Nada sucede en el Teatro Juárez sin que Isidro Guerrero, su coordinador operativo, lo autorice. Tiene 43 años de laborar en este foro, inaugurado el 27 de octubre de 1903, con la asistencia de Porfirio Díaz.
Por velar por la integridad de este inmueble, entre broma y en serio le dicen que es el dueño de este lugar, que está bajo la dirección de Rodrigo Jiménez.
Don Chilo conoce cada rincón del foro, máximo recinto del Festival Internacional Cervantino. Es tal su trascendencia, indica, que en días pasados Juan Alcocer, director del Instituto Estatal de la Cultura, recibió una Luna de Plata que le otorgó el Auditorio Nacional por ser un espacio único.
En entrevista para MILENIO, cuenta que su interés por las artes escénicas nació cuando participó, por primera vez, como comparsa en Los Entremeses Cervantinos, de la mano de su creador, Enrique Ruelas, propuesta escénica que fue el antecedente del Cervantino.
“Me fui relacionando con Alfredo Pérez, encargado de audio del Teatro Universitario; cuando se enfermó tuve que entrarle, porque yo sabía las entradas y salidas de los montajes y me convertiría en técnico. Entonces me invitaron a trabajar en ese departamento de la Universidad de Guanajuato como técnico de audio en el Teatro Juárez”.
Fue testigo de las reparaciones del inmueble, incluido su cambio de techumbre, y le tocó presenciar el primer Cervantino. En 1970 hubo una gran restauración del Teatro Juárez y él participó cuando era estudiante de ingeniería. Comenta: “Empecé a conocer cada rincón del recinto y qué le dolía realmente al espacio”.
Recuerda que en 1973, con el cambio de poderes y de gobierno, el Cervantino no se realizó, y fue hasta 1974 cuando se retomó. Él fue invitado a colaborar: “Cuando vi el Teatro Juárez, me dije: ‘¡Me voy!’ Y empecé a trabajar aquí como técnico de audio”.
Guerrero, quien generalmente no da entrevistas, accedió a compartir sus vivencias con MILENIO. Trae a la memoria que en 1974, en el segundo Cervantino, los grupos eran traídos por las embajadas y eran de una calidad excepcional.
Así se fueron sucediendo los festivales, hasta que el Cervantino se convirtió en el más importante de México y uno de los más reconocidos del mundo. Comenta: “Eso fue gracias a la primera dama, Carmen Romano de López Portillo, quien asumió las riendas durante un sexenio. Había un gran presupuesto y en consecuencia se presentaron muy buenos espectáculos, de lo mejor del mundo. A la señora le gustaba mucho venir al Teatro Juárez, le encantaba estar aquí con sus invitados; siempre teníamos un piano, por si quería tocar”.
De lo que ha visto pasar por el recinto, que ahora luce un listón negro por las víctimas de los sismos recientes, se queda con la presentación del bailarín Jorge Don, quien interpretó con maestría, temple y belleza extraordinarias Bolero, de Ravel, del coreógrafo Maurice Béjart.
“Mis respetos, su entrega en el escenario fue total; hubo momentos de silencio fuera de lo normal, y al final de su extraordinaria actuación quedó exhausto... Después de los aplausos volvió a ser él”, evoca.
Don Chilo comparte un secreto: “Mi lugar preferido para escuchar un concierto es la galería; pero si el espectáculo es de danza, se tiene una mejor perspectiva desde la parte de atrás de la sala. Si se trata de ópera, se aprecia mejor desde las primeras filas”.