Vivimos un tiempo en el que los monstruos parecen estar por todas partes, si bien siempre han estado, con diferentes formas. Al menos eso piensa el escritor Ignacio Padilla, un convencido de que “la obsesión por lo monstruoso está en todas partes”.
“Estoy plenamente convencido de que los monstruos son nuestro espejo. A mí me han interesado los monstruos por las mismas razones que a la humanidad entera le han interesado: muestra lo que somos, el monstruo es el enemigo de la máscara: desde el Talmud y Aristóteles, hasta los bestiarios latinoamericanos, han sido reflexiones sobre lo humano”.
Ignacio Padilla habla a propósito del lanzamiento de su más reciente libro de cuentos, Las fauces del abismo (Océano, 2014), en el que sigue con su obsesión acerca de un tema del cual ya había hablado en el volumen de ensayos El legado de los monstruos, bajo el convencimiento de que “toda esa zoología fantástica en realidad habla de nosotros: el animal no es bueno, ni malo. Es”.
“El libro fue concebido y redactado previo a estas semanas aterradoras, inquietantes, que exhiben nuestra animalidad, pero creo que tendrán su lectura contemporánea, porque todo animal ha sido reflejo del momento en que alguien lo lee o alguien lo crea. Creo que solo nos atrevemos a acercarnos al monstruo cuando estamos escudados en el pretexto de la ficción. Si lo acuñamos en el cine o en la poesía, en la narrativa –sea novela o cuento- es porque sentimos que no habla directamente de nosotros, que estamos a salvo, solo así podemos ver al monstruo, como sólo podemos contemplar al animal salvaje mediados por la reja. Nos resistimos a mirar al monstruo cara a cara”.
Las fauces del abismo ofrecen un recorrido por algunos temores de la sociedad contemporánea: “de las arañas que alteran la memoria, a la tradición de los bestiarios en la cuentística latinoamericana y los infinitos relatos orales, surgidos en todas las culturas que han vuelto la vista hacia sí mismas a través de sus monstruos.
El deseo de lo oculto
“Todo miedo es un deseo, todo deseo es un miedo y de ahí se conciben los monstruos”, dice Ignacio Padilla, quien aseguró en entrevista que la literatura o el arte suelen arropar en términos estéticos, sino confrontarlo con todo aquello que de otro modo no se atrevería: sus sueños, sus horrores, sus deseos, sus miedos.
“Los monstruos nacen del miedo que nos da ciertas cosas que deseamos, como el deseo de tener la vida eterna o de ser como dioses. Todos los caminos de lo monstruoso conducen a la devoración. Por eso hablo de las fauces del abismo por un lugar en el que nos da miedo adentrarnos, pero también se nos antoja”.
El monstruo puede tener distintas características y una de ellas es que sea grande. Todo monstruo en la ficción tienen una desproporción para que podamos distanciarlo de la realidad y poder enfrentarlo, pero también hay un miedo a lo pequeño, a lo invisible, en esta caso son las arañas, que te roban la memoria o te inoculan el olvido.
“Los monstruos de nuestro tiempo son parecidos a los de siempre. Uno quisiera pensar que sí hay cosas nuevas bajo el sol, pero por ejemplo los zombie son reinvención de otras modas: en cualquier momento, por ejemplo, volverá el chupacabras, que ya era un vampiro o un animal que había proliferado en el Portugal del siglo XVI: los monstruos de hoy son los mismos a los de siempre”.
Al final, el libro de cuentos Las fauces del abismo responde a una necesidad de los lectores de todos los tiempos, porque la humanidad siempre necesita de los monstruos y de los animales de la ficción “para hacer una catarsis de sus propias culpas”.
“No necesitamos de Lassie”, asegura Ignacio Padilla, “esa la tenemos en casa: necesitamos que la literatura siga hablando de nosotros a través de animales monstruosos. Una manera de remediar cosas que de otro modo las terminaríamos, cuando menos, a golpes”.