Hace cuatro décadas Héctor Infanzón comenzó a ganarse la vida como músico en el grupo del cantante argentino Ricardo Ceratto. “Casi dejaba la música entonces, porque en lugar de piano tenían un órgano y como no tenía experiencia en el instrumento, sonaba raro —dice en entrevista—. Pero mi hermano me convenció de seguir adelante y empecé a trabajar en centros nocturnos mientras estudiaba en la Escuela Superior de Música”.
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El viernes 4 de noviembre a las 20:30, el pianista celebrará cuatro décadas como profesional de la música con el concierto denominado Citadino, en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. El músico también lanzará un dvd de piano solo y Rememorando… ando, edición especial en mp3 que contiene cinco de sus discos anteriores, así como una grabación realizada hace cinco años, Arrebatos. Improvisaciones en clavecín.
—¿Qué momentos clave recuerda de su carrera?
Pienso en todos los lugares en que he tenido la oportunidad de tocar. Cuando iba a tocar al Bar León, me pasaba luego al Salón Veracruz, que estaba atrás de Bellas Artes, y pensaba: “Un día voy a tocar allí y un día viajaré”... Me planteaba cosas, pero tenía la certeza de que, para lograrlas, tenía que encerrarme mucho a estudiar y a trabajar arduamente. Si quería conocer el mundo había que encerrarse mucho. Ahora que me preguntas qué momentos destacaría, diría que todos han sido disfrutables.
—Por ejemplo…
Si pienso en El Molino Rojo, el cabaret de la colonia Obrera que estaba junto al Salón Colonia, recuerdo todo lo que aprendí de los músicos y de la vida misma. Pienso en cuando toqué con Alberto Cruzprieto en Bellas Artes en la Gala Yamaha, cuando estrené una obra en Viena o mi actuación en el Festival Internacional de Jazz de Montreal. Todas las experiencias son exactamente lo mismo, porque de una manera intuitiva para mí todo lugar es un santuario de la música. Nunca me ha importado el lugar en sí, sino dar siempre mi ciento por ciento. Llegar a tocar una cumbia en un centro nocturno es parte de este proceso.
—Siempre se advierte su entrega.
Cuando íbamos a tocar con el trío Antropóleo en El Chato y solo había una persona, yo les decía a Tony Cárdenas y Agustín Bernal: “Aunque haya una persona o mil tenemos que dar el ciento por ciento”. Esa ha sido mi primicia. Les decía: “Ahorita hay una persona, pero si no tocamos a todo lo que damos, cuando vengan los lugares de renombre o los grandes festivales no vamos a estar listos. Siempre hay que tocar arriba, haya una persona, 20 o mil. Fue como un músculo que había que desarrollar: si toco con la misma intensidad para una persona, no me voy a asustar cuando vengan cien.
—¿En cualquier lugar era lo mismo?
Sí, porque cada lugar representa un reto, una responsabilidad. Ahora lo digo de manera consciente, pero antes era intuitivo: salir a tocar y dar todo. Eso hace que te acostumbres a dar todo. Por eso es que cada lugar, cada experiencia, tiene ese nivel de exigencia. Tocar en el Metro fue maravilloso, ante gente no había escuchado jazz, aunque ya no sé si es jazz lo que estoy haciendo, pero sí es música original improvisada.
—¿Cuáles fueron las reacciones?
Había señoras que venían del mercado, gente que venía de paso y al final pusieron en unas papeletas comentarios como: “Yo no he escuchado nunca esta música, pero la disfruté mucho”, o “Yo no sé si esto es jazz… porque está más alegre, no está tan aburrido”. Me corroboró que lo que estoy haciendo, que es música original, sí tiene un impacto. También está la convicción de que sí me importa conectarme con el público. Sé que cuando la banda sale a tocar y la gente se emociona, es porque percibe que el discurso musical es verdadero. No necesita saber del género o ser erudito para darse cuenta.
Improvisando en el clavecín
La edición del disco Arrebatos. Improvisaciones en clavecín fue resultado de un experimento impulsado por el apetito omnívoro de Héctor Infanzón por la música, más la generosidad de Eunice Padilla, quien le prestó su instrumento cuando grababan El devenir de la noche, que contiene obras de música de cámara. “Me lo dejó en el estudio de grabación y, al día siguiente, simplemente le dije al ingeniero: “Pon el botón de grabar”, y durante dos horas me dediqué a improvisar. Para el disco escogí las piezas que me parecieron más representativas en esta serie de improvisaciones libres en clavecín y después les puse los títulos que cada una me sugería”.
Aunque no es clavecinista, dice que al tocar el clavecín entendió “la música que se componía en el barroco, por qué el contrapunto se usaba de cierta manera, lo mismo que otros recursos ornamentados. Es un instrumento que no tiene la misma dinámica que el piano, pero me sugirió mucha música y me permitió explorar armonías diferentes a las que se usan en el clavecín. Me hizo pensar la música de manera diferente y fue surgiendo a partir de las posibilidades del instrumento… y del instrumentista”.
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