Cansados y acalorados, pero llenos de esperanza, un centenar de indocumentados recorre México en un Viacrucis del Migrante, para denunciar la violencia que padecen en su ruta hacia Estados Unidos y exigir un trato digno de las autoridades.
En su mayoría son centroamericanos con dolorosas historias, marcadas a menudo por un horror que les obligó a marchar con lo poco que tenían a cuestas.
María Iraeta es una salvadoreña de 45 años que salió del departamento de La Paz en 2014, luego de que los maras le pidieran 25 mil dólares a cambio de no matarla.
Campesina, con un huerto de maíz y fríjol con el que ganaba a la quincena unos 30 dólares, la cifra era estratosférica y no tuvo otro remedio que huir con su esposo y sus tres hijos.
“Lo dejé todo, mi casa, mi familia, mi padre, mi madre, mis hermanos. Hasta la fecha de hoy, ellos no saben si estoy viva o muerta”, relató la mujer, a quien unos pandilleros que la buscaban le asesinaron un primo.
Llegó a Tapachula, Chiapas, donde ha vivido durante tres años haciendo distintos trabajos, agradecida de vivir en paz.
Con las fuerzas recuperadas, y tras un desengaño amoroso, María forma hoy parte de esta caravana.
“Está siendo muy cansado, el sol a ratos es muy fuerte, y a veces encontramos agua, y otras no. Aguantando hambre, pero ahí vamos, echándole ganas”, explicó María sobre esta caminata que hace con su hija de 20 años, quien nació con hidrocefalia y va en silla de ruedas.
Uno de los organizadores de esta marcha, que realizarán a pie y en vehículo, es Cristóbal Sánchez, un defensor de los derechos humanos del Movimiento Cultura Migrante.
“Es Semana Santa y tratamos de emular la Pasión de Cristo. El sufrimiento que tuvo al ser crucificado. Y así visibilizar la violencia, los atropellos, las violaciones a derechos humanos, los secuestros y la represión policiaca”, indicó el activista.
Se calcula que más de 150 mil indocumentados cruzan cada año el territorio mexicano hacia Estados Unidos, en una travesía en la que se exponen a todo tipo de peligros por parte de bandas criminales y a abusos de autoridades corruptas.
El Viacrucis del Migrante empezó el pasado domingo, cuando un pequeño grupo de indocumentados cruzó el río Suchiate, que separa México y Guatemala, con una cruz y varias pancartas.
La caravana se divide en dos etapas. En una primera, se dirigirán hasta la capital para exigir un “tráfico libre y digno de las personas” que cruzan el país, así como el fin de la militarización de la frontera sur, explica.
En la segunda, un grupo de migrantes se dirigirá hasta la frontera con Estados Unidos y solicitarán refugio, alegando “emergencia humanitaria”, añadió Sánchez sobre esta caravana que cuenta con el apoyo de varias entidades y de activistas, como el sacerdote Alejandro Solalinde.
En su mayoría son hombres jóvenes, aunque también viajan alrededor de 25 mujeres y unos 15 niños, algunos de ellos menores de cinco años e incluso bebés.
“La salud psicológica de los migrantes es muy pobre ahora mismo. Padecen mucho estrés y requieren mucha ayuda”, cuenta el doctor Jeff Utter, un estadunidense de Kansas que acompaña la caravana y ofrece asistencia médica.
Utter, que estuvo en 2007 de misión en Irak como médico del ejército de Estados Unidos, considera que hoy, tras el arribo a la presidencia de Donald Trump, es “más importante que nunca” que sus conciudadanos muestren apoyo a gente de zonas más marginadas.
Iris Amador perdió a su marido y a uno de sus hijos a manos de pandilleros y, aterrada porque les pudiera pasar lo mismo a sus niñas más pequeñas, huyó hace dos meses de Honduras.
La mujer, a quien le fue rechazada una petición de asilo que le tramitó una abogada especializada, tiene un claro objetivo: Estados Unidos.