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Nochebuena: Lunetas para los niños

Las mamás designadas sacaron del clóset los accesorios para el nacimiento, y la Yunyuneta, Bella, Yulis, Mocochango, Tiroloco y Flacoyo fueron muy acomedidos para acarrear pesebre, vacas y bueyes.

La Yunyuneta ha esperado ansiosa este día. En la vecindad hicieron un concurso y ella resultó el máximo monstruo come galletas de varias cuadras alrededor: pusieron un hilo como tendedero y en ella colgaron las golosinas; luego convocaron a los menores de cinco años para que con la boca las atraparan y engulleran; los dos que mayor número acumulara, sostendrían cada uno el extremo de la pañoleta con dulces sobre la que depositarán al Niño Dios la Nochebuena y, en esa especie de hamaca, lo arrullaran.

Toda la semana estuvo entretenida. Sus padres no le dieron reposo: la llevaron al tianguis y regresaron cargados de bolsas con fruta para el ponche, musgo para el nacimiento, heno para el árbol de Navidad y el papel sobre el que los chiquillos del vecindario colocarían el Nacimiento.

Este año determinaron instalarlo en la vivienda de alguna vecina, pues el año anterior, por mayoría, los vecinos decidieron que estaría al centro del patio; fue caldo para las desavenencias: porque pasaban los perros encima de él, porque los grandulones no respetaron y jugaban futbol, ocasionando destrozos; lo peor fue cuando don Menudín llegó de una posada hasta las chanclas, y acabó a medio patio; a gatas, llegó hasta el Nacimiento y ahí lo vieron los inquilinos al salir rumbo al trabajo. Lo peor: orinado. Las doñas llenaron recipientes con agua y así, a cubetadas, lo arriaron hasta su casa, blasfemo éste, caray.

Las mamás designadas sacaron del clóset los accesorios para el nacimiento y la Yunyuneta, Bella, Yulis, Mocochango, Tiroloco y Flacoyo fueron muy acomedidos para acarrear pesebre, vacas, bueyes, borricos, pastorcillos; a San José y la Virgen, a Melchor, Gaspar y Baltasar…

—Tengan mucho cuidado, que son de barro y se rompen fácil las figuritas —recomendó Nata, madre de Yunyuneta, al recordar que Mocochango, a sus cuatro años de edad, carga la negra fama de tener manitas de lumbre: lo que toca, destruye. Melchor, Gaspar y Baltasar no fueron la excepción: tropezó con una jerga, apachurró a los Reyes Magos y se partió un labio al dar contra el suelo de cemento.

—¡A ejó in abeza a los Eyes Agos! —fue con el chisme Yunyuneta.

—¡Thash onto, onto! —secundó Yulis, y se dio a la tarea de recoger las tres cabezas coronadas. Bella cogió de la mano a Mocochango y lo llevó hasta la cocina; Nata lo vio con la boca llena de sangre y se desvaneció; los niños gritaron espantados y presurosa llegó Alcira, rauda cogió una cebolla, la rebanó y —sabedora de la homofobia de su comadre— con ella le frotó cara y nuca hasta volverla en sí.

—¡Epantates a i amá! —reclamó Yunyuneta a Mocochango y tiró de sus cabellos; el bodoque soltó otra andanada de berridos y en dos por tres su madre ya reclamaba: quién fue, díganme quién le pegó a mi chiquito para romperle su madre; cómo serán de encajosos, él no se mete con nadie: si fue por las figuras rotas, díme Nata y yo lo corrijo, pero no me lo maltrates…

Alcira explicó como pudo la situación, pusieron agua oxigenada en el labio de Mocochango y el asunto no pasó a mayores. Los chiquillos volvieron en grupo al acarreo de figuras para el Nacimiento y mujeres y hombres les ayudaron a tender el papel de estraza sobre el que distribuirían a los personajes de la Navidad. Yunyuneta quiso elaborar el río y Bella le arrimaba lo necesario, incluso los pecesillos plateados, piedrecillas para delimitar las riberas, y hasta un buzo que, como salmón, nadaba aguas arriba elaboradas con papel de estaño.

