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  • Mi mamá es drag queen: madre e hija se reinventan y desafían la violencia en Cancún

  • Madre e hija escapan de la violencia en las periferias de Cancún y se reinventan en el escenario como drag queens. Encuentran en el escenario un refugio y un acto de amor radical.
El ‘drag’ no sólo ha servido para apoyarse, sino que las ha politizado y empoderado también.

DOMINGA.– La hija prepara a la madre. La maquilla sentada en la esquina de la cama y le pasa la lencería, un vestido hechizo y el perfume barato para que se los pruebe. Ensayan con el atuendo para cuando les toque dar show. La hija es una joven trans y una drag queen que trabaja en los bares nocturnos de Cancún, Quintana Roo, bajo el nombre espectáculo de Carlota Rostros.

Le traza con delicadeza rasgos exagerados en el rostro, las cejas elevadas, las sombras dramáticas. Y la madre se entrega, levanta la cabeza, cierra los párpados con total devoción. Es la persona más comprensiva, cariñosa y respetuosa con la identidad sexual y de género de su hija; tanto, que esta es su manera de demostrarle que estará siempre para apoyarla. Volverse drag queen es un acto radical de amor.

Madre e hija se apoyan en la preparación de sus shows
Madre e hija se apoyan en la preparación de sus shows. | Ricardo Hernández Ruíz
La aceptación de mi hija ha sido para mí una experiencia muy fuerte. Ha sido un proceso. Sin embargo, hay que respetar sus decisiones. Y para que ella se sienta segura, que no se sienta juzgada y sepa que admiro todo el trabajo que hace. ¡No manches!, demasiado trabajo, demasiado amor, demasiada pasión. Para reconocer y valorar, ahora me maquillo y bailo como ella dice.

La que habla es Rosaura Reyes Zacarías, de 42 años. Se presentó por primera vez en febrero pasado en un bar ‘cuir’ bajo el nombre de Rose, Rose Rostros. En esta casa no hay una, sino dos drag queens, dos mujeres hermosas y precarizadas en un ecosistema de centros nocturnos cada vez menos sostenibles para las dragas. Se enfrentan a pagos mínimos o, incluso, para algunas, inexistentes.

Esta es una historia de aceptación familiar en la periferia de Cancún poco común para una persona de la comunidad LGBT+. Y basta un pequeño ejemplo. En plena madrugada del Año Nuevo de 2024, mientras todos estaban aún festejando, personal policiaco atendió el siguiente reporte:

“Usuario menor de edad refiere que tiene 16 años. Pide apoyo. Busca un lugar en donde pueda quedarse. Refiere que no lo quieren en su casa por su orientación sexual. Viste con tenis negros, pantalón de color negro playera de color vino y blanco, se encuentra en el parque de la Supermanzana 259”, se lee en la ficha elaborada por el Grupo Especializado de Atención a la Violencia Familiar y de Género.

Hay historias peores, de castigos, maltratos y violencia intrafamiliar. En 2021 un joven gay fue golpeado, acuchillado y quemado al revelar que era VIH seropositivo. Y se registran, desde 2021, nueve asesinatos en Quintana Roo, según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio Contra Personas LGBT+.

A Rose, que suele estar atenta a las noticias, le aterra cada vez que su hija sale a trabajar. Acompañarla a los bares drag es también una forma de cuidarla, porque después del show pueden tener la certeza de que regresan, juntas, a casa.

La primera noche de una drag queen en el escenario

En su primera presentación, en el mítico Laser Hot Bar, un sitio arrabalero en pleno centro de Cancún, el primero donde se dio un show travesti en el Caribe mexicano, Rose Rostros eligió interpretar Mentira, de Kika Edgar. Iba con el vestido de novia con el que se casó con su ahora exesposo y, en la cumbre de la canción, lo destrozó. Era símbolo de protesta y un momento catártico para ella.

Rose y Carlota Rostros, drag queens y familia, se oponen a la violencia a través del su espectáculo.
Durante el maquillaje, Rose y Carlota comparten cómo se sienten, conviven, bromean. Ambas se han presentado en Laser Hot Bar | Ricardo Hernández

El drag no sólo le ha servido a Rose para darle apoyo a su hija, sino que la ha politizado y empoderado también. Lo explica:

–Para mí fue cerrar el ciclo de una vida que yo nunca me atreví a aceptar. Hoy en día muchas personas conocen como violencia la física, pero he aprendido y estoy reconociendo que se manifiesta en muchos tipos –explica–. Y es difícil para mí ver que viví 20 años sometida a muchos tipos de violencia, principalmente a la emocional y económica. Entonces, todo eso se me vino a la mente cuando estaba ahí cantando y me sentía bien porque yo decía: “ya aprendí a ver el valor que tengo, que yo tengo muchas capacidades, que no dependo de nadie”.

