Hasta ahora, Málaga, ciudad andaluza al sur de España, había destacado por ser un destino turístico de playa, por acoger en sus alrededores a varios jubilados europeos y por albergar en uno de sus municipios (Marbella) a lo más exquisito (y kitsch) de la industria del lujo. Desde hace unos meses, sin embargo, Málaga brilla por su oferta cosmopolita de museos, centros culturales y artistas.
En el centro de todo está la colección de un pintor varias veces retratado en calzoncillos. En poco más de un kilómetro y medio, en torno al museo de Pablo Picasso y a su Casa Natal (también abierta al público), se ubican el Museo Carmen, el Thyssen, el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, el Palacio de la Aduana (donde, dentro de poco, estará el Museo de Málaga, depositario de las piezas del antiguo Museo de Bellas Artes y del Arqueológico), el Museo Estatal Ruso y, un poco más allá, en el muelle 1 del puerto, el Centro Pompidou.
La ciudad tiene solo 600 mil habitantes pero es una parada obligatoria para los cruceros mediterráneos y un destino siempre tomado en cuenta por los viajeros nacionales y europeos. Así que es común que las hordas de turistas repartan su estancia en esta malagueña milla dorada del arte. ¿Fue solo eso, el flujo constante de gente, lo que detonó la explosión museística? Málaga tiene, además (y sobre todo), un nutrido grupo de artistas emergentes y unos ciudadanos deseosos de verse envueltos todos los días en actividades culturales. Este lugar no ofrece la Alhambra de Granada, ni la mezquita de Córdoba, ni las instituciones de Sevilla, pero para competir con sus pares andaluzas (y españolas, en general) posee una marcada ambición por concentrar lo mejor de las manifestaciones artísticas contemporáneas. Y también, dicen por ahí, el claro objetivo de superar a la norteña ciudad de Bilbao, donde el Guggenheim, un museo–franquicia, no deja de triunfar.
Por eso quisieron aprovechar la descentralización de los grandes museos y albergar una filial de Rusia y otra de Francia. No sé qué dirán otros que ya conocen todo esto o qué dirán algunos más cuando vengan, pero para este reportero el Centro Pompidou malagueño es una de las cosas más extraordinarias que puede haber en el circuito del arte. Es un cubo traslúcido que, durante el día, es una gigantesca vitrina y, por la noche, se transforma en linterna portuaria. En las paredes de esta construcción de vidrio y metal, inaugurada en marzo pasado, cuelgan cuadros como La violación (1945), de René Magritte; el Autorretrato que firmó en 1971 Francis Bacon; la estilizada Mujer desnuda de pie (1945), de Giacometti; o un autorretrato de Frida Kahlo, El marco (1938), junto a obras de Chagall, Bacon, Léger, Picasso...
Lejos del puerto, hay talleres y galerías de pintores, teatreros, escultores y grafiteros. Más allá está el edificio de un antiguo orfanatorio, llamado ahora La Térmica, centro de creación y producción cultural en el que se programan exposiciones y se acoge a artistas durante cuatro meses para que desarrollen un proyecto personal y otro para el centro. Sorprende todo este panorama porque esta ciudad fue una de las más azotadas durante la Guerra Civil.