¿Qué se puede decir del origen del escrito en la cabeza, exaltada por la cafeína, del escritor en el momento en que va a interrumpir la blancura del papel?
Los paisanos, y llamo paisanos a los que apenas se inician en las letras, suelen preguntar inocentemente eso de ¿por qué escribe usted? La única respuesta que se puede dar, soltándola como una moneda cuyo valor corresponde a lo rutinario, es con otra interrogación desprovista de signos y continuada en tres puntos: “Escribo porque…”, lo cual no satisfará al preguntón.
¿Se escribe porque para eso nace uno o porque se aburre uno o porque hay que llenar la pandorga? El primer sorprendido por la preguntaza es el autor mismo de alguna cuartilla en la que se ha dejado ir como en una aventura del surf, permitiendo que las palabras vengan en oleadas violentas o serenas, pero manteniendo siempre el difícil equilibrio del cuerpo en la tablita. Es lo que ya he llamado otras veces la escritura-surf, que es en principio lo que más espontáneamente surge cuando uno se enfrenta a la desafiante y prometedora cuartilla en blanco. La única respuesta, entonces, que cabría dar es que se escribe para pasar el tiempo, y sin embargo el autor se cree llamado por una voz ultraceleste, terrenal o del más allá.
Desde luego, el autor se autodesdice, puede considerarse el amo y el capitán de aquello que está elaborando palabra sobre palabra, pero quizá sea una ilusión del mismo modo que un psicoanálisis profundo revelaría que no hay autor, sino una conciencia abierta que recoge todas las ondas mentales y no siempre las suyas.
El yo-autor, como una unidad, ¿es una ilusión más? ¿Hay derecho a considerarse autor en la medida en que las palabras que uno usa ya llevan su propia “personalidad”, es decir, uno construye una ficción o un ensayo? La poesía escapa a estas consideraciones, porque se supone que deja las palabras a su entera aventura y capricho, pero sigue habiendo el problema: la literatura, como los edificios, se hace con palabras como ladrillos: uno tras otro y tras otro. Al mismo tiempo, uno se da cuenta de que un lenguaje totalmente inventado para escribir es una locura sin sentido ni orientación.
Algunos han resuelto el “problema” poniendo precisamente en el papel meras sílabas unidas por su música peculiar, pero sigue habiendo la sospecha del sentido porque es difícil, casi imposible, que no tenga ninguno. El sentido impera sobre todo y se diría que es inevitable que se vaya en una dirección determinada. No estoy hablando de la subconsciencia o del alter ego que pretende instaurarse en la página, sino del hecho de que la mente de cualquier modo organiza sus construcciones, de tal manera es imposible escribir algo totalmente nuevo. Yo me pregunto, y esto demostraría que uno se considera a sí mismo como autoridad, si hay otro modo de escribir que orientando las palabras o desorientándolas, pero ya aquí se manifiesta el problema que quiero posponer para cuando mi mente alcance la universalidad de, por ejemplo, un teorema que sea emitido por alguna divinidad, y en este punto quiero dejar, por ahora, terminado el pleito conmigo mismo.
ASS