Un espeso humo inunda las calles de piedra del pueblo español de San Bartolomé de Pinares, donde resuena el galope de caballos acercándose a una hoguera viva: todo está listo para que empiece el ancestral y misterioso ritual de Las Luminarias.
Repentinamente, un caballo y su jinete aparecen a través de las llamas y la humareda, seguidos por otros 130 caballos montados tanto por jóvenes como mayores, parejas o padres con hijos, en una ceremonia única en España, según los historiadores.
La festividad anual en esta pequeña población entre montañas nevadas cerca de Madrid, podría tener su origen en un ritual pagano practicado por los celtas que vivieron en esta área de Castilla y León alrededor del año 1000 a.C., estima Salvador Sáez, un maestro jubilado de 64 años, estudioso de la ceremonia.
La creencia era que el fuego, gran purificador, protegía a los animales de las enfermedades y proveía fertilidad a los jinetes.
El ritual pudo haber sido "cristianizado" posteriormente por la Iglesia Católica, estima Sáez.
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Pero en realidad no hay documentos escritos que lo prueben y lo que es seguro es que los habitantes del lugar se han dedicado a replicar por siglos el mismo ritual.
"Esta pregunta (del origen) la hemos formulado todos nosotros, a nuestros padres, a nuestros abuelos, y la respuesta siempre es la misma: 'desde siempre'", explica Sáez y agrega: "Nadie ha sabido dar una respuesta concreta".
Fiesta renovada
Cada 16 de enero por la noche el pueblo de 600 habitantes se llena de humo por las hogueras que encienden sus habitantes en las calles, brindando calor a los espectadores, aunque también obligándolos a cubrir sus bocas y narices.
Los jinetes comienzan a congregarse a las nueve de la noche y salen en procesión, compartiendo vino, para ir atravesando las hogueras una a una. Liderando la comparsa marchan dos músicos, que tocan el tambor y la dulzaina, una especie de oboe.
El momento más espectacular ocurre al final, cuando en la Calle de la Virgen los caballos desafían el fuego y rozan, y a veces hasta golpean, a los espectadores apretujados para no perderse detalle.
Con la ceremonia de los caballos finalizada, los residentes del pueblo utilizan las brasas para asar carne y luego se entregan a la fiesta durante la noche.
Al día siguiente, las fogatas son encendidas nuevamente para volver a sumergir las calles en humo, en honor de San Antón, el protector de los animales.
ESS