Cuando despertó, se encontró convertido en monstruo. Tenía las manos metidas bajo la falda de su prima de siete años, quien lloraba: la habían dejado a solas con Raúl. En una tregua de lucidez que le dio el alcohol, comenzó a correr. Dejó atrás esa casita construida tras la inmensidad de la basura del Bordo de Xochiaca y juró no volver.
—Yo ya tomaba mucho, era un animal.
—¿A qué edad comenzaste a beber?
—Desde los 9, casi 10 —me dice. A los 11 llegó a un grupo de Alcohólicos Anónimos.
Raúl es un joven menudo y de mediana estatura que de inmediato sobresale de entre los integrantes de este grupo de 24 Horas de Alcohólicos Anónimos, en el cual los internos prácticamente viven ahí con la esperanza de superar su adicción al alcohol. Ahora tiene 13 años y lleva casi dos anexado, pero aun cuando se le escucha narrar sus terribles actos realizados bajo el influjo del alcohol, es inevitable pensar que a quien se tiene enfrente, al menos físicamente y a pesar de todo, todavía es un niño.
—Mis padres no me decían nada porque mi padre le metía a la mota y le pegaba a mi mamá. (Mide no más de 1.30 metros y aún trae el morral en el que carga sus libros porque en el grupo lo han enviado de nuevo a la escuela).
—A veces yo defendía a mi mamá de los golpes de mi papá, como estoy chiquito, me le iba al estómago y pum, pum, le daba con lo que trajera en las manos, pero él siempre me ganaba, me tiraba y pum, golpes a los dos. (Me muestra algunas marcas en sus brazos lampiños. El bigote no le sale aún; es más, su voz es chillante, ni siquiera ha comenzado el cambio de timbre de la adolescencia). [OBJECT]
—Primero me tomaba los restos de cerveza que mi papá dejaba en la mesa, o de aguardiente, luego ya compraba lo mío con mis amigos de la colonia. (Se sonroja cuando le pregunto si tenía novia, mueve la cabeza y prefiere voltear a otro lado).
—Para comprar las caguamas me robaba celulares y los vendía. Me acercaba a las mujeres para pedirles una moneda y cuando sacaban su bolsa se las arrebata. (Mira mi llavero: un Mickey Mouse, y me cuenta que su caricatura favorita era El Correcaminos. Canta: "Si estando en la carretera oyes un beep-beep, ten la seguridad que se trata de mí... correcaminos, el coyote te va a comer... así iba, ¿no?").
—Luego ganaba dinero en las peleas que se organizaban en la colonia, me aventaban a pelear con otros niños y a veces ganaba. (Trae un cuaderno, planas de palabras con "m": mamut, mamá... regresó a cursar la primaria desde el primer grado y, dice, pronto hará su primera comunión).
—Me escapé varias veces de mi casa, estuve en una casa hogar hasta que mi papá me encontró y luego me volví a fugar porque ya no sabía lo que hacía, como lo de mi prima... hay cosas que hice que ni recuerdo. (¿Es un niño?, me pregunto).
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El año pasado las cifras oficiales alertaban que la edad en la que los menores comenzaban en México a consumir bebidas embriagantes había pasado del rango de los 17-18 años a los 12-13, según el más reciente reporte de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic).
Sin embargo, los especialistas que a diario lidian con esta realidad tienen un diagnóstico diferente y aún más grave. Los niños prueban y comienzan a consumir alcohol en una edad promedio de 10 a 11 años, pero la mayoría acude a pedir apoyo psicológico o médico dos años después de haber comenzado con la adicción. [OBJECT]
"El problema ya ni siquiera son los adolescentes, porque a los 15 años beber ya es algo hasta normal en nuestra sociedad. El problema son los púberes, hemos tenido casos de chicos de 10 años que llegan intoxicados y cuando los sometemos a terapia nos confiesan que ya llevan años bebiendo; los padres se dan cuenta hasta que ya no pueden controlar su forma de beber", dice el doctor Miguel Ángel Jiménez Sanjuán, de la Clínica del Adolescente del Hospital Materno Infantil Inguarán.
Alcoholismo de alguno de los padres, bajo nivel educativo o socioeconómico, desintegración familiar, ausencia o desapego ya sea por parte del padre o la madre, son las principales causas que llevan a un niño al alcoholismo, de acuerdo con médicos, psicólogos y psiquiatras.
