Más Cultura

Un escritor proscrito: Vargas Vila, el gran ninguneado

El polémico autor colombiano, fallecido en 1933 y criticado por su retórica y misoginia, es recuperado aquí por sus críticas ideas morales y filosóficas

Vargas Vila al basurero de la historia. Como un pañuelo viejo y raído, Vargas Vila ha sido arrojado al cesto de los deshechos históricos. Después de tanto tiempo, no creo que la enorme fama que tuvo hace un siglo renazca ni que su obra o parte de ella sea finalmente reconocida por los estudiosos o los lectores; sobre todo porque sus novelas son en verdad indigestas y porque sus discursos provocadores-pesimistas-individualistas-ateos, chocan contra el sentido común —de intelectuales y legos— latinoamericano.

¿Quién se acuerda en estos tiempos de José María Vargas Vila (Colombia, 1860, España, 1933)? ¿Quién lo lee o conoce alguno de los títulos de sus innumerables libros? A lo más, del personaje y su obra queda —entre los pocos que lo han oído mentar— una lejana remembranza que evoca cursilería, gestos kitch y vahos de mal gusto; Vargas es el epítome del empalago verboso, el vástago tardío de una Belle Époque excesiva, una molécula híbrida e incierta formada por protones corrosivos, neutrones egocéntricos y electrones melosos.

El destino de Vargas Vila fue en vida gozar de las grandes ventajas que le obsequió la diosa perra del éxito (como decía D.H. Lawrence), manejando con astucia y ufana egolatría su celebridad; pero una vez difunto su fama decayó de manera abrupta. Vargas es de esos autores que en vida manejan con habilidad un marketing de su imagen, basado no tanto en su obra como en el personaje que proyectan de sí mismos.

Vargas el ninguneado, el descalificado. Hay que decir que existen varios Vargas Vila, como existen varios Baudelaire, varios Pessoa, varios Rousseau. Uno es el Vargas Vila novelista, el autor efectista que maquila planas historias pergeñadas en un estilo fin de siécle exacerbado, mormado de altisonancias, inflamado de laringitis verbal. En sus novelas, Vargas Vila es un escritor menor que describe personajes y tramas sin profundidad, ni matices, ni coloraturas, que busca darle gusto a un lector más o menos elemental que por entonces consumía sus libros. Otro Vargas Vila es el panfletista político, el antiimperialista, el crítico de las dictaduras latinoamericanas, el que de forma aguerrida, casi fundamentalista, se manifiesta moral y políticamente a favor de ciertos valores liberales.

Pero existe otro Vargas (quitémosle el Vila para diferenciarlo de los otros), el aforista-ensayista autor de El ritmo de la vida, Saudades íntimas, Huertos de agnosticismo, Del rosal pensante y otros textos olvidados, el de los diarios íntimos póstumos (que no se han publicado completos y de los que existe toda un folletón telenovelesco donde aparecen, entre otras monerías, las mañas de Fidel Castro y el servilismo de García Márquez), el que desgarra el sentido común y lo hace trizas con buido bisturí; el que escribe con una navaja que tasajea cuanto se le ponga enfrente empleando un estilo mucho menos afectado que el de sus novelas; un escritor complejo y complicado, que no es sencillo viviseccionar ni asir, rara avis, que malabarea con la filosofía, la literatura y la religión como un acróbata que domina su rutina; un comensal desusado que no fue invitado al banquete de la cultura latinoamericana y con quien resulta incómodo compartir una mesa llena de lugares comunes.

Es aquí donde Vargas tiene valor literario y discursivo; y es aquí donde los intelectuales y artistas latinoamericanos —tanto como los lectores que también le dieron la espalda— lo han descalificado y ninguneado sobremanera.

Me interesa rescatar a este Vargas aforista, al irredento individualista que solo negoció consigo mismo, que no transigió con grupos culturales, ni modas, ni ideologías, ni religiones; al moral, religiosa y filosóficamente incorrecto, que se atrevió a contradecir el sentido común y la doxa gregaria y uniforme de América Latina, pagando por ello un alto precio.

