Este año el tema de la edición 45 del Festival Internacional Cervantino es la revolución, que se convirtió también en el hilo conductor de las exposiciones que integran el programa que se expande en la ciudad de Guanajuato y se extiende más allá de las fechas cervantinas.
¿Qué es lo revolucionario? ¿La temática, la aproximación formal, el argumento, el proyecto, el formato, el proceso, la obra en sí? Hay trabajos y artistas cuya revolución está en el hacer, en el planteamiento y no en la ideología; hay quienes eligen abordar temas que indagan el significado de revolución a partir de formatos, técnicas y estrategias convencionales.
El menú es vasto y está integrado por 30 exposiciones que van desde la revisión de propuestas que en su momento fueron revolucionarias como Transición-Ruptura, de la Colección Femsa, que se presenta en el Museo Casa Diego Rivera, hasta las exposiciones de José Luis Cuevas y Manuel Felguérez en el Museo Iconográfico del Quijote que nos recuerdan cómo estas dos figuras, una a través del dibujo y otra de la abstracción, trazaron vías alternas más allá de la cortina de nopal.
También están los artistas que hurgan en conceptos derivados de lo que implica la revolución, como se ve en el trabajo de Alexis de Chaunac, quien reflexiona visualmente sobre El hombre rebelde de Albert Camus, o se experimenta como lo proponen Víctor Lerma y Mónica Mayer, creadores del archivo Pinto mi raya, para quienes la pregunta ¿Revolución o participación? no se limita al título de una muestra, sino que ha sido el eje de su trabajo. Estas dos exposiciones forman parte de la mirada al Cervantino de la Universidad de Guanajuato, que además alberga la pieza “Nivel de confianza” de Rafael Lozano Hammer, quien usa la tecnología para conectar, a través de algoritmos, los rasgos del espectador con los de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.
Sin embargo, hay dos exposiciones que resultan una delicia porque son provocadoras: Víctor Serge, el revolucionario errante, en la que más allá de pensar el papel de este escritor antes, durante y después de la Revolución rusa, está la mano y ojo de Vlady, su hijo y explorador de lo visual, quien asumió que la pintura es movimiento perpetuo; y Arte indígena contemporáneo. Loö Litzbeë (la casa del viento), una probadita de la creación actual de artistas que, como el oaxaqueño Baldomero Robles, nos recuerdan que lo contemporáneo tiene no solo muchos matices sino perspectivas que irrumpen en la convencionalidad de lo global y lo políticamente correcto.