Hace unas semanas el Instituto Nacional de Bellas Artes anunció la entrega de su máxima distinción, la Medalla Bellas Artes, a la bailarina y coreógrafa Isabel Beteta junto a otros cinco creadores nacionales.
Para la danza mexicana es indispensable conocer y reconocer la labor tanto de ejecución y creación dancística como de la incansable promoción del arte en general, y de la danza de manera particular y empeñosa. Se trata de un perfil ejemplar para llevar a cabo la titánica labor de hacer y compartir danza en un país como México, además de lograrlo de manera independiente de las instituciones oficiales con las que, si bien, se relaciona al reconocer su peso en el mundo de la danza, pero no depende en absoluto de ellas para llevar a cabo los diversos proyectos que se ha planteado. Sumar más de treinta años de trayectoria y fundar una compañía independiente, así como un Centro Cultural con su respectivo foro, no es un mérito menor para el que se requiere un carácter sólido, una disciplina férrea y una pasión inagotable.
Hace muchos años, cuando estudiaba danza, experimenté las contradicciones que a casi todos los profesionales de esta disciplina nos abordan casi de manera inevitable: ¿se puede vivir dedicando la vida a la danza? Las respuestas son pocas y las rutas parecen, también, absolutamente reducidas. Sin embargo, pasa que, como a mí y a muchos de mi generación, el universo de la danza pone frente a nuestros ojos a figuras como Gladiola Orozco, Valentina Castro, Guillermina Bravo o Isabel Beteta, quienes desafiaron y desafían al pesimismo inherente de dedicarse a las artes, y se plantan como ejemplo de tenacidad y amor incondicional a la danza, algo que solo alcanzan a comprender quienes han sido tocados por cualquier musa.
Temples como el de Beteta, se arriesgan a experimentar e imaginar pues no temen errar o volver a comenzar, ya que no solo poseen confianza en sí mismas sino que despiertan confianza en quienes trabajan a su alrededor.
El Centro Cultural que dirige, llamado “Los talleres”, se ha convertido en un referente básico en la oferta cultural en el sur de la Ciudad de México, por el que circulan compañías independientes, solistas, funciones especiales para niños y niñas y encuentros con compañías de todo el mundo, además de las funciones de los alumnos y alumnas del propio centro.
Isabel Beteta es una convencida de la necesidad de ofrecer danza a esta sociedad convulsionada, dar un respiro de vida y poder mirar más allá de una realidad violenta y violentada. Ha demostrado a muchas generaciones que la danza es generosa y que representará siempre un camino por el que vale la pena arriesgarse a transitar.
Yo la veo cada sábado al terminar una clase de ballet y hasta hoy no le he expresado mi felicitación y admiración profunda, vayan estas líneas para que las reciba, además del agradecimiento por contagiar su claridad y pasión por este maravilloso universo que es la danza.