A los desesperados gritos de Amelita (¡¡¡ayuda, por piedad: ayudaaa!!!) acudieron los vecinos sin dilación. Los que solo asomaron, de inmediato supieron que a Severiano —su marido— un infarto le aquejaba. La mañana era joven y la calle se vio invadida por madres con escolapios que iban rumbo al kínder, o empijamadas con la bolsa del pan en mano; el del gas daba su versión, y el de los tamales hizo su agosto. Por el balcón de Amelita se vio la figura de Snoopy el Zopilote capitalizando miradas y preguntas, mientras los patrulleros ingresaban a la vivienda y tomaban nota. El barullo fue acallado por la sirena de la ambulancia.
—Saturnino está muy sentadito en un sillón...
—Pero qué sustazo le pegó a la pobre de Amelita, gritaba como condenada de los infiernos.
—Yo pensé lo peor, que los estaban matando a machetazos, ya ve: en estos tiempos ni a los ancianos respetan los rateros...
—Ay, alguno de sus hijos debería vivir con ellos, están muy expuestos los señores.
Amelita salió detrás de los camilleros y subió a la ambulancia; uno de sus hijos maniobró en el garaje y con dos vecinos dentro del auto siguieron a la ambulancia. Toñita, vecina de de las confianzas de Saturnio y Amelia, se encargó de cerrar la casa. Snoopy el Zopilote seguía en el balcón, hasta que a una orden de Malena, su madre, desapareció del balcón... y del barrio durante varios días, porque pronto se corrió la voz:
—¿Supo que esculcó la casa a Amelita, mientras todos andábamos apurados con Nino? Eso es tener poca abuela, qué cabrón.
—Lo bueno es que no entraron Manuelito y el Cuñao: entre los tres se llevan hasta el hueco de las ventanas: ladrones sinvergüenzas...
—Al Cuñao lo vi ahí, y luego andaba muy gastaloncito en el mercado.
—¿Pero paso a creer? Tantos que estuvimos ai y ni cuenta nos dimos a qué hora arrearon con todo: cubiertos, celulares, la computadora portátil, la cámara de fotos y la de video...
—Ay, si el Cuñao hasta a los de su casa roba, ¿no el año pasado el Mento lo halló saliendo por una ventana de su tienda? Era pa' que lo encarcelara , pero crioque se detuvo por la hermana La Infeliz, casada con el Cuñao, aunque dicen que ella también salió mucho muy uñas largas...
—Pobre Amelita: con la pena del marido enfermo y el coraje de las cosas perdidas. Aprovecharon el desorden para servirse a su gusto. Pero yo creo que entre vecinos hay que cuidarnos...
—Cuidarnos, pero de Snoopy el Zopilote, del Manuelito, el Cuñao y por si las dudas, hasta de La Infeliz, aunque el Mento diga que responde por ella, ¿no la otra vez con el otro hermano se gritaron hasta lo que no, porque los hijos y La Infeliz y el Cuñao estaban en su casa, quesque porque olía a gas, y luego resultó que le faltaban cosas de su propiedad ¡del hermano de ella! Si entre familia se roba, imagínate si van a respetar al vecindario...
—¡Mira nomás!, y La Infeliz que se da de muy decentita. Caras vemos...
—Snoopy el Zopilote es peor. Mi viejo cada que lo ve venir le saca la vuelta, porque algo robado le va a ofrecer. No hace mucho traía un Cristo dizque de oro y se encabronó porque mi Celes no lo agarró: "Ándele —decía: deme 50 varitos y mañana se los doy, pa' comprarle unas medecinas a la Jefa; mañana me pagan una lana y le devuelvo lo suyo, el Cristo es de puro oro, y la cadenita de oro blanco". Mi Celes le dijo "vete a la verga, ha de ser robado", y el maldito Zopilote se hizo el ofendido.
