Su propósito: volver a poner en circulación las utopías y distopías que han conmovido al pensamiento desde Platón hasta nuestros días. Para este año se anuncian, por ejemplo, El nuevo mundo amoroso de Charles Fourier, El talón de hierro de Jack London, El filósofo autodidacta de Ibn Tufayl, La ciudad del Sol de Tommaso Campanella. La colección comprende obras de un claro talante filosófico y obras provenientes de la imaginación literaria. Charlamos con el editor y cofundador —junto con Roger Bartra y Vicente Leñero— de La jaula abierta, un proyecto editorial que ha iniciado con el pie derecho.
De dónde vino el impulso de crear una colección dedicada a las utopías y distopías.
Surge por un tema detonante: Ayotzinapa. Los estudiantes fueron reprimidos por la policía y el crimen organizado en un escenario político gobernado por la izquierda. Creo que este hecho refleja un sentimiento de desesperanza pues nada ha cambiado en los últimos 50 años. Aquello por lo que luchaste no significa nada frente al poder hecho gobierno.
Con ese sentimiento, asistí a una marcha convocada por los padres de los estudiantes de Ayotzinapa. Vi entonces una proyección errónea que tenía que ver con la dirección de la crítica. Los que asistieron al mitin criticaban a personajes políticos que carecían de toda responsabilidad en la desaparición de los estudiantes. Pensé entonces que la crítica estaba mal dirigida y que esto se relacionaba con las malas decisiones que toman quienes dirigen el país.
Ocurrió entonces que Cuauhtémoc Cárdenas fue expulsado de la marcha, escupido, vejado. Cuando un grupo de disidentes se fue contra él tuve una especie de revelación y de alguna forma me hice un viejo. Estaba frente al desencanto, que es el detonador de toda utopía.
¿Así que el desencanto va de la mano de la creación de mundos ideales?
El contexto mexicano invita a leer las construcciones utópicas que se han dado a lo largo de la historia y que provienen de escenarios decadentes. De Platón hasta nuestros días, pasando por las utopías del Renacimiento, hay un deseo por corregir las anomalías.
Roger Bartra y yo creemos que es necesario reconstruir las nociones de verdad, de justicia, de ciudadanía. Creemos que hay que crear nuevas nociones de organización social y de convivencia, algo que no vi cuando asistí a esa manifestación por los estudiantes de Ayotzinapa, que reunió a distintos grupos, distintas generaciones y clases que han perdido de vista la noción de justicia, el propósito de todas las utopías. No queremos, sin embargo, formular el camino hacia un escenario utópico sino compartir algunos temas.
Topías inició con la publicación de Utopía de Tomás Moro. ¿Qué sigue?
El próximo año publicaremos diez o doce títulos más y para finales de 2018 tenemos contemplado alcanzar 25 títulos. Se trata de reunir distintas narrativas que lo mismo plantan sus raíces en el pensamiento filosófico que en la literatura. Cada libro cuenta con una introducción escrita por un académico y un epílogo por un escritor.
Hemos considerado a Platón, a Francis Bacon, a Campanella, Kafka, Valentín Andrés Valentin Andreä Buscamos un abanico de deseos, de sueños e ideologías, y también de coincidencias entre los textos clásicos y los escritores invitados. La ciudad del Sol de Campanella, por ejemplo, tiene un prólogo de Julio Hubard; La nueva Atlántida, de Francis Bacon, tiene un prólogo de José Antonio Aguilar Rivera; Cristianópolis, de Johann Valentin Andre, tiene un epílogo de Armando González Torres.
Estamos buscando también incluir ciertas utopías chinas, japonesas, árabes, que son raras. Aspiramos, además, a discursos críticos que rompan con la lectura tradicional de las utopías, y a interpretaciones visuales de la mano de ilustradores y artistas visuales.
Hay utopías, digámoslo así, heterodoxas.
Uno de mis libros favoritos es Los viajes de Gulliver. Tiene a unos personajes, no siempre bien proyectados, que son los caballos que pelean y se convierten en seres intelectuales y superiores que no pueden convivir con los humanos Es una distopía horrenda pero fascinante, que hace un análisis del salvaje configurado.
¿Nuestra realidad admite aún la existencia o la creación de utopías?
Desde luego. Hay que hacer filosofía y después sacarla a la calle para que redunde en nuestra manera de asumirnos como seres políticos.
Las lecturas hechas por sociólogos, antropólogos, politólogos, narradores, poetas convocados justifican la existencia de un pensamiento utópico. Con ellas queremos asimismo crear un debate entre generaciones, entre jóvenes y pensadores con una obra sólida. Buscamos que cada uno de los textos propicie una lectura de México en el siglo XXI, una lectura que justifique por qué son necesarios los textos utópicos y que haga una revisión de la literatura de los últimos 2 mil años.
Hablamos de una coedición. ¿Por qué reunir a La jaula abierta, el Centro de Investigación y Docencia Económicas y el Fondo de Cultura Económica?
El CIDE lleva aproximadamente quince años haciendo estudios sobre nuestra cotidianeidad. No sé en qué se basaron esos estudios pero conozco los resultados. Así que pensamos que podíamos hacer un buen trabajo de colaboración. Nos acercamos al consejo académico y después al Fondo de Cultura Económica. Al final convinimos en que Topías podía tener la forma de un proyecto educativo, una forma de analizar los discursos que alientan la creación de ciudadanía y de pensamiento entre las nuevas generaciones. Los jóvenes deben asumirse como seres políticos preocupados por la creación de nuevas realidades.
¿Cómo debemos acercarnos a las formas clásicas de la utopía?
Más que escenarios, son modelos necesarios a seguir. Es imposible sumarse al cauce de Moro, Campanella o Bacon, porque vivieron en contextos ya inaplicables pero debemos estar seguros de que el discurso y sus intenciones permanecen como permanece el discurso filosófico de Platón. Las utopías son formas de pensamiento que pueden revelarnos una imaginación y una idea distópica, pero pueden ofrecer también la posibilidad de construir mundos hechos por nosotros mismos, enfocados a formas de verdadera justicia y democracia.
¿Y qué hay de las utopías y distopías latinoamericanas?
Hay construcciones fascinantes, con personajes en absoluto aislamiento. Hace unos meses tomé un curso con José Balza, quien vino a México y hablaba de la necesidad de reconstruir el escenario por antonomasia de las utopías. Pensando desde esta perspectiva, hallamos a Vasco de Quiroga, un caso muy curioso pues se trata de uno de los pocos utopistas que no escribieron sino que actuaron. Mucho más tarde, llegas a Ricardo Piglia y a Borges, quienes adelantan conclusiones distópicas.
¿Cuál es el ambiente más propicio para crear utopías?
Podemos plantear el discurso utópico cuando hay una crisis de las ideologías, una crisis que en México lleva ya cuatro décadas. Veamos a las generaciones más recientes: carecen de ideología. Este es el mejor terreno para generar planteamientos desde la posición de la utopía. Pero hay que tener cuidado. En Rebelión en la granja, George Orwell reveló que la crisis de las ideologías puede conducir a un poder sin contrapesos.