Héctor Robles tiene 10 años y tres meses. Inició sus clases de violín hace casi un año. Tocar este instrumento le ha permitido mejorar la motricidad de sus manos, luego de que perdió movilidad en los dedos índice y meñique derechos, una de las tantas secuelas que le dejó ser uno de los sobrevivientes del incendio en la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora, hace siete años.
Tocar el violín es una de las muchas actividades que le ha permitido a Héctor llevar una vida normal. Iniciarse en la música no fue una casualidad, aunque sí algo que no estaba en sus planes.
El año pasado él y su madre, Adriana Villegas, fueron invitados a participar en el Encuentro Mundial de las Familias que se llevó a cabo durante la gira del Papa Francisco por Estados Unidos. En un principio, Adriana rechazó la invitación pues fue hecha por activistas cuya finalidad era, según la mujer, “hacer un escándalo durante los eventos para exhibir que en México hay muchas injusticias. Yo lo rechacé definitivamente porque no es lo que le he enseñado a mi hijo. Me he esforzado mucho para que en el corazón de Héctor exista solo amor, y no lo iba a echar a perder por algo así.
“En una ocasión, Héctor me pidió que fuéramos a una marcha del 5 de junio. Fuimos y se espantó cuando vio a varias personas gritar muy enojadas. No quería que volviera a vivir algo así”, recuerda Adriana.
Luego de la insistencia de Héctor, fueron a Estados Unidos en un viaje exprés de tres días. Primero estuvieron en Nueva York, después en Filadelfia. Ese día, un joven músico llamado Tito Quiroz (Premio Nacional de la Juventud 2015) pronunció un discurso ante las madres de los 43 normalistas de Ayotzinapa y las de las víctimas del caso ABC que se encontraban reunidas en el mismo foro.
Al terminar, Tito se acercó a saludarlas. Reconoció a Héctor porque meses antes había leído una noticia en internet sobre que algunos de los niños sobrevivientes del incendio eran víctimas de bullying en las escuelas, a causa de las cicatrices provocadas por las quemaduras. Le ofreció enseñarle a tocar el violín, Héctor aceptó y ahora continúa su aprendizaje en el Centro de Cultura de Hermosillo.
“Sé que la música transforma mentes, almas, y eso es lo que busco en mi hijo, que le cambie su corazón. Siempre le he dicho desde que pasó esto: si Dios te dejó conmigo es porque tiene un propósito muy grande para ti como ser humano. Le digo: Héctor, tú vas a hacer lo que quieras. La música tú la vas a hacer y deshacer. Pero no estoy en ti. Tú eres el que debe conocerse”, cuenta Adriana mientras no deja de moverse y sonreír. “Siempre sonrío porque como esté, va a estar mi hijo”.
Tocar el violín es solo una parte de la vida de Héctor. En junio concluye el curso de conocimientos básicos. Aún no decide si continuará, aunque su madre insiste en que así sea, pues piensa que será de mucha ayuda cuando su hijo entre a la adolescencia y le evite caer en “baches emocionales”.
La vida de Héctor transcurre entre una actividad y otra. Cuando no está en sus clases de violín, acude a las de taekwondo, disciplina en la que es cinta azul avanzada. Además, juega en un equipo de futbol y participa en todos los maratones y carreras que puede, la mayoría de las veces acompañado de su madre y hermanas. Correr, brincar e incluso caminar es algo que puede hacer gracias a que sus músculos se han ido fortaleciendo con las terapias. Antes era algo totalmente impensable, pues durante tres años pasó sus días en una silla de ruedas, sin poder levantarse.
“Yo nunca lo emburbujé. Para salir de esto fui una mamá muy dura, pero muy positiva. Lo que te dicen en el hospital es: como quede tu hijo, hay que hacerlo independiente”, algo que se ha convertido en una guía para Adriana.