Pero a todas esas causales se añade una que termina por romper el binomio pobreza-alcoholismo: la soledad, porque hasta en las mejores familias se ha llegado a detectar un niño alcohólico.
El psiquiatra Jiménez Sanjuán señala que muchos menores con adicción al alcohol provienen de familias núcleo, con papá, mamá, hermanos y aparentemente sin indicios de violencia intrafamiliar. "Pero son niños que pasan mucho tiempo sin vigilancia, con madres y padres trabajadores que no están en casa, que ya llegan noche y nada más a cenar y a dormir. Para muchos, ver que el niño o la niña están dormidos es mejor, pues no dan problemas, y luego se sorprenden de que en realidad se dormían porque tenían un consumo de alcohol sostenido", recalca el médico.
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Cuando las manos comenzaban a sudarle a mitad de la noche anunciaban la tortura. Entonces le era inevitable levantarse y "empinarse" los barrilitos de cerveza que solía guardar debajo de la cama. Una, y otra, y otra, y otra, así hasta que volvía a conciliar el sueño.
Primero fue por diversión, luego porque hacía calor o frío, y al final porque hasta le temblaba el cuerpo si no se tomaba por lo menos un par de tragos. Así fue como Beto cayó en cuenta de que a sus 12 años ya no podía dejar pasar un día sin beber.
Beto se mira las palmas y las seca con el pantalón. Es la ansiedad, pero también la pena. No le gusta hablar mucho de lo que ha pasado. Por eso enciende por lo menos cinco cigarros que ni logra terminarse mientras está frente a la tribuna, desde donde comparte su experiencia con sus compañeros del grupo de AA en el que fue anexado en octubre.
—A mí, que yo me acuerde, nunca me pegaron. Mi mamá era la banda y mi papá se fue de la casa cuando tenía como 4 años, pero yo no me acuerdo de eso.
La madre de Beto, una secretaría de una escuela secundaria, se dio cuenta que su hijo tenía problemas con el alcohol cuando éste ya había dado el salto a "la actividad", drogarse con activo.
—Al principio trabajaba en una carnicería o en una taquería como mandadero para conseguir dinero, o guardaba lo que mi mamá me daba para la escuela, luego ya comencé con unos amigos a robar celulares, es lo más fácil —dice mientras una y otra vez se lleva las palmas de la mano al pantalón.
Y entonces detalla su modus operandi, como si se tratara de resolver una ecuación: primero ubicas a las señoras o cualquier güey que venga bien entretenido en Facebook o chateando o haciendo cualquier cosa con su celular en la calle. Luego te acercas se lo arrebatas y te echas a correr.
—¿Nunca te atraparon por robar?
—¡Ay!, claro, pero los polis ya saben que como eres menor te van a dejar libre, entonces mejor te piden dinero y así se ahorran tiempo. Una vez le tuve que dar a uno lo que llevaba de la venta de dos celulares y me dijo pues pélate.
Beto se ha escapado en dos ocasiones del anexo de 24 Horas. La primera vez llegó hasta casa de su madre, en una unidad habitacional de Tecámac, pero ella lo regresó con la promesa de que si terminaba la rehabilitación lo metería a clases para convertirse en chef, un sueño adquirido tras ver un par de temporadas del reality show Master Chef.
Pero la ansiedad le ganó de nuevo. Saltó la barda, cayó al techo de la vivienda contigua y de ahí se fue al Campamento 2 de Octubre, un asentamiento irregular en la delegación Iztacalco, en el que las filas de casas improvisadas de cartón sirven como guarida para narcomenudistas. "Compré mota y activo y recaí otra vez, pero el hermano de uno de mis compañeros del grupo me vio, fueron por mí y me trajeron de nuevo".
—¿Cuándo te diste cuenta que tocaste fondo?
—Yo creo que ni cuenta me di. Estaba bebiendo y en la actividad con mis amigos, llegaron otros chavos y uno de ellos comenzó a pelear con mi mejor amigo, Óscar. El otro sacó la pistola, le dio en la cabeza y yo, con tal de que mi mamá no se diera cuenta en lo que estaba metido, lo dejé ahí y me eché a correr.
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Si se trata de género, el alcoholismo es más frecuente en las niñas que en los niños. Por ejemplo, en la Clínica del Adolescente por cada 10 menores con problemas de alcoholismo que se atienden, por lo menos 8 son mujeres.
