En una mesa del Belmont, icónico bar de Durango donde el tiempo transcurre a cuentagotas, está sentado Daniel Azdar en compañía de un mezcal y una cerveza. Viene aquí con frecuencia, por lo regular durante la tarde - la noche atiborra el lugar, cosa que no disfruta –, para observar. A veces también para hablar con algún otro solitario o con su amigo Salvador Botello Chavita, quien llega antes de la caída del sol junto a su guitarra y suelta complacencias previo pago de 25 pesos el tema.
Daniel igual toca el instrumento de seis cuerdas y canta, pero no de bar en bar ni para dar gusto a un parroquiano. Tampoco usando su nombre; hace sus rasgueos y entonaciones bajo un mote que encierra su gusto por Johnny Cash y Juan Rulfo: Lázaro Cristóbal Comala.
Las posibilidades de seis cuerdas
“Mi mamá escuchaba mucho a Roberto Carlos, entonces para mí el hecho de que estuviera alzando la casa o haciendo de comer era sinónimo de que lo estuviera escuchando”, dice el cantautor en entrevista con MILENIO sobre su primer recuerdo musical.
Pero el suyo no fue un romance precoz con la música, al contrario: en su infancia un tío le regaló un instrumento que “usaba más para pegarle” y entrando a la adolescencia su papá le compró una guitarra eléctrica “aunque yo quería un bajo, la guitarra me aburría mucho”.
Ya con más años a cuestas, su hermano le presentó a la santísima trinidad: Leonard Cohen, Bob Dylan y Johnny Cash; con ellos David comprendió las posibilidades de seis cuerdas: “Fue saber que no solo podía tocar para reproducir otras canciones”.
Entonces, empezó a componer valiéndose de su experiencia en las letras – “Antes de escribir canciones escribía cuentos, cosas que no necesariamente publicaba” – y de lo leído con Emil Cioran, Reinaldo Arenas, Juan Gelman y, sobre todo, Rulfo – “Su sentimiento de orfandad, una especie de búsqueda” –.
“Hago canciones por una necesidad personal, luego ya viene todo lo de grabarlas. Pero para mí el proceso de hacer canciones termina al grabar, todo lo demás, la publicación, el tocar en vivo y todo eso, lo puedo hacer o no, no es mi prioridad. Mi prioridad es componer y grabar”, afirma.
Daniel presentó a Lázaro Cristóbal Comala en 2014 diciendo: “No me da la gana ser feliz”, primer tema del disco homónimo con el que comenzó su andar en ese sendero terroso que algunos conocen como ‘escena musical alternativa del país’.
A este debut le siguieron Los Claros (2015), Zaguán: cinco canciones cardenche (2016), América grande (2016), Canciones del Ancla (2018), Cinco años con sed (2019), Samuel (2019) y Belmont (2022), su nuevo anaquel de sentimientos que lanzó el pasado 3 de junio.
“Pareciera que los likes, el número de seguidores y todo eso son el sinónimo de que estás haciendo bien las cosas, pero yo creo que es lo otro: hacer bien las cosas es acompañar a una persona en ciertos momentos”, apunta.
Un bar en Durango
“La primera vez que vas te sorprendes”, dice el músico sobre Belmont, el bar al que le rinde homenaje en su nuevo disco. “Es una cantina de señores y a diferencia de otras cantinas que son de botanas o pesadas en ambiente, es bastante tranquilo. La mayoría de sus parroquianos son solitarios o borrachos u oficinistas que salen de su horario de trabajo”, añade.
A Daniel este templo para desahogar penas, que curiosamente está a espaldas de la Catedral del estado, lo cautivó porque es “un lugar fraternal y yo también soy muy tranquilo. Abre desde las 8 de la mañana hasta la medianoche. Además, como Durango es una zona mezcalera, me atrapó que cuando llegué estaba a 18 pesos el vaso”.
“El Belmont tiene algo que no tienen otros lugares: tomas dos cervezas en cualquier otro lugar, pero si te tomas esas mismas dos cervezas ahí, te pones más borracho porque tiene una sensación de tristeza, de pesadumbre, de soledad. Te atrapa”, explica.
Un Manhattan y Gin son algunas odas del cantautor a la bebida, que “me ha quitado muchas cosas, nunca es bueno tomar tanto”, pero también “está cabrón escribir canciones sobrio, yo creo que sería muy difícil, al menos para mí”.
Pero Daniel no escribe mientras vacía botellas, se toma su tiempo para llevar el estado etílico a las letras: “El hecho de cómo me siento al tomar, las cosas que estoy pensando y me arrepiento, dos o tres días después salen en canciones. Así se han hecho”.
Belmont, que el artista lanzó bajo el sello Pedro y el Lobo y ya está disponible en varias plataformas digitales, también se nutre de su tierra, Durango: “Es mi personalidad totalmente: solo, al que nadie lo pela. Mucho del concepto de Lázaro cuando empezó es que no necesitamos que venga la gente hacia acá, sino que nosotros nos vayamos. A diferencia de otros estados, está olvidado, pero eso a mí me ha ayudado, porque lo que otros llamarían carencias o ausencias las veo como herramientas".
“Es eso que sale de la nada”, añade sobre su estado e indirectamente sobre él, porque Lázaro Cristóbal Comala, de ese "pueblo chico de chapulines varios", donde "andamos de salto en salto", está yendo a todo lados, para pronto el Multiforo Alicia el próximo 25 de junio.
hc