"¿Dios?", pregunta una mujer moribunda. Al otro lado del teléfono Yehezkel, protagonista de La fiesta de despedida, responde: "Sí, soy Elohim, querida, sigue luchando. El paraíso está repleto y no tenemos aún lugar para ti." En efecto, Dios es el protagonista ausente. Y lo es porque como El juicio de Viviane Amsalem (otra extraordinaria película israelí), La fiesta de despedida cuestiona convicciones religiosas para volverlas preguntas existenciales.
Yehezkel, su esposa y unos amigos que, adivinamos, se conocen de toda la vida, han llegado a uno de esos asilos en donde envejecer no parece tan malo. Hay en el hospital, sin embargo, un hombre llamado Max a quien el cáncer está matando. Y Max no se puede morir porque vive en un país cuya religión obliga a hacer todo lo posible por salvar la vida. Yana, la esposa de Max, le pide a un veterinario que lo duerma y él, creyendo en principio que Max es nombre de perro, dice que sí.
La fiesta de despedida es una coproducción de Alemania e Israel que se atreve a mezclar el tema de la eutanasia con un poco de sentido del humor. La cosa resulta bien, aunque es importante decir a las sensibilidades aguzadas que con todo y sentido del humor la muerte es la muerte, de modo que la película termina por ser un dramón.
Jerusalén, eutanasia, máquinas de relojería, una mujer que afirma que lo que están haciendo estos hombres y mujeres de la tercera edad tiene más de asesinato que de misericordia, repetidas amenazas de denuncia... todo esto se macera con escenas extraordinarias entre las que destaca un musical. En efecto, a la mitad de la película uno de los abuelitos asesinos (o compasivos, según se vea) se pone a cantar. Le siguen los otros y de pronto estamos ya metidos uno o dos minutos en esta delicia agridulce.
Hacia el final, además, el uso de la cámara en mano adquiere el carácter dramático que debe tener: los directores consiguen meternos en los ojos y los sentidos de Yehezkel. Durante unos minutos somos él.
En el año 2004, el español Alejandro Amenábar produjo otro elogio de la eutanasia que buscaba también tratar el tema con ligereza. Mar adentro echaba mano de dos o tres artilugios narrativos que incluían una suerte de máquina para evadir la conciencia (y evadir a la policía), arrastrando el evento asesino (a mi juicio lo es) hacia la frontera con el suicidio. No hay mucho que discutir, el suicidio es un asesinato y por más que Mar adentro y La fiesta de despedida endulzan el asunto con dos o tres chistes, la consciencia de los humanos sigue latiendo. Y éste es el punto donde La fiesta de despedida resulta mucho mejor película que Mar adentro: ofrece al público la posibilidad de decidir con respecto a la pertinencia moral de un "asesinato misericordioso". Si a lo dicho hasta ahora agregamos que las actuaciones son espectaculares, que la producción demuestra que no es necesario un gran presupuesto sino grandes ideas para hacer una buena película, veremos que La fiesta de despedida vale la pena verse en una profunda y reflexiva función dominical.
La fiesta de despedida (Mita Tova). Dirección: Tal Granit, Sharon Maymon. Guión: Tal Granit, Sharon Maymon. Fotografía: Tobias Hochstein. Con Ze'ev Revach, Levana Finkelstein, Aliza Rosen, Ilan Dar. Israel, Alemania, 2015.