Kazuo Ishiguro no es precisamente un autor prolífico; pese a ello, ocho novelas, un libro de cuentos y algunos relatos dispersos han conformado una obra bien conocida y valorada en el mundo. Tampoco es alguien que haya llegado a la literatura convencido de escribir ficción. Al respecto, el escritor británico de origen japonés refiere al periódico inglés The Guardian que hacer literatura “fue como un matrimonio arreglado donde todo comienza fríamente, pero a medida que pasa el tiempo uno se enamora y aquello se vuelve una adicción muy complicada de abandonar”.
Como en el caso de otros escritores, sus libros —el producto de ese contrato social adquirido— se han ido gestando en una escala temporal graduada en años. Por ejemplo, para que El gigante enterrado, su más reciente novela, viera la luz debió transcurrir una década. Sin embargo, hubo una excepción en este mesurado proceso de creación: Los restos del día fue una obra que a su autor le llevó tan solo cuatro semanas. “Mucha gente debe trabajar durante largas horas”, refiere Ishiguro. “Pero cuando de escribir novelas se trata, el consenso parece ser que más o menos después de cuatro horas de escritura el rendimiento disminuye”.
Los inicios de Kazuo Ishiguro no fueron muy distintos a los de muchos autores: estrecheces económicas y rechazos editoriales. Escribió sus primeras dos novelas en una mesa de cocina y no fue sino hasta 1982, ya casado y con 32 años, que pudo permitirse tener un pequeño espacio en su hogar consagrado al trabajo literario. “Durante los cinco años posteriores a dejar mi empleo logré mantener un ritmo razonable de trabajo y productividad. Pero la primera ráfaga de éxito por mi segunda novela me trajo muchas distracciones”. Ishiguro apunta a esa vida social de las figuras públicas que incluyen invitaciones a cenas, fiestas, viajes y una montaña de correspondencia que a la postre ocupan el tiempo para la creación. Para salir de este impasse, él y su esposa Lorna concibieron un programa sencillo e inflexible: durante un periodo de cuatro semanas él se avocaría a escribir de 9:00 a 22:30, de lunes a sábado, con una hora para la comida y dos para la cena, no contestaría ningún tipo de correspondencia ni tampoco el teléfono, no tendría visitas y las tareas domésticas las haría su esposa. “De este modo, esperábamos, no solo realizaría más trabajo sino que alcanzaría un estado mental en el que mi mundo de ficción me resultara más real que el mundo verdadero”. La pareja decidió llamar Crash a este régimen de escritura.
Ahora bien, rara vez lo que se escribe por vez primera llega inalterado a la imprenta. El Crash de Ishiguro resultó ser un periodo cuyo cometido era obtener todas las ideas de lo que eventualmente se convirtió en Los restos del día. La conformación de una obra negra de la que el autor refiere con franqueza lo primordial del método: “escribía libremente, sin preocuparme del estilo o de si algo que escribía por la tarde contradecía algo ya establecido por la mañana. El propósito era simplemente hacer surgir las ideas. Frases horribles, diálogos espantosos, escenas que no conducían a ninguna parte, dejé que se quedaran y seguí trabajando”. Por supuesto, las ideas para una novela como Los restos del día no pueden provenir de una mente en blanco. Para cuando Ishiguro se adentró en el Crash, ya había consultado varias obras de referencia sobre servidumbre británica, política y relaciones internacionales del periodo de entreguerras, guías de la campiña inglesa, panfletos y ensayos de la época incluido uno proverbial: Los peligros de la obediencia, de Harold Laski.
Quizá lo fundamental al emprender la escritura de una obra, sobre todo de una novela que requiere investigación, sea definir cuándo comenzar la escritura. “Tan nocivo es comenzar muy pronto a escribir como hacerlo demasiado tarde. En este caso en particular, el Crash sobrevino en el momento adecuado, cuando sabía lo justo. Al final de las cuatro semanas tenía más o menos la novela entera. Y aunque por supuesto necesitaría más tiempo para escribirla correctamente, el Crash me había entregado los aspectos imaginativos vitales”.
*Los restos del día obtuvo el Premio Booker, el más importante de la literatura británica, en 1989, y está considerada como una de las mejores novelas en lengua inglesa del siglo XX.