Héctor es un niño deportista, muy inquieto; como cualquier otro, juguetea todo el tiempo. Patea una botella de plástico y cuando se aburre lanza piedras al mar. Es difícil lograr que esté quieto en un solo lugar. Cualquiera podría decir que es un comportamiento normal en un niño de 10 años. En su caso no es así. Además de las terapias físicas debió someterse a varias psicológicas junto con su familia. El resultado se refleja en que, cuando le da calor, se quita la chamarra sin pensarlo dos veces y deja a la vista las cicatrices de sus brazos y manos. Volvió a confiar en sí mismo.
Su madre sonríe, lo hace todo el tiempo, incluso cuando habla del incendio. Algo que Héctor le ha aprendido. Madre e hijo se toman fotos juntos. Es una forma en la que Adriana ha enseñado a Héctor a no preocuparse por su apariencia.
Sus habilidades como deportista y la confianza en sí mismo no son cosa solo del tiempo. Son, en gran parte, gracias a los cuidados de su madre. Ambos decidieron salir de la rutina. Héctor rechaza cualquier tipo de trato especial y toma sus propias decisiones. Por ejemplo, evade hablar frente a la cámara de video. Dice que no le gusta ser el centro de atención. A su corta edad es muy consciente de lo que quiere: ser tratado como un niño normal. Fuera de la lente habla sin parar de sus constantes viajes a EU, al que recuerda como “el país de los edificios altos”. Y de las terapias que toma con delfines, que para él son más bien un juego.
También le gusta hablar de sus pasiones, la mayor de ellas, el futbol. Su jugador favorito es Javier El Chicharito Hernández, su ejemplo y motivación para convertirse en futbolista profesional. Es hábil para los videojuegos y aprendió a nadar hace varios años.
A pesar de los avances, Adriana reconoce que han tenido situaciones difíciles de superar. “Él sí tenía mucho coraje; me decía: ¿cuándo se me van a quitar estas cicatrices, mientras extendía sus brazos. Yo le respondía: ¡nunca! tu cuerpo ya quedó así. El doctor lo único que va a hacer es adecuar tu piel conforme tus huesos vayan creciendo, pero tú nunca vas a cambiar. Lo que sí tienes que seguir siendo es un niño bueno por dentro”, recuerda Adriana.
En el expediente de Héctor constan 19 intervenciones quirúrgicas. Sufrió quemaduras en 60 por ciento de su cuerpo. Vivió un año con un traje aislante de cuerpo completo y sin salir de casa, que se convirtió en una cueva para evitar el más mínimo rayo de sol que pudiera lastimar su piel o sus ojos.
Aún le quedan por los menos 11 años más de cirugías, hasta que cumpla 21, la mayoría de edad en Estados Unidos, donde es atendido. Un proceso que enfrentará acompañado de los otros sobrevivientes del incendio en la guardería ABC, o como él los llama, sus “amigos quemados”. Todo esto mientras su madre intenta reactivar su vida laboral y personal.
“En alguna ocasión tuve contacto con un papá, que todavía tiene mucho odio en su corazón. Yo les digo: no me puedo comparar, porque yo no perdí a mi hijo, aquí lo tengo. Pero no sé qué sea más difícil, si haberte resignado y entregarlo en aquel momento o en cada cirugía. Porque los médicos me dicen: señora, tiene que firmar el consentimiento de cirugía, pero recuerde que por la anestesia hay muchos riesgos. Héctor puede quedar ahí en la plancha. Es difícil agarrar esa pluma y firmar”, dice Adriana con voz temblorosa, y sí, sin dejar de sonreír.
***
Adriana y su hijo estuvieron el 28 y 29 de mayo en Ensenada, Baja California. Ella asistió a un foro de mujeres emprendedoras. Viajó con Héctor; ahora es él quien la acompaña, que ya no va solo para ir a una cirugía, también para divertirse, mientras el resto de la familia (papá y dos hermanas mayores) se queda en casa.
Adriana está ya en otra etapa de su vida, donde intenta tener tiempo para sí misma, tras siete años de dedicarse de tiempo completo a cuidar la salud de su hijo. Por ahora, el único momento que tiene solo para ella es cuando acude a sus clases de baile, una hora al día.
