Mi familia y yo vivíamos frente al Jardín del Carmen; de chamaco yo jugaba trompo, canicas, pero como mi papá tenía papelerías me puse a leer cuentos de hadas y adapté uno de esos cuentos cuando yo tenía siete, ocho años, y los hacía teatro en el garaje de la casa. A una de esas colchas que tenía flequitos se los amarré, le metí un mecate, le puse un palo y era mi telón. Los domingos en la tarde, y a veces los sábados hacíamos el cuento en teatro todos los amigos de El Carmen. Yo cobraba tres, o cinco pesos, no me acuerdo. Era el único que tenía lana.
Lo anterior lo cuenta a Notivox el director y empresario teatral Manuel Reigadas Huergo, nacido en agosto de hace 82 años en la ciudad de Puebla.
En su propia tinta cuenta cómo ha sido vivir de y para el teatro durante 75 años:
“Así empecé. Después. Cuando entré al Colegio Benavente me decían: ‘Oye, has esto, has esto otro’ y me seguí, haciendo teatro. No pensé… Ya después, pasado el tiempo pensé: ¿Por qué estoy haciendo teatro? Pues porque me gustaba, porque fue un don que me vino del cielo, no me vino de otro lado.
Y es que me han sucedido casos raros; raros como cuando me atoraba en lo del teatro, se me abría una oportunidad.
—¿Cómo llegó al teatro?
—Mi papá no quería que hiciera yo teatro, y me tenía muy amarrado en la papelería tanto que, cuando hizo su testamento me dejó la papelería La Ilustración, que era la más fuerte que tenía, pero con todas las deudas. A mis hermanos les dejó edificios; a uno de ellos El Escritorio de Puebla, otra de sus papelerías, pero sin un centavo de deudas, sino con mercancía, y con todo bien. A mí, además, me tocó tener que dejar el local de la papelería, que estaba sobre la Avenida 5 de Mayo, casi en la esquina de la 4 Poniente, cuando recuperaron el atrio de Santo Domingo.
—¿Cuál era?
—La papelería La Ilustración, como la de La Tarjeta, las más fuertes, estaba en el atrio; desde el baño yo podía ver la torre del templo, pues estaba frente a ella el local. Y me quedé sin nada: liquidé el negocio, a los empleados, a los proveedores…Eso sucedió un viernes, y el domingo me estaba hablando don Guillermo Jiménez Morales, gobernador de Puebla, quien me pidió que me hiciera cargo del Fondo Nacional para Actividades Sociales (Fonapas) en Puebla, que a nivel nacional dirigía Carmen Romano, la esposa del presidente López Portillo. ¿Por qué me llamó? Porque yo hacía teatro. El teatro me salvó.
—Usted había ayudado a rescatar el Teatro Principal.
—Sí, yo había salvado, con muchos amigos, el Teatro Principal cuando en los baños entraba el agua por el techo y yo iba antes de cada función a lavar los camerinos que, Carmelo el velador, rentaba a los carboneros que pernoctaban ahí.
—¿Cómo llegó a trabajar con el gobernador Jiménez Morales?
—Don Guillermo me trató muy bien, pero no me conocía; su esposa, Laura Elena Betancourt me recomendó. ¿Por qué? había “oído” las cartas que le enviaba a una amiga mía de Tampico y había estudiado danza con Laura Urdapilleta en Bellas Artes; yo le escribí cartas y su mamá las leía con sus amigas, en Tampico, porque les gustaba cómo escribía yo. Una de las que escuchaban era Laura Elena Betancourt, que después sería esposa del gobernador Jiménez Morales. Ella fue quien me recomendó para dirigir el Fonapas y me comentó que ella, al “leer” mis cartas, tuvo cómo recomendarme.
—Pero siguió después de ese sexenio en Fonapas.
—Otro hecho igual de “increíble” es que, cuando concluyó el mandato de López Portillo, su sucesor, que había sido su alumno en la UNAM, Miguel de la Madrid, decidió desaparecer el Fonapas, lo que significaba que yo me iba a quedar sin trabajo. Pero siendo candidato a presidente, De la Madrid estuvo por acá, varias veces, con su esposa Paloma Cordero, quien había visto mi trabajo. Cuando ya era esposa del presidente, decide desaparecer el Fonapas, menos en Puebla, conmigo al frente. Fue el único que se mantuvo en el país, lo cual me permitió trabajar diez años en ese organismo.
—Ese es sólo uno de varios reconocimientos…
—Sí. Por eso, cuando me dieron las Clavis Palafoxiana, me dije ¿Pues qué he hecho? En mí, yo siento que no he hecho tanto como para ser una gente de la envergadura que los hace importantes. Sí, repartí diez mil libros en el Zócalo; con Rafael Cañedo Benítez como presidente municipal rescatamos la parte baja del Palacio Municipal, que tenía, donde ahora está la galería de arte, un restaurante; tenía una taquería, el estudio fotográfico de Adalbeto Luyando… antes ayudé a rescatar, con trabajo y con dinero el Teatro Principal; monté una obra con 110 personas en el Festival Internacional Cervantino, que me mereció un reconocimiento especial de Rafael Tovar y de Teresa...
—¿Y ha representado a Puebla en el extrajero?
—Fui a Francia, invitado prácticamente sin que me conocieran, por 15 días, pero me quedé actuando con mi compañía durante un mes y medio. Fui a Texas dos años para presentar una obra sobre el 5 de mayo; no fui un tercer año porque quien me venía a dar todos los detalles, fue asaltado, le quitaron el dinero, los papeles… Ya no llegó a verme a Espacio 1900.
—¿De dónde vino todo eso?
—Son cosas que no sabes de dónde vienen… Bueno, vienen “de arriba” (señala hacia el cielo) porque si no, ¿de dónde? Y luego me preguntan cómo manejo a la gente: ni yo mismo sé. Es algo que se me da. Punto. No es que yo sea muy fregón. No sé cómo… se me da y ya.