El día de ayer: El arte de vivir la FIL

El fin de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es el preámbulo del Guadalupe-Reyes. Propongo que para el próximo año organicemos la entrega de premios "Inventarios de la FIL".

Me tomo un café en soledad, sentada en una mesa del bistro Boca 21, en Plaza del Sol. Estoy observando cómo se forma una ligera capa de espuma entre la oscuridad de la bebida cuando comienza a sonar una deprimente canción de Navidad, interpretada por sintetizadores chafas pero nostálgicos. Es el preámbulo del Guadalupe-Reyes y también del final de la Feria Internacional del Libro.

Siento cómo la bebida escurre por mi garganta de la misma manera en que una sensación de orfandad me va llenando. Las despedidas suelen ser difíciles en general, pero las de la FIL son más intensas porque su introducción, nudo y desenlace se llevan a cabo en apenas unos cuantos días.

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Propongo que para el próximo año organicemos entre periodistas, escritores, promotores y hasta mercenarios de la palabra, la entrega de premios "Inventarios de la FIL", en donde reconozcamos desde los mejores trabajos y las amistades más entrañables hasta los actos más aberrantes cometidos en este tiempo, entre los que ya somos fauna tradicional de esta celebración.

Seguramente el próximo año estaremos, a estas alturas, cantando nuestras experiencias con un buen fado de por medio, celebrando a Portugal, a las letras, a la vivencia. Ese es nuestro consuelo desde que arribamos a esta ciudad tan representativa para quienes escribimos: saber que el viaje seguirá, porque se ha vuelto una constante en nuestro paso por la tierra. Quizá en doce meses me despida de la Feria rememorando el "¡Ay, lucidez que me duele! ¡Ay, este no tener sosiego!", de Amália Rodrigues, pero por ahora me conformo con el "Déjenme llorar", de Carlita Morrison.

Salgo del bistro sintiéndome una escritora fantasma perdida en la Expo Guadalajara. Es tiempo de colgarse el gafete por última vez.

Everything Now

Estoy bailando en la fiesta de Diana, una de mis amigas más queridas de Jalisco, cuando aparece la locutora y columnista Mercedes Cárdenas (con su inacabable talento para sacarte carcajadas) con un chisme: "Que acaban de llegar unos famosos muy famosos a la pachanga". Le pido que investigue más sobre el asunto. A los pocos minutos regresa para decirme: "Que son los de Arcade Fire". A mí se me cae la boca. Sé que la banda tocará el día de hoy, sábado, en una arena en Tlajomulco de Zúñiga. Traté de comprar boletos pero ya no había, y ahora estoy conbebiendo con ellos en lo que se supone que sería una "reunión íntima".


Me preguntan si quiero ir a saludarlos; contesto que no. Prefiero observarlos desde un lugar cercano, mirarlos sentados en unos equipales o caminando entre la gente. Pareciera que ya nada nos sorprendería estando aquí, pero cada instante depara sorpresas nuevas.

Pienso en el arte de vivir la FIL. Cada quien tiene su propia experiencia: están aquellos que se la pasan en reuniones pequeñas, comiendo con amigos o personas influyentes o quienes, por el contrario, nos sumamos a la fiesta y la chora interminable. Otros que ocupan sus noches para irse al table dance o quienes se meten en la tina del hotel a tomar un baño, lejos del bullicio de los pasillos; quienes se la pasan refunfuñando por la tremenda carga laboral y los que deciden hacer exclusivamente relaciones públicas. Hay una feria a la medida de cada intención.

My Body is a Cage

"Vivo en una era cuyo nombre no conozco", cantan los Arcade Fire en su canción "My Body is a Cage". Este año, a nivel cobertura periodística, fue para mí el primero del futuro que amenazaba con llegar en ediciones anteriores. Explotamos nuevos formatos, otros lenguajes para hablar de lo que aquí sucede. Conformamos en Filias un equipo incomparable bajo la batuta de José Luis Martínez S., otro compañero de vida con quien es un placer trabajar. En estos días disfruté de la enjundia de un equipo conformado por el entrañable Roberto Pliego, así como por los jovencísimos Lía, Beto, Ángel, Leo, Paula, Tito, Zyan, César, quienes le enseñaron cosas de la modernidá a esta carcamana siempre dispuesta a tragarse el mundo, adoradora de las posibilidades del periodismo, columnista trasnochada con muchas cosas por decir.

Miro en mi habitación de hotel unas cinco botellas de agua abiertas, a medio tomar, porque donde me agarra la sed, bebo. En cada columna de estos días me he preguntado qué nos trae aquí, por qué experimentamos cada año la euforia de la FIL. A diferencia del 2016, cuando narré las vivencias desde mi mirada exterior, este año quise contar las historias desde mi experiencia interior, tratando de encontrar respuesta a esa pregunta.

Me marcho llena de afirmaciones, con varias lecciones de vida, aprendizajes sobre la labor, el cariño, la fascinación por las palabras. Y aunque esta Feria me recuerda a las bebidas regadas en el cuarto, siempre dispuesta a mostrarte un recipiente inédito, ahora la miro desvanecerse como ese espejismo que habita mis sueños, sabiendo que más pronto de lo que creemos, estaremos de nuevo aquí, aprendiendo el arte de vivir esta feria de los milagros.


RSE

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