Yulis, Mocochango y Tiroloco se hicieron del espejo que utilizaba el padre de Flacoyo para rasurarse y lo bordearon con el aromático musgo, colocaron cisnes, patos, garzas de patas sonrosadas y minúsculos barquitos de papel sobre la bruñida superficie, y remataron con un faro sobre una roca.

Flacoyo y otros chiquillos distribuyeron musgo sobre la rugosa superficie de estraza y sobre la campiña dejaron pacer a vacas y ovejas; las gallinas y guajolotes tuvieron suficiente espacio para sí, y los pastores y campesinos rodeaban la figura de una rolliza mujer que, en cuclillas, echaba tortillas sobre un comal de barro en el que ollas y cazuelas del mismo material aguardaban a los comensales.

Alcira y Nata, ya repuesta del susto y con la ayuda de la apaciguada mamá de Mocochango, se encargaron de instalar el pesebre con la Virgen y San José dentro, acompañados por el burro, el buey y la vaca que con su vaho brindarían calor al Niño Dios en cuanto naciera. Sobre el portal colocaron un cometa de cartoncillo y diamantina: la estrella de Belem, y la gran rama de pino que guarecía al pesebre fue colmada con lucecillas, pelo de ángel, esferas multicolores, serpentinas, nieve de unicel y minúsculas cajitas de regalos.

Entre las figuras de José y la Virgen las doñas pusieron la que sería primera cuna del Niño Dios, como nido de colibrí, por ahora vacía. Ladera abajo ya se veían las figuras de los resarcidos Reyes Magos en marcha, con la mirra, el incienso y el oro para ofrendarlo al Rey de Reyes. Tras una roca el rojizo Satanás acecha.

—Os Eyes Agos e an a taer al Ome Aña, Ana y Elsa —dijo Yunyuneta fascinada ante el paisaje que entre todos crearon, y dirigiéndose a Mocochango les dijo:

—A ti no e an a taer ada poque epantates a i amá...

Mocochango contuvo el llanto. Su madre le dio un zape en la cabeza y una advertencia:

—Cuidadito y llores, porque no sales a las piñatas... Bella no quiso quedarse atrás, dio otro zape a Mocochango y para que no se le olvidara recordó:

—¡Thash onto, onto!

Yulis remarcó:

—¡Onto... Onto! O as a lompel iñata, onto...

El rostro de la mamá de Mocochango enrojeció, pero Nata se apresuró a incorporarla a otros quehaceres: entre las dos arrastraron un garrafón con agua y lo vaciaron sobre una enorme olla de peltre que, sobre la estufa, contenía las frutas necesarias para hacer el ponche: trozos de caña de azúcar, tejocote, jamaica, manzana picada, gajos de naranja, guayabas, piloncillo, agua, rajuelas de canela....

—Verás que para cuando arrullemos al Niñito Jesús ya estará en su punto, amiguita, ¿verdad que sí, Alcira?

La amiga asintió, pero no quitaba un ojo de encima a Tiroloco y Flacoyo; solidarios con Mocochango, lo alejaron de Yunyuneta, Bella y Yulis: no dejaban de restregarle al niño que por su culpa Nata se espantó. Fue hasta la cocina. El calor la reanimó y se sumó a la conversación de las otras mujeres.

Alcira no tiene hijos. Su marido, chofer en una Secretaría de Estado, espera un crédito de vivienda para dejar la vecindad. Ya instalados, un bebé podría desarrollarse en un ambiente ajeno a la chiquillería de la vecindad. Ese era su sueño.

Pero no el de Alcira: “Prefiero los niños ajenos que amargarme con los propios”. Se divertía con las actitudes y decires de los chiquillos, a los que ahora consentía adelantándoles bolsitas con dulces: los aguinaldos.

Golosas, las niñas abrieron los suyos y enseguida fueron hasta los niños: cada una arrebató su bolsa a cada chamaco, le entregaron la suya y fueron al rincón donde yacían las piñatas, a la espera de su turno. Yunyuneta extendió su manita a Alcira y le ofreció un ácido y picante Pelón Pelorrico:

—¿Edad qe as iñas omen Elón Peoico y os iños Unetas e ocolate y chillan? —y remató su dicho con risas y saltitos que hicieron reír a todos, mientras llegaba la hora de arrullar al Niño Dios.

*Escritor. Cronista de "Neza".

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Emiliano Pérez Cruz
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