Vargas se aparte de la Federación de Aldeas. ¿Pero por qué este ajusticiamiento tan drástico —que va de la diatriba furibunda de los curas al ninguneo silencioso de los intelectuales del sur del río Bravo— contra un autor que en vida fue el escritor de América Latina más leído de la región y el primer escritor latinoamericano que vendió best sellers? La respuesta es simple: porque Vargas hacía dos cosas que el latinoamericano medio no soporta: comportarse con vanidad profesional y ser un individualista confeso; y es que Vargas descose no borda, deshace no edifica, en él la esperanza, individual, social, religiosa o política, es una falacia, una ilusión que el vulgo requiere para no ahogarse en una vida que sin fantasías ni maquillajes no resulta tan amable. Vargas era consciente de que su personalidad y su obra chocaban con la mentalidad media del latinoamericano y sabía que de haber nacido en otros lares, sus ideas hubieran sido recibidas de otra manera:

“Si yo hubiese nacido en Francia, en Inglaterra, en Alemania, aun en España, sería hoy millonario, mi obra tendría menos detractores, mi obra pertenecería a la historia, y no a la leyenda; la suerte me hizo nacer en una federación de aldeas, en una gran selva mental, donde la cosecha de hoy se llama envidia; y la de mañana se llamará olvido… ¿Por qué no nací siquiera en China?”.

La obra de Vargas se descarrila necesariamente de las vías de la tradición cultural y literaria de América Latina. El individualismo es más bien europeo y estadunidense; los latinoamericanos son más gregarios, valoran más el bien común que la libertad individual. Los discursos de los intelectuales de esta Federación de Aldeas nunca se tejen desde una grada individualista, se cocinan desde un palco societario que piensa más en la sociedad o en el pueblo —dos abstracciones inciertas— que en el individuo, que es un ente más concreto. Desde Rodó hasta Paz, pasando por Vasconcelos, Mariátegui y el Che Guevara, el intelectual de esta región es por definición edificante y moralmente correcto (aun organizando guerrillas): todos a su manera creen en el perfeccionamiento del Sapiens en general y del ser latinoamericano en particular.

Pero Vargas —que no cree sino descree de la cultura en todas sus acepciones— se ríe de esta ilusión (óptica) utópica; para él, no sólo el latinoamericano sino la especie humana es incapaz de mejorar su condición de manera real y efectiva; la insuficiencia de la naturaleza humana así lo dictamina. Los intelectuales latinoamericanos —que no hablan de las razones últimas de la vida y Vargas sí— no le perdonaron pensar de este modo y en lugar de enfrentarlo lo ningunearon; no hay peor agresión contra un intelectual que no confrontarlo, que no dialogar o discutir con él, que fue lo que hizo el intelectual latinoamericano revelando la angostura de su universo intelectual y las escasas variables en las que se mueve su cosmos discursivo.

Haciendo gárgaras del absurdo (medio siglo antes que Camus). El escéptico e individualista Vargas —que por destino, gracias a un espíritu chocarrero o por el mismo azar, nació de manera equivocada en una región culturalmente rezagada como es América Latina— se negó a hipotecar sus ideas en un discurso que no fuera el suyo propio, resistiendo a convertirse en un ventrílocuo de ideologías y doctrinas de todo color. Al hacerlo, Vargas no sucumbió a la locura, como Nietzsche; ni a la condición de poeta maldito, como Baudelaire; ni a la conversión religiosa resignada, como Huysmans, Tolstoi, Papini y una larga lista de escritores; ni a la defensa de utopías políticas, como varios surrealistas y otra larga retahíla de escritores. Desde una soledad acérrima, camuflada por la fama, el guerrero Vargas escribe una obra que si bien está influenciada por las ideas de autores afines, su rasgo más peculiar es la conformación de un irreductible y no negociable discurso personal, que al dibujar sus contornos, al afinar sus tonos, laceró a los latinoamericanos. Por qué en Europa y otras regiones del mundo no valoraron la obra de Vargas, es un tema complejo que podría abordar en otro momento.

Vargas no creía en Dios, el amor, la familia, la ciencia, la filosofía, la patria, la religión; no creía en la vida, en el sentido de la vida; sentía profundamente lo absurdo de la existencia humana; pero en lugar de angustiarse, autodestruirse o autocompadecerse, usaba un antídoto homeopático para no patinarse: escribir sobre este absurdo, rumiándolo, husmeándolo, observándolo como médico forense, haciendo gárgaras de su irracionalidad y empleando un cuidadoso estilo literario, todo en un tono que chisporroteaba ironía y falta de pudor.

