Desde su debut en cine a los 18 años de edad, Isabelle Huppert (París, 1953) se ha distinguido como una de las actrices más completas, perfeccionistas e intensas, hasta lograr hoy el reconocimiento a su larga carrera cinematográfica no solo en Europa, sino en la comunidad cinéfila internacional.
Con una galería de interpretaciones que abarca cuatro décadas, y por las que ha recibido una plétora de premios, Huppert ha trabajado a las órdenes de directores como Otto Preminger, Michael Haneke, Bertrand Tavernier, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Raúl Ruiz, François Ozon y David O. Russell. Ahora, obtiene su primera nominación al Oscar por su impactante trabajo en Elle, la más reciente cinta del cineasta holandés Paul Verhoeven, de la cual ella es la protagonista absoluta.
¿Cómo se involucró en el proyecto de ‘Elle’?
Ah, pues desde antes de convertirse en un proyecto en sí (risas), verás, yo leí Oh…, la novela en la que se basa el guión. Luego conocí a Philippe Djian, el autor, quien me dijo que no la escribió para mí, pero que me tuvo en mente al hacer la novela. El libro, como mucha gente dijo cuando salió, se lee como si fuera un guión. Era imposible no pensar que podía ser una película, en realidad, una muy buena cinta. Entonces yo llamé a Saïd Ben Saïd y él, como un amigo, compró los derechos para mí y empezamos a pensar juntos en un director para hacer la adaptación al cine. Fue Saïd quien sugirió llamar a Verhoeven.
¿Qué le gustó de la novela y de su protagonista?
Me encantó que Michèle es una mujer que nunca se rinde. Ella puede parecer cínica y calculadora, pero también es generosa, cautivadora y perspicaz. Es cualquier cosa menos idiota, y cuando es brutalmente golpeada por los acontecimientos ella no se hunde. Verhoeven mantuvo esta línea, nunca trató de cambiar nuestra idea inicial, podíamos contar con él para trabajar ese punto del personaje —su fuerza, su originalidad, su modernidad. Ella nunca se comporta como víctima, aunque tenga razones de sobra para hacerlo: primero de un padre criminal y después de su violador. Hay muchos conceptos difíciles de despegar de los personajes femeninos. Aun siendo mujeres fuertes, siempre tienen un peso sobre ellas en las películas: la tentación de desviarse hacia la emoción que resulta falsa, de caer en la telenovela, el drama barato.
Pero usted se negó a caer en eso…
¡Sí, resistí! Ablandarse habría sido un gran error. Aunque Verhoeven tampoco me lo habría permitido. El único momento en que me permití mostrar cierta emoción es en el hospital, cuando su madre está a punto de morir. De pronto, el personaje de Michèle se ablanda. Pero no como madre, amante o hija de un padre criminal, sino cuando es hija de una madre. ¿Es la muerte de una madre el paso definitivo a la vida adulta para una mujer? Tal vez sí. Es decir, en ese momento no me habría disgustado que la cámara grabara eso: un toque más emotivo, lágrimas que brotan, un parpadeo nervioso. Después de todo, el cine también tiene sentimientos.
Evidentemente, usted ya sabía cómo es el cine de Verhoeven.
Sí, por supuesto. No mucha gente lo sabe, pero soy una cinéfila sin remedio, de corazón. Lo veo todo; creo que es una herramienta buena para mi oficio. La primera película de Verhoeven que vi fue Delicias turcas. Su heroína es prácticamente lo opuesto a Michèle. Era una especie de cuento trágico y conmovedor. Lo último que uno podría esperar del realizador. Luego vi Bajos instintos, que no me dio más, me pareció tan Hollywood; y Showgirls, que me pareció más atrevida, más insolente y en cierta forma, un cuento de hadas pero en clave de perversión. Y Elle es también una especie de cuento de hadas. Michèle es algo así como la caperucita roja, solo que de mediana edad y con zapatos lindos, yendo detrás del lobo, ¿me explico? Verhoeven y Djian comparten ese punto de vista. Como por arte de magia, nos hacen tomar las cosas por lo que son a simple vista, sin tratar de ponerlas en un contexto psicológico o excesivamente emotivo. Se permiten una cierta antipatía por el entorno y lo representan con un toque de poesía, irradiando un sentimiento de naturaleza y la soledad.
