De cara en la vejez, Manuel (Fernando Luján) y Adelina (Carmen Maura) viven sin mayores sobresaltos. Todo cambia cuando sus tres hijos regresan a casa tras sendos fracasos, producto de crisis económicas y decepciones amorosas. Si a mediados del siglo XX Cuando los hijos se van mostraba el sisma familiar que implicaba el crecimiento de los hijos, a principios del siglo XXI el realizador Hugo Lara plantea el lado B de aquel trance en la comedia Cuando los hijos regresan.
Entre 'Cuando los hijos se van' y 'Cuando los hijos regresan' no solo hay casi setenta años de diferencia, hay un país muy distinto.
Soy de familia grande, de modo que la situación de los hijos adultos que vuelven con los padres la vi con dos hermanos. Una historia de este tipo me permite hablar del México actual, donde las crisis económicas y personales pegan de distintas maneras.
Las versiones de Juan Bustillo Oro (1941) y de Julián Soler (1969) de 'Cuando los hijos se van', muestran familias muy distintas a la de su película.
Siempre quisimos hacer una película contemporánea y moderna. A mediados del siglo XX, las familias tenían otras ideas en cuestión de sexualidad y relaciones. Aquellos melodramas nos mostraban a madres abnegadas y padres rígidos, figuras que durante años fueron mitificadas por el cine mexicano. En mi película muestro a una mamá que sí, ayuda a sus hijos, pero también les cobra intereses, me parece que este tipo de rasgos son más realistas.
¿Pesan aún los arquetipos del cine de la época de oro?
Se mantienen como referencias, pero creo que ya los rebasamos. Si los recuperamos es para jugar con ellos. Te pongo un ejemplo: cuando escribí el guión, de inmediato pensé en Fernando Luján para el personaje del padre porque su tío, Fernando Soler, participó en las dos versiones de Cuando los hijos se van, es decir, me parecía interesante seguir con esa línea familiar.
¿Por qué contarla en tono de comedia?
Por la misma situación. No es que los personajes se hagan los chistosos, tampoco quería un desfile de gags. Al contrario, quería ir de tonalidades dramáticas a la farsa, pero sin perder contacto con los conflictos reales. Lo gracioso, en todo caso, se deriva de las erráticas decisiones de los personajes.
¿Qué facilidades aporta la comedia urbana a la hora de hablar de la crisis económica o la disfunción familiar?
La familia como tema cruza desde los años treinta, cuando el cine mexicano se convierte en una industria. Por nuestra estructura social y económica, la familia nos define. Desde hace cuarenta años vivimos crisis recurrentes que necesitan esa red de apoyo y esto ha modificado su funcionamiento, porque los roles ya no son tan rígidos como lo mostraba el cine de la época de oro. La comedia nos permite hablar de ello en un tono diferente al melodrama, herencia de aquella época. El humor rompe con ese tipo de tradiciones que en su momento nos saturaron.
¿Pero no estamos cayendo en un periodo donde la comedia trivializa la realidad?
Sin duda es un riesgo, pero creo que la cercanía con la realidad marca una diferencia en este sentido. La comedia es un género clásico y tal vez por el difícil momento que atraviesa el país, ha encontrado un buen nicho de público. No obstante, hay que tener cuidado y no agotar a la gallina de los huevos de oro.
¿Percibe ese riesgo?
Al cine mexicano le conviene la diversidad, pero sobre todo la calidad. La gente, más que pedir una comedia, pide una buena película. No podemos descuidar al documental o el cine dramático porque son muy necesarios.