Arrinconado en su nicho intelectual, Vargas zurcía sus ideas, bordaba sus pensamientos y exhalaba frases y oraciones abrevados de una interioridad corporal-cerebral ajena a espiritualidad alguna, sin dioses de por medio ni demonios merodeando; al hacerlo solo estaba él, su pluma y alrededor el mundo metido en un escaparate; así soportaba una vida que le producía sufrimiento pero nunca pérdida de control; todo con un rictus en los labios y un puño listo para madrearse a quien se lo mereciera.

Sirvan las líneas anteriores para acercarnos apenas a esa parte que me parece brillante y a veces genial, de un autor latinoamericano que nunca debió haber nacido en Colombia. A continuación, seleccionó una sucinta muestra de las negaciones y descreimientos del escritor Vargas, que no Vargas Vila, escritas con ironía, sapiencia y escepticismo, para que el lector coloque la punta de su lengua en algunos de sus guisos y juzgue sus desconcertantes sabores.

DIOS Y LA RELIGIÓN

—Decís que mis libros son hechos contra Dios; contra la religión; contra la patria; contra la sociedad; contra la familia; contra la mujer; contra todos los ídolos; contra todas las esclavitudes; contra todos los yugos... tenéis razón.

—Resueltamente entre Dios y el hombre no se sabe cuál encierra mayor cantidad de absurdo, ni cuál de los dos merece más el gozoso privilegio de nuestra risa; lo grotesco reside en ambos, con heroica enormidad.

—Dios no me expulsó a mí del cielo; yo expulsé a Dios de mis cielos interiores; y en eso fui más grande que Satán.

—La única religión posible es no tener ninguna; cambiar de religión es cambiar de esclavitud; trocar una mentira por otra es agravar la mentira misma; el hombre que cambia de religión es un esclavo histérico que no puede vivir sin amo, y siente sobre su cuello la incurable voluptuosidad del yugo.

AMOS, SERVIDUMBRE VOLUNTARIA Y MUJERES

—Al principio de un amor lo deseamos eterno, y algún tiempo después bendecimos a la naturaleza por haberlo hecho finito.

—El hombre libre es el que no ama y no quiere ser amado; porque ser amado es ser esclavizado: Libre es aquel que ha renunciado al amor en todas las formas.

—El Hombre sin Dios, sin Patria, sin familia, sin amigos…

—Es en los días de Sufragio Popular cuando siento mayor desprecio por los hombres y mayor vergüenza de ser uno de ellos; ¿qué necesidad tienen estos rebaños de buscarse un pastor? ¿Por qué se precipitan a las urnas para elegirse un amo?

—Si una mujer vacila mucho antes de conceder su mano a un hombre, estad seguros de que no lo desprecia aún bastante para hacerlo su marido.

—¿Por qué las mujeres son indescifrables? Porque ellas que todo lo traicionan tan fácilmente no se traicionan nunca a sí mismas; esa es tal vez su única fidelidad.

PAÍSES “EN DESARROLLO” Y OTROS IMPOSIBLES

—Hay pueblos espectrales, pueblos fantasmas que se empeñan a vivir como una aparición; ellos se sobreviven pero no viven; son una ficción no una realidad… ¿Qué hacer con estos pueblos? Dejarlos morir.

—Los bárbaros se civilizan, es verdad; pero a condición de barbarizar la civilización. (Creo que esta frase explica la situación actual de América Latina y en particular la de México. Nota de JGR).

—La soledad de un hombre honrado es deliciosa; la de un pícaro debe ser insoportable como la de un tonto; los pícaros y los tontos no pueden nunca estar solos; por eso fundaron la sociedad y reinan en ella.

—Dudad; ninguna fe ha sido tolerante; la duda es la tolerancia; la fe ha levantado hogueras; la duda jamás las levantará; toda fe es una tiranía; y todo creyente es un esclavo; no creáis.


Facebook: Jorge García-Robles

Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.