—Rata que no fuera el desgraciado. ¡Quesque medecinas pa' la mamá! La pobre Malenita ya no puede con su alma, la diabetes la tiene dormida todo el día, ya ni ve pero se da fuerza para ir al mercado, ¿para qué? El año pasado el precio del jitomate se fue a las nubes: 40, 50 pesos; Malenita regresó del mercado, se acostó y el vicioso del Snoopy a los cinco minutos ya tocaba mi puerta: "Mire, traía esto para mi mamá pero se me puso mala, necesita su medecina; es un kilo de jitomate, deme 20 pesos, le dura para toda la semana". Ai me tienes de pendeja, le di 30 y al rato el Buitre ya estaba en la azotea quemando su cigarrote: acá me llegaba el olor a petate.
—¡Ni me diga, que me entra la muina! Dicen que el desgraciado hasta la mano le pone encima a Malenita. Quién sabe a qué hora se torció ese cabrón. Ya estuvo dos veces en la cárcel de Neza Bordo. Es un desgraciado. No me lo tome a mal, pero no hace mucho la acompañé al ginecólogo del Centro de Salud. La revisó y mientras Malenita se vestía me pregunto: "¿Qué edad tiene el esposo de su vecina, la golpea? Huy, no qué va: ya es finado el señor, y se llevaban bien... Es que la señora parece que apenas tuvo relaciones, y está lastimada". Me quedé con la bocota abierta. ¡Malenita y yo somos de la misma edad! Ya no estamos en edad para esas cosas... Pero el Snoopy duerme con ella.
—Ay, el difuntito don Mon. Y Male. Descuidaron a ese labregón del Snoopy; desde que dejó la secundaria se mete activo, cemento, piedra, yerba... El vecindario se nos echó a perder. Ai tiene a La Infeliz: nomás se murió la mamá, que era una santa, y la malhumorada escuincla sacó las garras con sus hermanos y hermanas. Luego se le empezaron a saber cosas al malviviente del marido Cuñao, flaco lambrijo ese, mosca muerta. Y los chamaquitos uñas largas, ¿cuándo se había visto esto en la colonia?
—Pues si desde el gobierno nos asaltan, y sale en la tele y no pasa nada. Y los capos se fugan, y no pasa nada. Y en el DF el gobierno hace transas y transas, y no pasa nada. Los chamacos ven que no hay futuro y prefieren la vida fácil. Y los no tan chamacos y viciosos: cuando el difuntito don Mon estaba tendido, al Snoopy casi cuarentón ni una lágrima por su papá le vi. Entraba y salía, nervioso. Lo vi salir con una bolsa llena de quién sabe qué. Y al rato ya estaba fumando su yerba y se reía como loquito. Fui a la tienda y Reyna me preguntó quién había muerto. "El difuntito es don Mon", le dije. Ay, condenado Snoopy, vino a venderme vasos de unicel y nada me dijo. ¡Vendió los vasos del velorio!
—Y luego, las puertas de la casa. Y ayer, la casa. Por eso vimos tantas patrullas por la mañana. El Danny fue al mercado, ya vende piedra. Pero se la acaba él. Lo andan buscando sus proveedores. Y yo creo que le entró miedo y para pagar fue con el malandrín del Chorro, el de las quecas. El otro ha de haber pensado: le doy una lana, apalabro a los polecías para que me acompañen a tomar posesión, me meto a la casa. ¡Saco a Melenita y a ver quién me saca!
—¡Pero a quién se le ocurre! Tan pendejos el Snoopy y el Chorro... Más el Chorro...
—Pues sí: el Moco, primo del Snoopy, tiene los papeles de la casa. Él sigue ahí de talabartero, como antes don Mon, don Juanito, Male, Soco la mamá del Moco, que la de buenas no los dejó entrar, aunque llevaran a la corruptota polecía... Si no, los echan a la calle. Ay, Snoopy: lo van a chingar: el Chorro querrá su lana, y a los que debe la piedra que quema en su azotea. Dios nos libre: de un momento a otro aparece descabezado. ¡Si para penas no gana una, Santo Cielo!
Escritor. Cronista de "Neza".