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Dostoievski jamás lloró

Ese paraje que Hegel excluyó de su visión es algo incomprensible para alguien que no conoce el subsuelo. La historia de los rusos conquistando Siberia es compleja, la fiereza de la resistencia mongola todavía se percibe.

Solo un hombre que ha conocido el subsuelo conoce la superficie, sus trampas. El local me recuerda la penosa comedia de la miseria humana. La filosofía "universal", vaya truco, inevitable no pensar en Hegel: un filósofo aéreo, idealista-ramplón, excluyó a las mujeres de la vida pública, excluyó también al hombre del subsuelo. Dostoievski escribió asombrosos personajes femeninos, mal entendidos a veces por lectores flojos o cazamariposas como Nabokov, rusito famoso por escribir en inglés, aclamado por escribir sobre americanos. Parece una macabra broma, la Ciudad de México tiene una calle dedicada a Tolstói en la colonia Anzures, y aquí estoy, vine a conversar con él, entré a un sitio ruidoso para que nadie nos escuchara. Las luces me recuerdan que todavía puedo distinguir los colores, que no estoy ciego pese a esta larga temporada en el subsuelo. Tolstói número 6, llegué caminando desde el Metro Chapultepec, sorteando peligrosas avenidas, basura, oficinistas, extraños, policías corruptos, perros con nana, bicicletas ecológicas que surfean alegres sobre las banquetas, ¡hasta un mitin político tuve que esquivar, con miedo de que me arrebataran el sombrero de copa!, ya nadie entiende la importancia del sombrero. La elegancia en la cabeza es una batalla perdida. La exclusión es la broma de un dios maldito.

Ese paraje que Hegel excluyó de su visión es algo incomprensible para alguien que no conoce el subsuelo. La historia de los rusos conquistando Siberia es compleja, la fiereza de la resistencia mongola todavía se percibe. Caballos siberianos que soportan más de 60 grados bajo cero. ¿Qué tuviste que soportar, querido Fiódor, hermano?, somos el espejo sucio y roto en el que te miraste una tarde para reconocerte hombre, prisionero, solo, escritor. Pensándolo bien, no hace falta una calle que se llame Dostoievski, ¿qué sentido tendría?, al exiliado, dejarlo exiliado, no lo toquen. Me parece verte en todos los fríos momentos de una madrugada sin algo que leer.

Tolstói está en cualquier bar de esta calle, acodado incómodamente junto a mí, reparte miradas furtivas, aspira profundo para no vomitar ante el grotesco espectáculo. Sufre, pide un vodka polaco solo, helado. Se retuerce entre hombres y mujeres bohemios, felices, ¡dichosos!, la conciencia no les reclama nada. Puedo olerlo, huele a desesperación, grita maldiciendo la frívola escena, comparándola con ese derroche que le asqueó en San Petersburgo. El hombre que escribió: El jugador, denunció sin restricciones un mundo podrido para pagar deudas de honor, juego, aseguran que tardó un mes en escribirla, ¿qué clase de ser humano repara en detalles tan idólatras?, les aseguro que pensarla y escribirla tomó más que eso, le tomó toda la vida, incluso la muerte, el exilio persigue a los hombres hasta su final.

