Cultura

Sergio Ramírez: búsqueda permanente de libertad

Literatura

El escritor nicaragüense, actualmente en el exilio, forma parte de ese grupo de intelectuales que tiene una partición activa en la vida política y social de su país y del continente, respetando los límites que la creación literaria exige.

A Estela Ruiz

¿Para qué sirve la literatura?, se preguntan muchos. Piénsese: si de nada sirviera, ya hubiese dejado de existir el exilio de los escritores. Nuestra América poco ha avanzado a la tolerancia de las ideas; seguimos empequeñecidos por los enanos políticos que llegan al poder —ya sea de izquierda o derecha—, todos insertos en un populismo de salidas fáciles para problemas profundos.

Conmemoramos la vida y obra de Sergio Ramírez, ochenta años de una trayectoria en la que ha luchado incansablemente por sus ideales; cuando las armas y los discursos le fueron insuficientes, encontró en la palabra escrita el cañón de la libertad; y es probable que en sus años de lucha trajera en su mente las palabras de Rubén Darío: “¡Oh tierras de sol y de armonía, aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!”

Forma parte de ese grupo de intelectuales que tiene una partición activa en la vida política y social de su país y del continente —Rómulo Gallegos, Carlos Fuentes, Alfonso Reyes, Pablo Neruda—, respetando los límites que la creación literaria exige —la no contaminación ideológica.

Sergio Ramírez logró no enamorarse del poder, ser crítico de la descomposición que todo movimiento revolucionario tiene, el mayor ejemplo: la Revolución Cubana. En Ya nadie llora por mí (2017) la Reverenda comenta: “Ya ve que tengo razón, se pasó al lado del enemigo —dijo ella—. Usted y yo estuvimos junto a los pobres en la revolución, cada uno en su trinchera; yo sigo en el mismo sitio, pero usted desertó”. Por esto no es paradójico que en la realidad su compañero de armas, Daniel Ortega —uno más de los dictadores bananeros de nuestra región—, se convirtiera en su principal inquisidor, quien como buen censor atacó primero la biblioteca del escritor, espacio de libertad y de creación de ideas que son corrosivas para toda dictadura.

Si las armas de la guerra no son suficientes, Ramírez recurre a las letras. La creación y la realidad, dos terrenos donde se mueve siempre. Es la acción—en el Frente Sandinista, por ejemplo— el espacio donde construye su diálogo, sin percatarse que las ideas son insuficientes cuando las ambiciones del poder rebasan todo aquello por lo que se luchó.

A pesar de la desilusión, no se alejó de sus ideas. Vuelve con el arma cargada de ellas, que resultan ser más peligrosas que un tanque de guerra. Por ello en las dictaduras se censura a quienes piensan, se les expulsa y se les tacha de enemigos de la revolución.

A lo largo de su literatura edifica el terreno desde donde construirá la descripción de su tiempo. Construye un personaje como el inspector Dolores Morales, que en su deambular por Nicaragua, no solo describe la realidad de aquel país, sino que regresa a la historia para comprender mejor el presente inestable y mirar con preocupación el nulo futuro. El escritor tiene claro el espacio donde se mueven sus personajes con todos problemas y complejidades: Nicaragua. Que es todos los países, porque comparten la encrucijada de no saber a dónde van y de no entender de dónde vienen.

Si por un lado describe la erosión y la transformación de Daniel Ortega, por el otro escarba en los problemas profundos, los lujos y la pobreza, “la mansión más famosa del país, tres pisos, doce habitaciones, dos ascensores, cuatro salas de estar, sala de billar, aire acondicionado central…” (El cielo llora por mí, 2008). Países en pobreza, donde la revolución —ya sea armada o de ideas— es el pretexto para satisfacer la promesa incumplida. Esperanza abierta de manera constante para un futuro mejor, el cual nunca llega, y lo único que aumenta es la brecha entre los distintos grupos. Las periferias: empobrecidas y utilizadas como mano de obra barata; las ciudades, poseedoras del desarrollo y las oportunidades. Ramírez traza de manera amplia la geografía de su país que es la de cualquiera de nuestros países.

Se observa en su literatura la preocupación permanente de la relación que se tiene con los Estados Unidos: económica y política, donde hay un dominio total del país de norte. Y ese control se incrementa con la seudo lucha contra el narcotráfico, que es una herramienta de influencia sobre la política interna de las naciones latinoamericanas. Y todo ello viene a eclosionar cuando los grandes grupos de migrantes recorren como peregrinos tierras inhóspitas y peligrosas para llegar a la promesa del paraíso. ¿Qué hacemos con las migraciones? ¿Cerrar las fronteras o buscar soluciones? Tendría que ser lo segundo, el siglo XXI será de las migraciones. Ni mil muros detendrán un fenómeno que tomará fuerza año con año. La solución está en el diálogo de las naciones, lejano aún con los políticos que nos gobiernan. Esa es la realidad de la que nos habla Sergio Ramírez, ¿se entiende o incomoda? Lo segundo. Por ello escribe y denuncia desde Europa, en espera del regreso de la libertad a Nicaragua; todo esto resultado del discurso de odio y división —entre buenos y malos— que ha imperado en los tiempos que corren. Es como si la historia se repitiera, él relataba en Adiós muchachos (1999): “En un país dividido para entonces en dos únicos bandos, solo se podía estar en contra o en favor del poder revolucionario”.

Sergio Ramírez se alimenta de una larga tradición, y regresa a Cervantes. “La tradición de la Mancha”, como la nombró Carlos Fuentes. El inspector Morales, sabe que es el personaje de su propia historia. Invita al lector a ser partícipe de ella; también lo sabe Sofía, se lo dicen: “Tiene los mismos ojos de su muchacho —dijo, separándose del abrazo, y le sonrió—. Nunca se me ocurrió relacionarla con él, extrañas cosas de la vida; pero la conozco bien, claro que la conozco. Toda una heroína de novela” (Ya nadie llora por mí, 2017).

El ganador en 2017 del Premio Cervantes, nos anuncia de donde viene, usa la palabra para retratarnos los momentos que pareciera habían quedado en el pasado: la represión a las manifestaciones populares; la violencia contra la Iglesia; la guía de la bruja Zoraida, quien recomienda colocar árboles de la vida para mantener el poder, pero es quizá la descripción minuciosa que hace de la matanza de los estudiantes, lo que demuestra porque es una de las plumas más lúcidas: “sea porque, despierta con la balacera, había escuchado ya la bolina de voces dentro de la casa, el caso es que al corto rato apareció despejada de sueño en la sala y fue directa a examinar al herido, tras de lo cual me llamó aparte para avisarme de que su condición era desesperada, pues la bala le había roto el cráneo, exponiendo la masa cerebral y lo único que podía hacer era agregar tramadol al suero” (Tongolele no sabía bailar, 2021).

En la obra de Sergio Ramírez se encuentra de manera permanente su búsqueda de la libertad a través de la imaginación y la palabra escrita.

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