El personaje está lleno de matices; la película oscila entre el horror, el humor; es una comedia negra y un drama muy cruel…
Eso es lo que la hace tan deliciosa para mí. Michèle pasa por todos los estados; la primera vez que la ve el espectador, la ve siendo violada en el suelo de su cocina. Sin embargo, se cuenta todo este viacrucis, con un humor devastador, porque Michèle es una sobreviviente.
Es controversial el que una mujer busque un ajuste de cuentas tomando el control sobre los acontecimientos y la violencia sexual.
Sí, claro que causa controversia que una mujer haga algo semejante, ante la ineficiencia de los hombres. Digamos que la violación desata un deseo de violencia en ella, que podría haber estado latente desde que era una niña. Y lo manifiesta todo como maestra de la manipulación, en su negocio ella sabe cómo orquestarlo todo, y en su venganza hace lo mismo, a pesar de ser consciente de que la violación le ha afectado profundamente.
¿Es muy complejo interpretar a una mujer que disfruta de su intimidad junto a su violador?
Es una fantasía. La realidad queda modificada, alterada irreparablemente. En una película todo se exagera, así que cualquier cosa es posible. Se erosiona el grado de moralidad. Un juego se desarrolla entre Michèle y su violador, y esa es su elección. Yo soy una actriz. Mi oficio es hacer que tú te creas que estoy teniendo un orgasmo de primera en una escena de sexo. Aunque, por supuesto, no sea verdad (risas).
¿Cómo fue trabajar con Paul Verhoeven en este rodaje?
Paul tiene la formidable precisión de un arquitecto. Su atención al más mínimo detalle es asombrosa. Uno se siente muy libre con él, puedes llegar con miles de ideas. El rodaje fue como ir a toda velocidad en un Grand Prix. Mi personaje aparecía prácticamente en todas las escenas durante las 12 semanas de rodaje y por lo mismo, no había un momento para liberar tensiones, pero él buscaba que hubiera pequeñas pausas en ese ritmo infernal de una toma tras otra. Paul se ganó a todo el equipo, habrían hecho cualquier cosa por él; nunca estaba cansado, nunca se detuvo por nada y siempre nos escuchaba.
¿Cómo siente la dirección de Verhoeven, realizador holandés que ha hecho películas en Hollywood, comparada con de la de un director francés?
Paul posee un sentido del ritmo y el movimiento muy distintos, y no duda en mezclar géneros, como tú mismo decías antes, sin importar si se trata del retrato íntimo de una mujer en crisis o de una comedia de humor negro o un filme de misterio. No estoy digo que un realizador francés no lo haga, pero digamos que con Paul, esto fue algo sorprendente y a la larga fue un placer, lo sentí cada momento de cada día. La puesta en escena y la dirección de actores son nada menos que el arte del movimiento: cómo la cámara abraza a los actores, cómo se funden tanto su ritmo interior como su relación con el mundo exterior. Realmente es la puesta en escena la que encuentro fascinante.
A los personajes masculinos no les va nada bien en ella, por cierto.
Así es. Les pone una tunda terrible. Y todos acaban en su justo lugar. El hijo, el marido, el amante, hasta el violador. Pero a pesar de su debilidad y falta de carácter, en algunos casos, estos hombres no son ni despreciados, ni despreciables. Su vulnerabilidad, curiosamente, los hace entrañables de algún modo. Pero es un hecho: Michèle es una mujer fuerte, una mujer de su tiempo que ha tomado el poder. Poder económico, social y sexual. Una pequeña revolución que revela la debilidad de los hombres y en esta cinta, las que tienen el poder son las mujeres.
Recién terminó de rodar ‘Happy End’ con Haneke, y la acaban de nominar al Oscar. ¿Qué más le falta?
Oh, nada. La verdad es que lejos de los sets llevo una vida muy feliz. El Oscar es algo muy bonito, como el Golden Globe. Agradezco que mi trabajo trascienda fronteras. Pero no es el motivo para hacer las cosas. Me gusta mucho mi trabajo y me siguen llamando, sin que mi edad sea un motivo para bajar el ritmo. Haneke me llamó el año pasado y yo dije “¡encantada!”. ¿Por qué no? Mira a Deneuve es mayor que yo y sigue trabajando, como Jeanne Moreau y Jane Fonda. También Vanessa Redgrave. Hasta Glenda Jackson ha regresado a los escenarios y está en activo a los 80 años. ¿Por qué yo no? ¡Me encanta la idea de hacerme vieja trabajando! Todas deberíamos ser tan afortunadas.