Sin embargo, nació en Inglaterra en el seno de una acaudalada familia de industriales de ascendencia inglesa e irlandesa. Su iniciación formal en la pintura consistió en un breve paso por la Chelsea School of Art seguida de unos meses en la academia del pintor purista Amédée Ozenfant en Londres. Pero el momento que marcó de manera definitiva su vida y su quehacer artístico fue su encuentro con el surrealista de origen alemán Max Ernst, al que conoció y se enamoró, primero de la pintura y después del propio artista, que era 26 años mayor que ella. Rompiendo con todos los convencionalismos, huyó con él a París donde se encontró inmersa en el corazón de la vanguardia. Al poco tiempo de su llegada, pasaba sus veladas en compañía de Pablo Picasso, Salvador Dalí, André Breton, Marcel Duchamp, y conoció al grupo de surrealistas que pocos años después acabarían, como ella, exiliados en tierras mexicanas.
Leonora Carrington comulgaba con el espíritu del grupo que buscaba vivir y crear siguiendo tres valores fundamentales: el amor, la libertad y la poesía. Los años transcurridos entre 1936 —fecha que marca su encuentro con Ernst— y 1941, cuando logra escapar a Nueva York en compañía del diplomático mexicano Renato Leduc, fueron fundacionales. No solo aprendió de Ernst acerca de arte y literatura y abrevó de las fuentes imprescindibles para el surrealismo, sino que experimentó ampliamente en su pintura y sus textos, donde comienzan a aparecer las figuras y los personajes que habitan su mundo y que parecen evocar lo que Breton denominó “los grandes transparentes”, seres que comparten el espacio pero que son invisibles a nuestros ojos y solo se revelan cuando estamos conscientes de cómo opera el azar. Es importante señalar que en su libro Antología del humor negro (1939), Breton incluyó solo a dos mujeres: Gisèle Prassinos y Leonora Carrington, de quien publicó un fragmento de su historia La dama oval, titulado “La debutante”. Aunque reconoció su talento literario, no fue sino hasta casi 30 años después, que se refirió a sus pinturas. En una reedición de 1966, la presenta en una breve introducción como una “hechicera” cuyas “admirables telas están cargadas de lo maravilloso moderno”.
La “hechicera” representa de alguna forma el concepto de la mujer como musa y amante, un tropo esencial del surrealismo. Aunque ensalzaban a la femme–enfant, la mujer–niña que tenía un acceso directo al inconsciente, los hombres imaginaban a la mujer a partir de un cuerpo femenino sexualizado, un objeto de placer. Aunque su ideología era revolucionaria en cuanto a su desafío a las instituciones como la iglesia, el matrimonio y la familia, los hombres del surrealismo pueden considerarse misóginos en el sentido de que muchos negaban a las mujeres su capacidad de producir arte, o por lo menos de crearla al mismo nivel que ellos. Por esto no es de extrañarse que tanto Carrington, como otras mujeres vinculadas al surrealismo, encontraran su propia voz y estilo en el exilio, una vez que se distanciaron de sus parejas.
Las intensas experiencias que vivió en menos de una década detonaron su imaginación. En unos cuantos años se movió del ambiente mojigato de la alta sociedad británica al terror de un sanatorio mental español; de las exposiciones de los enfants terribles de la vanguardia parisina a las filas de refugiados en México a principios de la década de 1940. Cuando llegó a la Ciudad de México, después de una estancia de dos años en Nueva York, se encontró con una comunidad de exiliados, vinculados de una u otra forma al surrealismo: Remedios Varo y Benjamin Peret, Alice Rahon y Wolfgang Paalen, Kati y José Horna, Esteban Francés y Gordon Onslow Ford.
En México, lejos de Ernst, de Breton y los surrealistas que encontraron asilo en Nueva York, Carrington concibió un poderoso conjunto visionario de pinturas y escritos que representan mundos alternativos: las relaciones de espacio y tiempo se trastocan y la línea divisoria entre lo real y lo imaginario parece borrarse. En Remedios Varo y Kati Horna encontró mucho más que una amistad incondicional. Recorrían los mercados en busca de hierbas y hechizos; se adentraron en el estudio de la magia, la alquimia, el tarot, la astrología, la cábala; exploraron sitios prehispánicos cuyos mitos y leyendas fueron rescatados y publicados por Benjamin Peret, el compañero de Varo, quien se dio también a la tarea de traducir el Chilam Balam del latín al francés.
Carrington se inspiró en diversas tradiciones pictóricas e ideológicas creando un extenso cuerpo de obra plástica en el que experimentó con una increíble variedad de medios y materiales: litografias, tempera, óleo, acuarela, gouache, dibujos, grabados, tapices, máscaras, escultura en madera policromada y en bronce. Nos ha legado, además, un abundante cuerpo literario, cuyos temas están estrechamente relacionados con sus creaciones plásticas, e incluye cuentos, poemas, obras de teatro y novelas. Su obra es única y difícil de categorizar dentro de una corriente, aunque en muchos sentidos estuvo arraigada al surrealismo.