En su reciente artículo “My ‘wild child’ cousin, the surrealist painter Leonora Carrington” publicado por el diario británico The Guardian,[1] Joanna Moorhead relata sus encuentros con Leonora Carrington 60 años después de que ésta dejara Inglaterra. En este artículo, la sobrina lejana de la artista cuenta que Carrington se concebía a sí misma como un misterio. No podría estar más de acuerdo: si hay un rasgo característico en su trabajo artístico es la búsqueda constante de la comprensión del propio ser, aquello que la concebía como Leonora Carrington.
La búsqueda de la propia imagen puede aparecer en diferentes formas, desde la pictórica hasta la literaria. El simple hecho de escribir nuestras memorias permite establecer un retrato de nosotros mismos; es, en definitiva, una manera de construir frente a los demás nuestra propia narración. La imagen narrativa es una percepción que se tiene de manera colectiva acerca de un sujeto en un momento histórico determinado. Se desenvuelve a través del lenguaje y de su exposición a la colectividad, en la esfera social, en el ámbito público o cultural.
En el caso de Carrington, dicha búsqueda de la identidad artística tiene un instante decisivo, representado en un pequeño libro titulado Memorias de abajo.[2] Ahí se construye y trata de explicarse a través de la narración de un episodio de locura. Este relato se convertirá en el medio de manifestación de la conciencia como mediación entre el ser y el mundo. Leonora Carrington ve la narración de su vivencia como una alternativa de identidad.
En Memorias de abajo la mente consciente es el narrador que recoge información disponible en un tiempo y espacio determinados.[3] Con poco más de 20 años, Carrington se mudó al sur de Francia a vivir con el pintor surrealista Max Ernst. Era 1940 y la guerra, un acontecimiento de impacto arrasador y masivo, no pasó desapercibida en la relación que sostenía con el pintor: la situación política puso a Ernst en la prisión de Les Milles cerca de Aix–en–Provence, ya que como ciudadano alemán representaba un peligro a los ojos de la policía francesa.[4] Debido a esto, Leonora Carrington enfrentó una crisis nerviosa. Partió rumbo a España acompañada de una amiga, y en Madrid los contactos de su familia lograron que fuera llevada a un hospital en Santander. Ahí permaneció internada bajo el tratamiento médico de los doctores Morales, quienes dirigían la clínica psiquiátrica Covadonga.
La imagen de Leonora Carrington en Memorias de abajo va de la mano con un estado mental y refleja una estructura de la realidad relacionada con el momento vivido. A la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española, los campos de concentración y el aislamiento de grupos humanos, se une la guerra interior de la pintora, el aislamiento en el hospital y otros elementos que emparentaban lo sucedido en Europa con lo que a ella le pasaba, de manera que el estado alterado de conciencia de Carrington fue el inicio de un tratamiento médico para recuperar su salud mental, pero también para disciplinar su cuerpo y su mente.
Aunque Leonora Carrington sufrió una constante alienación, mantuvo su conciencia activa, sobre todo para recordar lo acontecido en la clínica Covadonga. A través de Memorias de abajo el lector es testigo de la manera en que la conciencia de la supuesta locura, del encierro, de la terapéutica y de los métodos utilizados para hacerla ceder al régimen social de la salud mental y la normalización del cuerpo, está presente en la auto construcción de la imagen narrativa de la pintora.[5] Al ser la observadora de su propia locura, Leonora Carrington logró que su conciencia se mantuviera presente tanto en el relato como en su vida misma. La preparación y publicación de Memorias de abajo fue una construcción narrativa que Carrington realizó para constituirse a sí misma como una conciencia persistente: para existir.
La pintora anuncia que no siempre está contando lo sucedido, y que muchas veces se acerca más a la ficción que a la veracidad. El lector ha sido advertido sobre la existencia de varios elementos en juego dentro del texto: tiempo, espacio, ficción, veracidad. En su entrada del 24 de agosto de 1943 dice: “Temo caer en la ficción veraz pero incompleta, por falta de algunos detalles que hoy no puedo traer a la memoria”. La experiencia ficcional de Carrington no llevará al lector a un relato histórico de tipo verídico, sino a un relato oscilante entre lo vivido, lo experimentado y la idealización de los recuerdos que la pintora guarda de la experiencia, tres años después de vivida. Durante la narración, la “noción de experiencia de ficción del tiempo” se ve trastocada en un vaivén que, si bien se basa en la experiencia, mantiene alerta al lector sobre los acontecimientos reales o imaginados y los planos en que éstos se desarrollan para terminar combinados dentro del relato. En él, el tiempo se transforma a sí mismo.[6]
La situación de excepción que representa este brote psicótico es un escenario muy complicado para demostrar que quien lo describe tuvo en verdad conciencia de lo vivido. Sin embargo, Carrington se vale de la narrativa para lograrlo, para dejar bien establecida su imagen dentro del relato y de esta manera construir su conciencia. Lectura y escritura se convierten en un medio de representación del ser, de construcción de la imagen como confirmación de la existencia del Yo en el discurso, pues al rememorar, ese alguien que habla llega a existir, como bien decía el filósofo Merleau–Ponty: “Mi existencia como subjetividad no forma más que una sola cosa con mi existencia como cuerpo y con la existencia del mundo y que, finalmente, el sujeto que yo soy, tomado concretamente, es inseparable de este cuerpo y de este mundo”.
La memoria construye la imagen narrativa, de la misma manera que dicha imagen existe gracias al lector o espectador. Es la confirmación por medio del otro lo que le confiere realidad. Es el lenguaje cruzado entre uno y otro, entre lector y autor, lo que provoca que exista sentido: da sustancia al Yo narrado, a un Yo con memoria. No existe un mundo interior y otro exterior, es el lenguaje quien produce ambos lados de la imagen de quien narra, y así dibuja lo que somos, lo que fue un misterio, aun para nosotros mismos.
[1] 25 de marzo de 2017 (https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2017/mar/25/my-wild-child-cousin-the-surrealist-painter-leonora-carrington)
[2] Leonora Carrington, Memorias de abajo, Ediciones Siruela, Madrid, 1987.
[3] Daniel Dennet, La conciencia explicada, una teoría interdisciplinar, Ediciones Paidós, Barcelona, 1995, p. 115.
[4] Whitney Chadwick, Leonora Carrington. La realidad de la imaginación, CNCA/ Ediciones Era, México, 1994, p. 11.
[5] Recuérdese conceptos como “Anatomía política” o “Mecánica del poder”, definidos por Michel Foucault: “Una anatomía política, que es asimismo una mecánica del poder, está naciendo; define cómo se puede apresar el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se les determina”. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI Editores, México, 2010, p. 160.
[6] “La noción de experiencia de ficción del tiempo, hacia la que hacemos converger todos nuestros análisis de la configuración del tiempo por el relato de ficción, no podrá economizar los conceptos de punto de vista y de voz narrativa (categorías que, de momento, consideramos idénticas), en la medida en que el punto de vista lo es sobre la esfera de experiencia a la que pertenece el personaje y en la medida en que la voz narrativa es la que, dirigiéndose al lector, le presenta el mundo narrado”. Paul Ricoeur, Tiempo y narración, t. II, Siglo XXI Editores, México, 2006, p. 513.