Hace 170 años, en septiembre de 1846, se descubrió al planeta Neptuno. El hermoso astro verde azul, descubierto con lápiz y papel, nos cuenta una historia de secretos envuelta en el silencio de los años. Su tenue brillo en la oscuridad del firmamento representa también al resplandor de la razón
Crono sabía que su destino era ser derrocado por uno de sus hijos. Él mismo había depuesto a su padre de manera cruel y es por eso que, en un mórbido afán por evitar la fatalidad, se tragaba a sus hijos en cuanto nacían. Cuando el sexto estaba por nacer, la madre Rea ideó un plan para salvarlo. Dio a luz a Zeus en secreto y le entregó a Crono una piedra envuelta en pañales que se tragó enseguida creyendo que era su hijo. Cuando nació Poseidón, Rea hizo lo mismo. Algunos dicen que en esa ocasión Rea simuló haber parido un potro que dio a Crono. Luego hizo lo mismo con Hades. Los tres hermanos crecieron en un rebaño de corderos, ocultos a la mirada del padre. Cuando crecieron, el destino desplegó sus alas y levantó el vuelo. Zeus liberó a sus hermanos del vientre de su padre y el mundo se dividió en tres partes: el cielo y la tierra fueron para Zeus, Hades gobernaría el inframundo y Poseidón los mares.
En Roma, el Zeus griego fue nombrado Júpiter, Hades pasó a llamarse Plutón y Poseidón se denominó Neptuno. Todos ellos surcan nuestro cielo sin cesar.
Neptuno no solo permaneció oculto a los ojos de su padre por mucho tiempo, cuando por fin tuvo el poder de elegir, decidió vivir en el fondo del océano. Fue esta elección de las profundidades marinas la que mantuvo a Neptuno por tanto tiempo lejos de las miradas, en un abismo de tinieblas.
Hace apenas 170 años que la distante mota de luz, antes vista con los ojos pero no con la inteligencia, apareció en nuestro sistema solar.
En ese entonces se pensaba que la gravedad era una fuerza que actuaba entre los cuerpos atrayéndolos entre sí. Cuanto más grandes los objetos mayor la intensidad de la fuerza, cuanto más cercanos más fuerte la atracción. La observación de este comportamiento de la naturaleza representó un avance importantísimo en la comprensión de muchos fenómenos: explicó la órbita de los planetas alrededor del Sol y la de la Luna alrededor de la Tierra. Nos mostró también por qué los objetos caen como queriendo llegar al centro de nuestro planeta y nos explicó el movimiento de las mareas.
Durante muchos años esta idea de la gravedad fue puesta a prueba y uno de los resultados más espectaculares de su universalidad y precisión fue el descubrimiento de Neptuno, el planeta más alejado del Sol en su momento.
Cuando ya se conocía al planeta Urano, las mediciones más precisas de las orbitas de Saturno y Júpiter mostraban un comportamiento distinto al esperado. El principio con que opera la gravedad nos dice cómo se mueven los planetas, pero en esta ocasión la previsión no coincidía con la realidad. Esto colocó a los físicos ante el dilema de abandonar las ideas planteadas o de aventurarse en la búsqueda de una explicación que permaneciera fiel a lo conocido.
Fue entonces que el inglés John Couch Adams (1819–1892) por un lado, y el francés Urbain Le Verrier (1811–1877) por otro, pronosticaron la presencia y posición de un planeta hipotético. Si un objeto estuviese ahí perturbaría la trayectoria de sus compañeros desviándolos de su curso. Los cálculos predecían la existencia de un nuevo planeta.
Neptuno fue encontrado en 1846 muy cerca de la posición calculada. En esta ocasión, como en muchas otras, el debate entre Francia e Inglaterra sobre la prioridad del descubrimiento fue intenso —hasta hace poco, cuando en 1998, “los archivos de Neptuno” que por muchos años habían estado perdidos, salieron a la luz—.
Los documentos, encontrados en una ciudad de Chile, aclararon los hechos al mismo tiempo que revelaron una historia fascinante de reclamos de prioridad, pasión e intriga detrás del descubrimiento.
Fue la chilena Elaine Mac Auliffe quien al embalar las pertenencias de un astrónomo recién fallecido en la Serena, Chile, se encontró con una caja llena de papeles debajo de la cama. Los archivos que Olin Eggen había robado del Observatorio Real de Greenwich fueron, por muchos años, un inusual tesoro de papel bajo su catre.
Estos viejos documentos con el sello real acabaron por mostrar que Adams había calculado la existencia de Neptuno con graves inconsistencias y errores considerables. Francia ganó el debate por vía de la precisión.