La exposición Anri Sala, que se presenta en el Museo Tamayo, exalta la pictoricidad del video. Este artista de origen albanés compone narrativas visuales en las que la música cobra textura y plasticidad. Como espectadores logramos atravesar capas sonoras a través de imágenes, las cuales suceden escena tras escena en un presente lleno de fantasmas.
Sala nos invita a contemplar las veladuras de sus videos, a desear mirarlos con la meticulosidad con la que se puede observar la pintura. Al pararnos en medio de las pantallas gigantes que proyectan Ravel, Ravel y Unravel (2013), dan ganas de hurgar la proyección como si fuera un óleo, de meterse para explorar las memorias que suenan. Sus piezas evocativas están armadas por tiempos simultáneos.
De una manera lúdica e inteligente, Sala explora cómo suena la ideología, cómo las posturas políticas se traducen en la música y cómo el propio instrumento asume dicha visión, como en Take Over (2017), en la que contrapone La Marsellesa y La Internacional. Pero el artista no se conforma con experimentar con el sonido; tampoco musicaliza sino que crea sutilmente un moebius sonoro en el que mágicamente navegan sonido, idea, imagen, memoria, historia… El piano, que vemos y escuchamos, parece un ejército marchando, mientras que las manos ejecutantes parecen fantasmas de las notas ajustando la potencia acústica de la mirada.
Escuchamos lo visible y lo invisible y, en la línea de Janet Cardiff, Sala juega con la memoria de los objetos. Su trabajo también hace guiños a otros artistas, como en Bridges in the Doldrums (2016), que nos lleva a Rebecca Horn. Sin embargo, no se conforma con crear puentes, Sala propone la yuxtaposición como destino.
En la pieza Tlatelolco- Clash, el espectador experimenta cómo podría sonar un palimpsesto. En esta obra es tangible su interés por el tiempo como un proceso, “un tiempo cargado”, como él califica esa adhesión de tensiones que son sus videos. Las ventanas de Tlatelolco se prenden y se apagan emulando la partitura perforada que toca un órgano de barril al ritmo de “Should I Stay or Should I Go”, himno de la banda inglesa The Clash. Arquitectura, ideología, música, folclore, tradición, ruinas prehispánicas se conjugan estableciendo, e inventando, conexiones, capas, relaciones que preparan el sonido como si fuese un lienzo sobre el que Sala pinta la acústica. Sus ideas y visiones se propagan en ondas visuales que exhiben simultáneamente las capas que integran eso que llamamos realidad.