El Banco Nacional de Datos e Información sobre Casos de Violencia contra las Mujeres registra como tipos de violencia la física, la psicológica, la económica, la patrimonial y la sexual, entre las más frecuentes. El organismo tiene un historial de 2.2 millones de casos desde 2008. Y el estado de Quintana Roo figura el tercer lugar de las entidades con más mujeres violentadas del país en los últimos años.

Rose, en realidad, es originaria de Tabasco. Llegó a Cancún hace nueve años y hace ocho que se separó de su pareja, el papá de Carlota. Se casó porque así lo dictaban los usos y creencias de sus familias. Pero la suegra le escondía los papeles de identificación para que no saliera a trabajar y fuera una ama de casa. Pensaron que sólo si se mudaban podrían salvar el matrimonio, pero eso únicamente precipitó el divorcio.

Una vez en libertad, Rose pudo empezar a trabajar, ganar su propio dinero y elegir en qué gastarlo. Por ejemplo, en clases de baile zumba que toma desde hace un año, con las que ha ganado confianza y ha aprendido a querer más a su cuerpo, ese que su esposo tanto criticaba.

–Al principio me daba pena. Usaba playeras como que muy larguitas, porque mi cuerpo es llenito. Decía: “Soy gordita y no me siento a gusto, no me queda la ropa ajustada”. Y la maestra siempre nos decía que cada persona tiene un metabolismo diferente; cada persona es diferente en su cuerpo, en su mente. Que no hacemos ejercicio para vernos como una Barbie, sino para sentirnos bien física y emocionalmente. Y ahorita amo mi cuerpo como es dice la madre.

Esa confianza, el saberse en dominio de sus caderas y el amor por la hija, fue lo que la convenció de subirse a dar un show de draga.

Rose y Carlota Rostros, drag queens y familia, se oponen a la violencia a través del su espectáculo.
La rutina, los vestuarios, el cuidado al maquillaje son actividades sumamente demandantes y caros para estos artistas | Ricardo Hernández Ruiz

Una familia cuir en un país discriminador para la comunidad LGBT+

Una vez Carlota dejó todo. Se sentía incomprendida por la sociedad. En la calle la juzgaban. Iba a pedir trabajo y lo que le preguntaban era si se metía mucha o poca hormona, si siempre se vestía como mujer o, de plano, le decían que no era buena candidata porque para los clientes podría ser algo impactante ver a alguien “así”.

Tampoco se sentía cómoda con la familia. Nunca habían hablado abiertamente en casa sobre su identidad. Sintió una súbita necesidad de huir y emprender un viaje de autoconocimiento. Un día decidió no dormir más en su casa y dejó a su mamá hecha un manojo de nervios.

Carlota suele maquillar a su madre, no solo para los shows
Carlota suele maquillar a su madre, no solo para los shows. | Ricardo Hernández Ruíz
–Fue a principios de 2022, con 22 años. Me mudé con dos amigues y fue cuando corté todo contacto con mi familia por un tiempo. Necesitaba conectar con la mujer en mí –dice Carlota.

Fueron meses de ausencia. Hasta que un día cruzó la puerta anunciando más que nunca con la ropa ceñida y el maquillaje escandaloso, su disidencia. Ahí se dio cuenta que subestimó a su familia.

–Me fui porque sentía que no iba a encajar. Nunca les había dicho abiertamente que era trans, pero cuando regresé me aceptaron como soy –dice.

Rose interviene y dice que le dio mucha paz verla de regreso, saberla con vida.

–Uno escucha cada cosa en las noticias. Hay mucha gente intolerante allá afuera –dice y no le falta razón. 

En lo que va del 2025 han matado en México a 27 mujeres trans, que se suman a los más de 50 asesinatos de 2024, según el conteo de la Asamblea Nacional de Personas Trans No Binaries.

No sólo es un país letal, es uno discriminador. Según censos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, hasta 2021 había 5 millones de personas que se autoidentifican como parte de la población LGBT+. Y de acuerdo con la Alianza por la Diversidad e Inclusión Laboral, 50 por ciento de ellos se enfrentan al desempleo; 40 por ciento gana menos de diez mil pesos al mes, y son las personas trans quienes cuentan con las peores oportunidades para emplearse.

Carlota lo sabe de propia mano. Ha pasado años desempleada o entre trabajos mal pagados. A veces en servicio de atención telefónica, en tiendas de ropa o en comercio informal. Y en el drag tampoco hay buenas noticias.