"Tal vez los chicos se cuidan más de que no los descubran. Pero las chicas son más vulnerables, ante la falta de experiencia se alcoholizan más rápido y si hay alguien ahí que está buscando tener contacto con ellas, pues con el alcohol que las desinhibe evidentemente son más vulnerables", alerta el especialista Jiménez Sanjuán.
"Muchas de ellas pasan mucho tiempo solas y son presa fácil de que alguien las esté incitando... hemos tenido casos de chicas que conocen a un hombre, las embriaga y amanecen en la calle o en un hotel y no se acuerdan de qué fue lo que pasó", agrega.
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Por más que intentaba contenerse, el estómago se le retorcía y tras un par de arcadas la sangre que terminó vomitando la delató frente a la señora que se encargaba de la limpieza en su casa. Para cuando arribó a una clínica privada de Polanco, la úlcera gástrica ya tenía horas de sangrado. "Por poco y no la cuento", dice Lucía.
Tras escuchar el diagnóstico, su padre dijo que la enviaría a una clínica fuera de la ciudad para que nadie se diera cuenta de que su hija era bulímica.
—¿Bulimia? —cuestionó el doctor.
—Si, seguro mi hija se deshizo el estómago vomitando porque las chicas de ahora viven traumadas con su peso —supuso el padre.
—¿Pero qué está diciendo? Lucía tiene una úlcera gástrica por abuso en la ingesta de alcohol. ¿Nunca se dieron cuenta que bebía demasiado? El cuadro que presenta es de por lo menos tres años de abuso.
A dos años del episodio, Lucía, quien está por cumplir 15 años, confiesa que sí le preocupaba un poco ganar peso, pero ese no era el mayor de sus problemas. La solución estaba entonces en beber el whisky, ron, vino tinto, coñac, tequila, que sacaba de la cantina de su padre, sin refresco o agua natural.
—Los tragos que me aventaba eran derechos y pues me dañé el estómago, porque casi no comía y después de la escuela me la pasaba encerrada en mi cuarto o con mis amigos bebiendo —narra la tímida adolescente de nariz respingada y ojos claros.
Hija única de de un matrimonio de abogados exitosos, Lucía mataba el tiempo entre las clases de piano o las salidas con los amigos a las casas de descanso que tenían en las afueras de la ciudad hasta que comenzó a beber, primero por diversión y después, tal vez, para llamar la atención de sus padres.
—Me daba flojera estar en mi casa, siempre estaba sola. Ya sabes, todo súper bien frente a los amigos o socios o en el club al que íbamos, pero mi mamá bien que no podía dejar de ir a las casas de apuestas y mi padre no podía dejar a su asistente —relata tras soltar una risa.
—Conocí a mi ex novio, que también era como del círculo de amigos y que también tiene un historial bien deprimente, y empezamos a beber, tenía como 11 años. Mi mamá sí se daba cuenta, ¿sabes?, pero solo me castigó un fin (de semana) y ya, hizo como que no pasó nada.
Ahora no solo Lucía asiste a terapia psicológica una vez por semana, también sus padres han buscado apoyo profesional. Ella dice que fue como una cubeta de realidad lo que les cayó encima a su familia cuando la internaron en el hospital tras beberse una botella de whisky y una de tequila en una sola tarde.
—Ellos sabían muy bien lo que pasaba. Dejé de ir a mis clases de piano, me salía de la escuela, pagaba todos mis desmadres con la tarjeta de crédito... creo que no fui la única que durante años evadió que tenía un serio problema.
—¿Qué te hizo falta?
—Maybe... que mis padres dejaran de jugar a eso de la familia perfecta, ¿sabes?
CAUSAS Y EFECTOS
—Los más recientes datos de la Secretaría de Salud del DF indican que el alcoholismo en menores de 8 a 14 años (púberes) aumentó 500%.
—De cada 100 pacientes que se atienden en las Clínicas de Especialidades de Atención Toxicológica de la SSA, por lo menos seis son menores de edad. Hasta 2008 la proporción era uno de cada 100.
—Cifras de los Centros de Integración Juvenil indican que 3.6% de los pacientes que atienden comenzaron a beber a los 9 años; 35.1% de los 10 a los 14 años, y 42% de los 15 a los 19.
—El 69.6% dijo beber por problemas familiares; el 33.8% por problemas de salud; el 32.4%, por problemas psicológicos, y solo 24.4% por problemas escolares.