No culpo al Karaoke-Bar Escaparate, las letras impresas en la placa de metal que corona la entrada son modernos trazos de una ciudad totalmente enferma. Los hombres de corte helado no podemos divertirnos tan fácilmente, culpo a todos los escritores rusos por apartarme de las desgracias. Me inunda un viejo resentimiento, si es posible que ninguna calle del DF esté dedicada a Dostoievski...es seguro que ninguna tenga sitio para nosotros. ¿Qué pido?, ¿qué debería tomar?, ¿un cocktail ridículo de colores para intentar ser alegre como todos los mamíferos con los que comparto infierno?, jamás, pediré el mismo vodka que Tolstói pediría y que sostiene desde la muerte en el rabillo del ojo. Hablo con él, no me gusta hablar solo, come-mierdas, ¿qué se creen?, me avientan hielos en la cara, no he pedido hielo. Nadie puede entender el corazón de un hombre siberiano. Hace mucho que dejé de escribir, detesto la sensación de tener que escribir para probar algo, para ser, para existir o ser reconocido, la sensación atroz que me hace creer que existo o soy porque escribo, es verdad, debería reconocerlo: escribir me aleja de la tranquilidad, de las apacibles tardes al sol en los puentes, soy un hombre silencioso, siberiano, cuando estoy lejos de la tranquilidad deseo beberme una copa, después una botella entera. La intuición y disidencia siempre será atacada por los mamíferos bípedos sin plumas, subespecies de sangre caliente. ¡A los subnormales les gusta la maldad, la tibieza, la triple moral, la sobriedad, la virtud, son caprichosos, le temen al diablo, gozan, la autocomplacencia es un dios al que se encomiendan, la violencia les excita, las series de televisión los entretienen!, las drogas calman sus heridas o los transforman, los héroes rescatan a esos hombres y mujeres, se reproducen sin pudor alguno.

—¡Cállese, cállese, no lo soporto!

—Disculpe... señorita, ¿le está hablando a Tolstói?, creo que no ha molestado a nadie.

—¿Tolstói?, ¿a qué chingaos te refieres?

—Tolstói es un escritor, ruso, la calle se llama así en su honor.

—Me vale, cállate.

—¿A quién se refiere?

—Te estoy hablando a ti, pinche naco mugroso maloliente.

—No sé qué significa la palabra "naco", advierto que va cargada de un sentido peyorativo, pinche se utiliza para definir al ayudante de cocina, también se usa con sentido peyorativo cuando se utiliza el tono de voz que usted usa sin pensar que la sutileza es un gran regalo.

—No manches, ¿qué es peyorativo?, ¡tú qué sabes sobre nada o algo, mugroso!

—No me agreda.

—Das asco, verte...agrede.

—¡Cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran ciertas personas en particular!

—Estoy más que harta de escuchar cosas tan feas, al final del día (sic) no eres nadie, ¡no sé quién te dejó pasar, voy a llamar a seguridad.

—No se preocupe. Voy a terminar mi trago, me iré.

—Largo, largo, ¡largo ya!, ¡seguridad, seguridad!

No tuve tiempo de explicarle sobre Tolstói, sobre nosotros, sobre nada. Me empujaron, golpearon mi rostro hasta cansarse, las piernas. De un manotazo tiraron mi sombrero, no quise perderlo, salí lo más dignamente posible. El odio y la humillación es un derecho en la superficie. Los hombres y mujeres de superficie se rigen bajo códigos detestables. Los perros maleducados grandes orinan a los pequeños, los perros maleducados pequeños, se dejan, con la esperanza de ascender en la manada de cretinos para orinar algún día a otros pobres y humildes perros no domesticados, más pequeñoso más grandes, perros sin ambición alguna. Dostoievski me dijo en secreto: "Te doy esta bala, tiene escrito mi nombre, se ajusta al orificio por el que sufres", se refería a la boca. Y sí, aquella bala se ajustaba a mi boca en el sueño, en la realidad. Disparaba palabras, antes, cuando llegaba limpio a dar clases de literatura rusa. Todo empieza en la boca, hasta la función de los intestinos comienza así, hasta el amor acaba ahí: con una palabra o mentira. Es muy difícil cruzar la muerte social y Circuito Interior caminando. Podría regresar, patearlos en la cara, ¡no!, un hombre como yo no se permitiría ejercer semejante acto irrespetuoso contra personas sin carácter. Quisiera ser un caballo Przewalski, alzarme orgulloso en el transitado circuito, ser el único caballo salvaje que queda en la Tierra, esa que conocemos los hombres que todavía no vemos de cerca una nebulosa ojo de gato. No existe diferencia entre la caída de un hombre rico y la de un hombre pobre.

* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)

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Susana Iglesias
  • Susana Iglesias
  • Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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