Fue a Ensenada por invitación de Julia, una de sus amigas, cuya hija, Sofía, murió en la tragedia de la guardería ABC. “Como mujer… no he regresado a trabajar; soy contadora. Pero sí hay un proyecto para mí, que sé que lo voy a retomar. No soy una mujer que se quede pasmada. Soy muy luchona”.
Julia Escalante asegura que se resignó desde el primer momento y aceptó que su hija no iba a regresar, por ello ha dedicado estos siete años a entender cuestiones legales del caso. “Nuestra lucha es diferente, ya no son las marchas de cada sábado, las misas, los plantones; ahora nos hemos enfocado en estudiar y entender el expediente con asesoría de nuestro abogado. Es muy doloroso porque hay fotos, ves a las personas que estuvieron ese día en la guardería y te imaginas muchas cosas, pero hemos estado durante años ahí y seguiremos estando”, dice.
Julia es casada, tiene un hijo de seis años, de quien ya estaba embarazada cuando ocurrió el incendio. A pesar del miedo y la inseguridad volvió a embarazarse. Tiene otra hija de dos años. Confiesa que volver a creer en una institución y decidir que sus hijos vayan a un preescolar ha sido lo más difícil de su proceso de duelo.
“Quiero que mañana que mis hijos crezcan y me pregunten por su hermana, pueda decirles lo que sucedió. Y si no les doy una respuesta, que sepan que luché hasta el último momento por esa respuesta. En el caso y en mi vida personal es lo que sigue. Una mamá que siempre va a estar ahí. Si esto nos sucedió a nosotros probablemente es por algo”, sentencia.
Julia es asesora bancaria de profesión y ahora trabaja en una empresa que distribuye productos naturistas. Intenta convencer a Adriana de laborar con ella. Ambas, dice, siguen en la lucha, “para darle justicia a nuestros hijos, a los que se fueron y a los que se quedaron. No estamos luchando para que las guarderías desaparezcan. Al contrario, son muy necesarias para las mamás trabajadoras. Luchamos para que sus hijos y nuestros hijos, que son pequeños aún, si van a una guardería o un preescolar, estén en situaciones más seguras, y que una tragedia como la que le ocurrió a mi hija y a sus amiguitos, no vuelva a ocurrir”, dice Julia antes de concluir la entrevista con MILENIO.
RECUERDO
Integrantes del Movimiento 5 de Junio por la Justicia ABC realizaron anoche una concentración afuera de la guardería.
La vigilia es previa a la marcha y la misa que realizarán este domingo, que saldrá del lugar donde se encontraba la guardería hasta el Museo de la Universidad de Sonora, como parte de los actos conmemorativos del séptimo aniversario de la tragedia.
En la Ciudad de México echarán a volar papalotes en la Estela de Luz a las 16 horas y habrá una marcha hacia el IMSS, donde realizarán un pase de lista de los niños.
IMPLICADOS EN LA TRAGEDIA
El 5 de junio de 2009 se incendió la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora. Fallecieron 49 niños y 106 resultaron heridos; todos de entre cinco meses y cinco años.
El fuego comenzó en una bodega de la Secretaría de Hacienda estatal, según los peritajes, por una falla en el sistema de ventilación; después se propagó hacia la guardería, que era operada por particulares, a través del modelo de subrogación del IMSS.
Ambos sitios solo estaban separados por un muro.
El pasado 14 de mayo se dictaron sentencias, que van de los 20 hasta los 29 años de prisión, a 19 de los 22 implicados. Solo las supervisoras de guarderías del IMSS no fueron sentenciadas.
Se han realizado tres peritajes. El primero determinó que el fuego fue causado por un sobrecalentamiento en el sistema de enfriamiento de la bodega.
El segundo fue hecho en 2010. Participó el perito estadunidense David Smith, quien no halló indicios de actividad eléctrica como causa del fuego y encontró evidencias de que pudo haber iniciado en cajas de la bodega de forma intencional.
En el tercer peritaje la PGR obtuvo testimonios que afirman que el incendio fue provocado por una orden desde el Palacio de Gobierno en Sonora. Según los testigos, el objetivo era desaparecer documentos de la administración en curso.
Con información de: Felipe Larios/Sonora.
[Dé clic sobre la imagen para ampliar]