La noticia sumerge al cartujo en las aguas profundas de la nostalgia. Comenzó a ver televisión en los primeros años de los sesenta, cuando la vecina de al lado compró una y con ello abrió un mundo nuevo a los niños de aquel barrio popular, donde todo, a veces hasta ir a la escuela o tener juguetes, era un privilegio, acaso una quimera.
Por 20 centavos, producto de mandados, de la venta de paletas de hielo o de ruegos y promesas a su madre, él accedía a la sala de esa casa donde se congregaban los vecinos. Cada quien tenía sus horas y sus programas, las señoras la telenovela de la tarde, los señores el box sabatino, narrado por los incomparables Jorge Sony Alarcón y Antonio Andere, o el futbol dominical, al mediodía, con los comentarios de Fernando Marcos, Agustín González Escopeta o Fernando Luengas, quienes se habían forjado y continuaban deslumbrando en la radio con sus hallazgos narrativos. Poco después llegaría Ángel Fernández, con su voz poderosa y sus gritos de gol pretendiendo alcanzar el infinito. Había, desde luego, programas para los jóvenes —uno de ellos Discotheque Orfeón a Go Go, con Rocío Palacios, de quien el monje se enamoró sabiéndola inalcanzable, una constante en su lejana, anémica y casi olvidada vida amorosa. Ella, de pelo largo y lacio, con botas altas y minifalda, era una de las cuatro bailarinas de ese programa, las otras eran las hermanas Lila y Gilda Deneken y Amparo Arufe.
Los niños también tenían sus programas y sus ídolos, uno de ellos Genaro Moreno, conductor de Club Quintito, "El primer club infantil de la televisión", donde pasaban La pandilla, una divertida serie de aventuras de niños pobres de Estados Unidos, en la época de la Gran Depresión. El Tío Herminio, autor de "Las rejas de Chapultepec", y El Tío Gamboín, con sus juguetes y buen humor, eran otros de los personajes queridos por los niños de aquel tiempo.
Al futuro monje le gustaba La media hora de Chabelo, con Xavier López, Rogelio Moreno y Chayito de Alba. Disfrutaba los previsibles sketchs de "Lo que no se debe hacer" y "Lo que se debe hacer", donde se representaba la misma situación desde ángulos distintos. En la primera Chabelo era un niño mal portado y desobediente, en la segunda todo lo contrario. El tono era moralizante, pero al mismo tiempo divertido, o cuando menos eso le parecía a muchos de los niños de entonces.
Con la cancelación del programa En familia con Chabelo termina una época de la televisión comercial en México, en la cual los niños tenían un lugar. Ya no lo tienen. Basta asomarse con ánimo masoquista a Sabadazo para ver el desprecio a la niñez —también, por supuesto, al mínimo buen gusto. En ese programa las niñas bailan "perreo" con adultos, vestidas y maquilladas de manera provocadora; en ese programa y en otros de Televisa y TV Azteca, los niños no son sino los futuros, compulsivos consumidores de estupidez. Lástima.
Queridos cinco lectores, con el agua hasta el cuello, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.