Este poema aparece en De la finitud (Alfaguara, 2016), libro misceláneo que el autor alemán escribió durante los últimos años de su vida y al que además ilustró
Lo que de niño
me asustaba hasta ponerme el miembro tieso
era una frase —“Dios lo ve todo”—
escrita en los muros con letra picuda;
pero ahora —desde que Dios ha muerto—
da vueltas arriba un dron no tripulado,
que no me pierde de vista
con un ojo sin pestañas que no duerme
y todo lo almacena, no puede olvidar nada.
Me vuelvo infantil,
tartamudeo plegarias incompletas incoherentes,
quiero pedir gracia y absolución
lo mismo que mis labios en otro tiempo al acostarme
pedían indulgencia tras cada caída.
Me oigo susurrar en el confesionario:
Ay, querido dron,
te pido perdón,
para poder ir al cielo de rondón.