Cultura

[Semáforo] Neotenia

Stephen Jay Gould afirma que la especie humana es neoténica. Es decir, que alcanza la madurez reproductiva desde su estadio juvenil y conserva de por vida algunos caracteres muy peculiares.

Stephen Jay Gould afirma que la especie humana es neoténica. Es decir, que alcanza la madurez reproductiva desde su estadio juvenil y conserva de por vida algunos caracteres muy peculiares que, en otros monos, solamente se hallan en etapa de desarrollo, pero no en su madurez: cráneo abovedado y cerebro grande respecto del cuerpo, rostro pequeño, pelo solo en cabeza, axilas y región púbica. Pero el rasgo principal es la colocación del foramen magnum, es decir, el agujero del cráneo por donde sale la médula espinal, que en los humanos queda siempre en la base, desde el estado fetal.

Louis Bolk, anatomista holandés, propuso la tesis neoténica por allá de 1890. Se ha olvidado la profundidad de sus consecuencias. Antes de Bolk, la antropología creía en una evolución ascendente: los seres sobre el mundo comienzan con lo más bajo, virus, bacteria, y ascienden, eslabón tras eslabón, hasta la cúspide: el hombre blanco, por encima del amarillo y del negro. Es la famosa “Gran Cadena del Ser”.

Pero, si la neotenia define a la especie humana, entonces había que cambiar la jerarquía. Cuenta Gould que al menos un científico, Havelock Ellis, aceptó esa consecuencia evidente, y reconoció la superioridad de las mujeres, aunque eludió la correlativa superioridad de los orientales. Al comparar a los hombres del campo con los de la ciudad, descubrió que la anatomía de estos últimos tendía a parecerse a la de las mujeres, y proclamó la superioridad de la vida urbana: “El varón de cabeza grande, rostro delicado y huesos pequeños, que encontramos en la civilización urbana, se aproxima más que el salvaje a la mujer típica. No solo por la cabeza grande sino también por el mayor tamaño de la pelvis, el hombre moderno sigue el camino evolutivo recorrido inicialmente por la mujer”. Tal vez haya sido la primera postulación “científica” de la superioridad femenina. Nadie quiso seguir las consecuencias: todo el racismo científico se hubiera derrumbado. En cambio, continuaron viejos modos para reponer la ideología de la superioridad racial. Con Gobineau se reorganiza la ideología aria desde la filología de Schlegel; los eugenistas confundieron la evolución con el progreso.

Nadie reparó en un yerro palmario: los rasgos neoténicos son una adaptación, no un elogio de la debilidad. Con razón, hoy nos avergüenza la vida urbana, porque nos vuelve flébiles; se acabó el racismo científico y cunde la admiración que Herman Melville descubrió en los polinesios en su libro Typee (1846): “Al recordar que estos isleños no sacaban ninguna ventaja del uso de la ropa, sino que aparecían con toda la desnuda simplicidad de la naturaleza, no pude evitar compararlos con los finos caballeros y dandis que pasean sus figuras tan irreprochables por nuestras transitadas calles. Desprovistos de los agudos artificios del sastre y erguidos en el atuendo del Edén, ¡qué lamentable visión serían esos lacayos de hombros caídos, piernas canijas, cuellos de grulla, que son los hombres civilizados! Los rellenos de las pantorrillas, los pechos acolchados y pantalones científicamente cortados les valdrían de nada, y el efecto sería verdaderamente deplorable”.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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