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En un mundo de machos alfa

A fuego lento


Mezcle el peor momento de Nosotros los nobles, incluyendo una vista de alguna callejuela parisina, con la imagen congelada de la bóveda donde Homero Adams guarda sus riquezas, agregue cantidades indignas de comicidad precaria y un toque de la más superficial chabacanería y obtendrá Cuando todo era para siempre, una novela en busca de lectores apenas capaces de reconocerse en el discurso más primario.

Con vocación de cuentachistes, Federico Traeger ha imaginado a una familia de ingresos medianamente decorosos que recibe una herencia cuantiosa de la que dispone sin mesura. La anécdota funciona como detonante de una serie de episodios hilvanados por el mero interés de sumar ocurrencias. El narrador, por ejemplo, el hijo menor, un escalón por encima del analfabetismo, inicia una carrera como productor musical tras una sesión en los estudios Abbey Road. El padre, un descendiente de alemanes, cumple su deseo inconfesable de comprar y dirigir un equipo de futbol. Y así por el estilo. Piensen en cualquier despropósito —un circo, un viñedo, un palacete en mitad de la nada, un harén— y no duden en encontrarlo en Cuando todo era para siempre.

Además de la injustificable capacidad para anular todo asombro (una vez que en las primeras páginas la familia Voorman recibe la noticia de la herencia, su carrera hacia el despilfarro se vuelve cansinamente predecible), Traeger tiene una visión patriarcal —y a cuando menos cien años de distancia de nuestro presente— de la especie humana. Los hombres de la casa, y aun la turba de parásitos que se divierten a sus costillas, están para comer, beber y vivir siguiendo los impulsos del macho alfa de la manada pues son sexualmente irresistibles; si no se hallan practicando acrobacias en la cama, están ideando cómo atraer a su próxima golosina. Las mujeres… bueno, deben imaginarlo: están para servir a los hombres de la casa, preparar la comida y, por supuesto, abrir las piernas entre alabanzas y cumplidos. Qué queda: una cargante vulgaridad, un esnobismo de preparatoriano. ¿Así que sobre el horizonte solo despuntan las descripciones de virtuosos bacanales y ruidosos acostones? El lector tiene el derecho de asomarse y comprobarlo por unos instantes.

Si de algo sirve, hay que decir que Cuando todo era para siempre constata la trivialización de la palabra escrita. Cualquiera puede escribir una novela, no importa si, como en este caso, desconoce la herencia de Rabelais o de Gógol, dos auténticos traductores de la realidad en clave fársica. Basta con que tenga un grupo de amigos entusiastas y un manual de redacción en su videoteca.

Cuando todo era para siempre
Federico Traeger
Alfaguara
México, 2017

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Roberto Pliego
  • Roberto Pliego
  • (1961) Cursó Letras Hispánicas en la UNAM. Fue subdirector de la revista Nexos. Autor de La estrella de Jorge Campos y 101 preguntas para ser culto, es editor de Laberinto.
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