La prostitución y comercio sexual son temas tan antiguos como el estigma que existe a su alrededor. Como estará la polémica que hay organizaciones feministas que incluso cuestionan la pertinencia del término “trabajadora sexual”. Marta Lamas, experta con más de dos décadas de estudio histórico, legal y de campo sobre este tema, plantea la necesidad de diferenciar lo que es la trata de personas del comercio sexual. La académica publica El fulgor de la noche (Océano), un estudio de campo en el que plantea que el comercio sexual debe considerarse una actividad laboral que merece seguridad, derechos y reconocimiento para quienes la ejercen.
Usted habla de comercio sexual y sin embargo, hay organizaciones abolicionistas de la prostitución que no aprueban el término.
En el comercio alguien vende y alguien compra. El término prostitución estigmatiza a quien vende pero invisibiliza al que compra. Por eso hablo de comercio sexual y de las mujeres que se dedican a esto como trabajadoras sexuales. Desde los años 70, ellas mismas plantearon una resignificación. Argumentaron que no les parecía el término de puta o prostituta por la carga negativa y la unilateralidad que tiene. Pidieron ser llamadas trabajadoras del sexo, porque además estaban en una batalla para tener derechos laborales, como las licencias de empleado no asalariado que da el gobierno de la Ciudad de México a quienes venden sus servicios en la calle, sin que medie una relación patronal, como los cilindreros o los boleros. En 1997 un grupo de trabajadoras sexuales empezó a pedir su licencia y las rebotaron hasta que metieron un litigio estratégico y, mediante un amparo, consiguieron que una jueza las reconociera de manera que pudieran conseguir este documento.
También hay personas, incluso grupos feministas, que piden la abolición del comercio sexual.
Sí, hay quienes lo ven como una práctica que denigra a las mujeres. Quienes buscan el abolicionismo son sobretodo grupo religiosos, pero es verdad que el feminismo está dividido en este tema. La diferencia fundamental está entre las abolicionistas y quienes hablamos de comercio sexual.
¿La diferencia es una connotación moral?
Claro. No creo que el trabajo sexual sea como cualquier otro porque hay un estigma. Nadie dice con gusto “mi hija es puta”. Se reconoce que es un trabajo que, en las condiciones de patriarcado y capitalismo, puede reproducir la idea de que las mujeres son objetos sexuales, pero eso no implica querer desaparecerlo porque entonces ¿de qué va a vivir la gente? Necesitaríamos cambiar al mismo tiempo el tejido económico.
Usted ofrece testimonios de trabajadoras sexuales que prefieren dedicarse a esto.
Sí, si se aboliera el trabajo sexual, ¿en qué trabajarían y cuánto ganarían? Entrevisté a una chica de La Merced y me dijo: “Explotada cuando trabajaba limpiando oficinas por 70 pesos al día. Aquí ganó 500 pesos en dos horas, ¿de qué explotación me hablas?”. En el sistema capitalista cualquier trabajo implica explotación, todos producimos y no nos quedamos con todo el fruto de nuestro trabajo. Los medios de comunicación se escandalizan con la explotación sexual pero no con la de las trabajadoras domésticas. Uno de los argumentos del libro es que dentro del trabajo sexual hay de todo: algunos son horrendos, con amenazas; otros son tolerables; y unos más son divertidos. Es algo que pasa por la capacidad de elección de la mujer y su derecho a la autonomía. La pregunta en todo caso es ¿por qué el trabajo sexual es el mejor que puede conseguir una mujer de acuerdo con su nivel educativo? Incluso hay universitarias que ganan más dentro del trabajo sexual que en su profesión. Hay una complejidad de mecanismos que lo convierten en una labor flexible y redituable. Es un fenómeno complejo que atraviesa por razones económicas, políticas y psíquicas.
Pero el lenocinio es una constante en el trabajo sexual.
Si lucho por su regularización no es porque sea lo máximo, sino porque en este momento las extorsionan y amenazan. El Código Penal define lenocinio como sacar provecho del trabajo sexual de otra persona. Si con tres amigas quiero rentar un departamento, a quien firma el contrato la acusan de lenona o tratante; si le pido a mi hermano que se quede en el cuarto de al lado por si el cliente se pone pesado, igual. La tirada es reconocer nuevas formas de organización en el trabajo. En lugar de estar paradas en la calle, con las mafias, muchas preferirían estar en un departamento. Claro que hay lenones, pero no se van contra los grandes lenones, sino contra el novio de la chava que la padrotea.
¿Por dónde atraviesa la regulación que usted propone?
Hay que reformar la Ley General de Trata, el Código Penal. Necesitamos entender nuevas formas de organización del trabajo. Un logro, sin duda, es el reconocimiento del trabajo sexual como no asalariado en la Ciudad de México. Hay que retipificar lenocinio para proteger a las mujeres y a los clientes. La sexualidad está filtrada o mediada por muchos intercambios, y las únicas que escandalizan son las que están en la calle.
Eso en el caso de las que pueden elegir…
Es que lo otro es trata y yo no lo trabajo. Es algo muy serio, pero en términos cuantitativos es menor al trabajo sexual.
Aunque se dice que genera, según autoridades capitalinas, 32 mil millones de dólares.
En el año 2000 el gobierno de Estados Unidos empezó a contratar funcionarias abolicionistas y feministas que empezaron a promover la erradicación del comercio sexual. El gobierno premia a las procuradurías que rescatan al mayor número de víctimas. A final de año saldrá un libro al respecto y una de las investigadoras cuenta casos de mujeres que le dicen que no son víctimas. El sexo vende y vende más hablar de esclavas sexuales que de trabajadoras desempleadas. En el 2000 ganó Fox y la Ley de Trata se hace en 2007 con Calderón, de modo que hay una ola conservadora importante. Claro que hay esclavas y trata, pero también hay distintos tipos: de secuestro, robo, otra de enamoramiento, y hay que combatirlos todos, pero tampoco podemos decir que todo comercio sexual derive en trata.
¿Por qué impera la doble moral en este tema?
Porque somos una sociedad judeocristiana en donde la tradición dice que lo que se vale para los hombres en términos sexuales, no se vale para las mujeres. Nuestro mito religioso-cultural se trata de una mujer que se embaraza sin tener relaciones sexuales. La doble moral fortalece esos prejuicios. El telón de fondo es el miedo a la sexualidad, aunque tampoco podemos negar una preocupación legítima de las personas que han estado con víctimas de trata.