A Carlota siempre le gustó, sobre todo, el maquillaje. Frente al espejo de su cuarto ha gastado quién sabe cuántas horas ensayando con bases, sombras y labiales; y también las coreografías de burlesque, su estilo favorito, el que mezcla humor y sensualidad, en el que exagera y satiriza sobre temas sociales usando el baile.

Sus primeras presentaciones fueron en fiestas frente a amigues y sólo hasta hace un par de años pudo dar su primer show en forma, en Laser Hot Bar. En estos eventos le gusta usar vestidos largos con aberturas para que asome la lencería; maquillarse con tonos fríos; le fascinan las cejas dramáticas con el ceño fruncido, a la Tongolele, y llevar el cabello lo más sencillo posible, que no le robe atención al rostro.

Por cada presentación invierte unos 2 mil 500 pesos, entre maquillaje y vestuario. A cambio de los 500 pesos que le pagan por presentación, que usa para regresar en taxi y de madrugada a casa, donde ahora no hay una, sino dos drag queens, frente un ecosistema de centros nocturnos cada vez menos sostenibles para estas artistas. 

Aun así, Carlota es afortunada de que le paguen, pues hay drags que lo hacen a cambio de una cubeta de cervezas. Aunque esto no siempre fue así.

Familiares de las dragas viajan kilómetros para presenciar los espectáculos
Familiares de las dragas viajan kilómetros para presenciar los espectáculos. | Ricardo Hernández Ruíz

Las discotecas de drags en el paraíso de Cancún

Para conocer la historia de los bares cuir en Cancún y de las primeras artistas travestis de la escena, me recomendaron hablar con Karol de Liz. Me dijeron tres cosas sobre ella: que es la draga pionera, que aún estaba viva y que era una enciclopedia andando, con datos que sólo ella recuerda. De las primeras cosas que me dijo fue que tiene atuendos de 25 mil pesos, algo en lo que ninguna drag invierte hoy en día, menos Carlota o su mamá.

–Si antes no podías recuperar el dinero invertido, ahora menos. El show nunca te va a dejar para vivir. Lo hacemos por amor al arte. Hoy hay gente que se presenta por unas cervezas o por muy poco dinero. La situación es muy complicada y eso ha llevado a que el show pierda calidad –dice y reconoce que da una opinión como alguien de la vieja guardia.

Hoy existen tres grandes discotecas cuir tan sólo en la Avenida Tulum, la principal de Cancún, donde decenas de aspirantes a drag disputan por presentarse una noche. Uno de ellos es Laser Hot Bar, el único que ha conseguido sobrevivir desde su nacimiento, al filo de los ochenta, no sin dificultades.

–El primer bar gay en Cancún fue Black Ship, que estaba sobre la Avenida Tulum. Luego estuvieron Embarcaderos; Cocodrilos estaba en el Parque de las Palapas; también ahí estaba Glow. Pero todos esos eran sólo bares para la comunidad, ninguno ofrecía shows de travestismo. Sólo ibas y te sentabas a tomar una cerveza –recita Karol de Liz, la decana que me prohíbe revelar su edad.

En 1986 un empresario llamado Juan Verduzco abrió Karamba, sería la primera discoteca LGBT+, justo frente al Ayuntamiento de Cancún, arriba de un restaurante chino. Era un galerón que se llenaba con unas 500 personas. Al fondo de la barra estaban los camerinos de un lado, las mesas del otro y la pista cuadrada. Ahí no iba cualquiera, ahí iban los gays fresas, lo nice de Cancún, dice Karol.

Y al poco tiempo abrió su antítesis y su competencia más férrea: Picante Hot Bar, en Plaza Galerías, fundado por los empresarios Gilberto González León, Jorge Carrillo y un tal Tom, del que Karol no recuerda el apellido pero sí que era extranjero. En un inicio se concibió como otro bar gay, agringado, con barra y televisores. Hasta que un día Karol le propuso a Gilberto hacer show de travestismo.

Karol de Liz en su negocio de vestidos en Cancún
Karol de Liz en su negocio de vestidos en Cancún. | Ricardo Hernández Ruíz
–Le dije: “quiero dar un show en tu bar”. Claro, me dice, pero no hay nada. “No importa”, le dije. Y yo comencé sola, como loca.

Karol de Liz interpretó a Amanda Miguel con un vestido que ella misma confeccionó. “Y como que a la gente le empezó a gustar”, dice. Entonces se presentó cada sábado y el lugar tuvo que remodelarse para volverse una discoteca y darle competencia a Karamba.

