Una leyenda cobra vida en esta historia: la duda si Maximiliano de Habsburgo fue fusilado, si Juárez le perdonó la vida porque era masón como él, si se fue a vivir a El Salvador o no. Lo cierto es que en el momento que se supo del fusilamiento de Maximiliano, las grandes potencias europeas exigieron a México el cuerpo. Los pretextos de la cancillería mexicana lograron retrasar durante siete meses el envío y, cuando finalmente los restos del archiduque fueron embarcados rumbo a Austria, la historia registra que su madre, la archiduquesa Sofía, exclamó al verlo: “Ese no es mi hijo”.
Con el pretexto de saber más acerca del paradero que tuvo Maximiliano, si era cierta su otra identidad, su nueva vida en El Salvador, la protagonista de la historia, Fernanda, emprende un viaje con su maestro, un distinguido historiador, Segismundo Altamirano, a Cuba y otros países de Centroamérica. Ese viaje resulta ser detonador para Fernanda, quien pasa por una época de su vida marcada por la insatisfacción y la escasez de dinero. El hartazgo matrimonial ha hecho de la investigadora una mujer sumisa, con pocas expectativas ante la vida e insegura.
Pasar un tiempo lejos de su aburrido marido se convirtió en algo inesperado para ella. Al principio lo vio como una aventura, un respiro ante la monotonía, pero luego aquel periplo se fue transformando en muchas otras cosas. Como apunta Séneca, cabalgar, viajar y mudar de un lugar recrean el ánimo. No obstante, en esta travesía alrededor de Maximiliano-Justo Armas, se vio obligada a desempeñar varios oficios y a pasar inconvenientes: tuvo que ser asistente y cuidadora del maestro, se enfermó de herpes, se enamoró, padeció las carencias que tienen los cubanos al vivir con lo indispensable, se dio cuenta que ya no era la misma de antes.
En un tono desenfadado y, a la vez, lleno de matices, Anamari Gomís logra que su personaje sea una especie de mujer incomprendida y divertida, locuaz, aventurada e indiscreta ante cada uno de los instantes que requieren solemnidad. El ir por la vida de forma aparentemente desinteresada, es lo que le brinda un carisma entrañable a la joven investigadora. Ya lo dijo Upton Sinclair, “las tierras pertenecen a sus dueños, pero el paisaje solo es de quien sabe apreciarlo”.
En un momento que varias narradoras apuestan por la impostación de voces, por volverse ellas mismas protagonistas de sus historias y, sobre todo, en la reiteración de temas transgresores, esta novela es aire fresco entre tanta banalidad.
Si Maximiliano era no Justo Armas, poco importa. Lo esencial de la apuesta narrativa es el viaje, el haberle ganado la batalla (con una buena prosa) a la rutina.