Leamos la siguiente descripción: “El hombre seguía en la misma mesa y se internaba en la frágil memoria de los objetos: el último malabar de un cigarro, la vida inútil de una servilleta”. Y esta revelación: “Así que empezamos a asfixiar a las víctimas lentamente, buscando en el aliento que se extinguía alguna palabra, algún número secreto que nos acercara a la profecía final”. Pertenecen a dos de los diez cuentos incluidos en El clan de los estetas (Universidad Veracruzana, México, 2016) y dan cuenta suficiente de una vocación por el detalle, una justeza de tono y un respeto sincero por las palabras. No son atributos menores en un tiempo en el que la impostura gana premios y favores.
Alejandro Badillo entiende el relato como la posibilidad de adoptar otro punto de vista, no el de la extrañeza o el desorden sino el del entresueño: la vida se confunde con un libro profético o con la legendaria genialidad de un autómata y la muerte individual puede pasar por un hecho capaz de prefigurar el destino de la humanidad. En este sentido, prefiere ponerse en los zapatos de un creyente acaso loco cuya religión se ha extinguido que trabajar para una compañía de seguros, como el hombre con un formulario siempre en la mano que toma las páginas de “Memorias incompletas del desempleado Rodríguez”.
Para ejemplificar esta mirada volcada hacia el entresueño me limitaré a un solo relato: “Objetos perdidos”. Mientras los días se les van en vender boletos para una ruta desahuciada de autobuses, un viejo y un muchacho miran cómo su pequeña oficina comienza a recibir objetos de cualquier clase hasta que toda ella termina transformada en el pueblo ya sin almas donde habitan. El narrador juega a instalarnos en una calma insustancial y cuando más seguros estamos de que los personajes son también los personajes de una metáfora del infierno se impone una visión aún más terrible: la del espacio lleno como antesala del espacio vacío.
No quiero celebrar solo el amplio registro de los argumentos —el western a la mexicana, el homenaje a Las mil y una noches, la estampa calviniana, el abismo sentimental, la distopía apocalíptica—; quiero señalar el cuidado con el que Alejandro Badillo urde cada uno de sus relatos, siempre sin prisas ni arrebatos. Esta disposición táctica tiene en cuenta a un lector que no se solaza con un texto a la medida de sus deseos sino que aspira a verse fuera de sus casillas. Incomodar, trastocar, rasgar, subvertir, alterar, descoser, son las acciones —por encima de esa experiencia conformista que es sorprender— a los que debemos invocar una vez que encontremos nuestro lugar en el mundo entresoñado de Alejandro Badillo.