Lo memorable de Picante era la pista y los espejos que la rodeaban. Si te parabas frente a ellos y prestabas atención podías ver claramente los grupos divididos: estaban los militares reprimidos, los “chacales”, las “obvias”, los “activos” y hasta atrás, en la barra del fondo, el cruising y las trabajadoras sexuales en pleno servicio.

Picante era lo arrabal. Y a mí me gusta lo arrabalero. O sea, me gusta lo vulgar, en el buen sentido de la palabra, ¿me entiendes? Mucha gente lo criticaba, decía que ahí te asaltaban y te robaban y porque puros nacos íbamos –se ríe Karol.

Fue tal el éxito en Picante que Karamba replicó la oferta de show de travestis. Y durante los años noventa en estos dos espacios nacieron las primeras dragas, hoy referentes de la comunidad LGBT+ de Cancún: Mercedes Carreño, Manuela Cancún, Juliana, Marcos Echeverría, Felipito El Tainy, Pepe Delfín, la Keta, Madame Chanel y la Tuyita.

Tanto Picante como Karamba cerraron y reabrieron en varias ocasiones. Unas veces por dificultades económicas, otras por clausuras del Ayuntamiento derivado de presiones de grupos conservadores, y alguna vez por cobro de derecho de piso. 

Karamba cerró definitivamente hacia el 2014. Y Picante se mudó al centro de Cancún. Sigue operando al día de hoy, sólo que ahora bajo el nombre de Laser Hot Bar. Permanece lo arrabalero, pero con shows sin la calidad de antes, opina Karol.

Madre e hija en el escenario

Los años de practicar baile en la calle, junto a otras señoras, le ayudaron a Rose a ganar confianza para subirse al escenario. Empezó con zumba y eso le ayudó a sentirse cómoda con su propio cuerpo y con la autoestima suficiente para saber que podía intentar nuevas cosas, sin importar la edad. 

Luego incursionó en ritmos latinos y eso le hizo ganar coordinación. Y hace poco se inscribió a heels dance (baile en tacones). Su hija a veces la acompaña a sus clases, para compartir tiempo con ella y para ayudarle con la coreografía que dará en Laser Hot Bar.

Rose Rostros decidió confeccionar su propio vestuario para el show. Y Carlota sería la encargada de maquillarla. Todo parecía estar listo para aquella noche de febrero pasado, salvo por una sorpresa que le esperaba.

Las drag queens y kings pasan noche ataviadas con prendas, accesorios y maquillaje
Las drag queens y kings pasan noche ataviadas con prendas, accesorios y maquillaje. | Ricardo Hernández Ruíz
–El día en que fuimos, yo no sabía, pero se trataba de un concurso  de lip sync (de sincronía de labios). A mí no me dijeron nada, hasta que oí que preguntaban que quién iba a concursar, que si era la mamá de Carlota. Y ya les dije que sí. Hubo muchos que no lo creían. Y pues ya, hice mi participación. Tenía nervios. Porque para mí era la primera vez y todos los que bailan ahí ya tienen experiencia. Simplemente dije: “Ay, me voy a relajar y voy a bailar como si estuviera en un ensayo”. Traté de hacerlo lo mejor que pude, me sentí a gusto.

Ese día el bar estuvo lleno y Rose estaba frenética por sentirse libre, soltera y sensual, y porque veía a Carlota entre el público, feliz. “¿Cómo lo viviste?”, consultó a la hija.

Es una dicha para mí poder compartir escenario. Es bonito. Nunca imaginé que podríamos compartir algo tan especial y participar de ello juntas, ¿sabes? Ir a clases de baile juntas, presentarnos. O si no se presenta ella, ir al bar a sentarnos, invitarle una chela y ver el show; divertirnos y recordar que, al final, ya es demasiado violento existir en este presente –dice su hija.

Esa es la magia del drag, dice Carlota una tarde de agosto. Planean repetir el dúo de ahora en adelante.

Es un privilegio que me encantaría que las generaciones siguientes pudieran experimentar. Sé que hay muchas personas trans que aún están pasando por estigmatizaciones.

Esa noche Rose Rostros triunfó: ganó 500 pesos en una noche ataviada con prendas, accesorios y maquillaje que valía, mínimo, cinco veces más que eso. Hoy cree que quizá el premio fue otro: ver a toda la familia reunida y enternecida, y entre el público, a su hija Carlota, sus otros dos hijos y una nuera, sumidos en un llanto imparable.

MD

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Ricardo Hernández Ruíz
  • Ricardo Hernández Ruíz
  • Reportero con residencia en Quintana Roo. Le interesa contar historias sobre infancias en "situaciones límite". Ha publicado en NYT, Gatopardo, El País, Pie de Página. Ganador del Premio Nacional de Periodsimo, del Breach/Valdez, entre otros.
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