cautiva?, sí. ¿Se ha convertido en un punto de referencia mundial? No. Una cosa es que Neymar sea un futbolista reconocido en todo el mundo y una muy diferente que se haya convertido en ese periscopio por el que tanto ha suspirado el país más ganador de las Copas del Mundo.
Es cierto que Neymar ha tenido pasajes brillantes, que ha regalado jornadas de antología, que cuando está en el campo puede ofrecer momentos de inspiración que generan el reconocimiento de los aficionados. De Brasil se mudó a Barcelona a 2013, llevaba una Copa Libertadores bajo el brazo y se instalaba en la casa de un tal Lionel Messi, que por aquellos años era el mejor jugador del mundo.
Junto a Messi formó un ataque que causó terror a sus rivales, aprendía del mejor del mundo y se pensaba en todo el mundo que podría ser su heredero, se veía una evolución en su juego, pero le faltaba la madurez emocional. Se le hizo fama de teatrero, porque su personalidad también tenía esa parte de ser un futbolista que fingía en el campo y provocaba desde su talento.
En el Mundial de 2014, jugando en casa, todo el pueblo depositó en él su fe para ser quien los llevara a conquistar la gloria, pero una lesión en la espalda baja lo deja fuera de las semifinales. No estuvo en la cancha en ese bochornoso 7-1 a favor de Alemania. Y a fuerza de ser honestos tampoco hubiera cambiado la historia.
Con el Barça ganó un triplete, pero con Brasil no trascendía, hasta que alzó la medalla de oro en Juegos Olímpicos, esa presea que tanto se le resistió a Brasil y que incluso perdió con México en Londres 2012, ahora sí colgaba de su cuello. Esa fue la primera gran fiesta del atacante, que se fue de Cataluña en agosto de 2017 al convertirse en el fichaje más caro de la historia: 222 millones de euros valía su talento.
Se fue para no esperar la jubilación de Messi y él mismo se exilió en una Ligue 1 que está lejos de la élite europea, en lugar de evolucionar involucionó, para entonces ya tenía la fama de fiestero, sobre todo el 11 de marzo, fecha de cumpleaños de su hermana Rafaella, la fiesta a la que no faltaba y en la que siempre estaba presente, pero en el teatro del futbol europeo no comparecía, fue a la Ciudad de la Luz a ganar la Champions y a esa fiesta no ha llegado.
Cuando se esperaba que mostrará la madurez que le deja Europa, tampoco pudo bailar y derrochar talento en Rusia, otra vez era una estrella fugaz y no un eclipse. Y en París, lejos de convertirse en una figura de talla mundial, no ha podido hacerlo, por más talento que tenga a su alrededor en su club y en la selección, Neymar no ha sido el protagonista que se creía, es más bien un actor de reparto. Veremos qué papel asume en Qatar.
AGB