Una visita de la muerte antes del momento, no es desafortunada. El hospital psiquiátrico revienta, los confesionarios están vacíos. No voy en un taxi, no voy contigo, no voy con Tristessa, no tengo una botella de whisky Juárez. No soy un profesional, leer te hace un desgraciado. La vida está lejos de las horas limbo que puede pasar un infeliz escribiendo, existen sitios que jamás cierran, a los que nadie les pasa jabón o agua, los residuos de todos están ahí, como una costra apestosa, parecida a la existencia. Un hombre bebe demasiado porque no sabe hacer más, no puede hacer más: los ojos enrojecen, la cara se hincha, dedos, espalda, todo cruje a punto de explotar, el dinero jamás logra satisfacer la garganta de un hombre que se entrega al alcohol. El trabajo es un recuerdo de alguien que aborrezco. Mis referencias no son asombrosas, ¿qué puede decir un mediocre tras leer los apuntes de Henry Miller sobre libros?, la escritura, actualmente, es como un implante mamario, un penoso asunto ideológico, se ha convertido en simulación, perdió el músculo, el deseo. Benjamín me aburre, regreso siempre a Baudelaire. Carne, huesos, a veces tienen alma o como quieras llamarla. Comprabas papel de baño, café, atún, paquetes de 100 hojas bond, dos plumas, una azul, una verde, “no quiero que mueras de hambre como Toam Joad”, después me quedaba solo otra vez, escribiendo, a veces me pregunto si serán ciertas esas noches desesperadas, I’ll be all around in the dark, la oscuridad reconforta, justificabas tu vida ayudando a otros, el hombre no puede odiar sin odiarse, no elegimos nada libremente, tan solo reconocemos todos los sucesos que no podemos evitar, I’ll be everywhere, repaso tus formas de desaparecer, las risas en el espacio en ruina existen, nada más importante que ese acto: existir. En esos tiempos solo quería ser una máquina, solo deseaba existir para crear imágenes, nunca reparé que las imágenes son solo abstracciones inútiles de la realidad. Tú comprabas el papel de todas aquellas historias que jamás se publicaron, no podía permitirme ese lujo en aquellos tiempos, parecen una orgía de imágenes que me niego a reproducir ahora que estoy por fin solo. Simulación de baja calidad, miro la mesa de novedades, nadie firmaría a alguien como yo, me alegra, el resentimiento es también una forma de existir a través de otros. Álvaro Obregón esquina Frontera luce más triste que nunca, el estacionamiento del Monarca era un edificio en 1957, lodo, colillas de cigarro, los restos de una cerveza rota, una pareja pasa fumando frente a mi, dos modernos de mierda, todos somos recuerdos, las tumbas se llenan de recuerdos que existen a pesar de nosotros, estoy seguro que Jack también se apostó en la esquina en 1956 con ella para pegarse un trago; llueve débilmente, desearía estar tomando una gin tónic en Fontina, ahí las personas parecen despreocupadas, acarician el dinero en el bolsillo, esa seguridad que me asquea, al mismo tiempo es fascinante.
Tengo un recuerdo agradable sobre mi, estoy sentado en la banca del parque Pushkin con una maleta roja. Los cigarros se acabaron, una mujer pasa fumando, me atrevo a pedirle uno, no me lo niega, tal vez puedes sentarte, tal vez podríamos sentarnos a fumar, las personas parecen tener más prisa que nunca, un hombre viejo va hablando solo, dos niños a lo lejos están construyendo recuerdos que más tarde serán dolorosos. La mujer no se sienta a mi lado, no me atreví a pedirle que se sentara, porque nadie derrotado realmente pide un poco de consuelo, las palabras, cualquiera, de los extraños sobre todo: nos reconfortan. ¿Quién era yo?, un tipo con mala suerte, un pájaro de mal agüero, una mancha en la pared, una lámina oxidada. Aprendes a vivir con un vaso entre las manos, con un poco de música sucia, las notas de Scrapper Blackwell reconfortan, se siente tan bien estar tan hundido. No tienes por qué mentir, nadie es capaz de soportar el peso de la ilusión. Los poetas escriben haikus, solo puedo vaciar botellas. Quiero ser un hombre con la fuerza suficiente para rasurarse los lunes, para arrastrarse por las calles, para atisbar en la esquina de Frontera. Tu navaja es el acto más tierno, es la fuerza más hermosa que me mantiene. El estereotipo de alusiones realistas jode toda ilusión. Hombres desesperados en oficinas y fábricas que son mataderos con una solicitud de empleo pulcra, ¿por qué no la escupen?, ¿por qué no la rompen?, carne, huesos, nada extra. Parece que alguien dejó las cartas por aquí, parece que jamás es demasiado, que el exceso es la inspiración de todos los desolados, nadie dejó el instructivo para desactivar este odioso mecanismo de autodestrucción y mierda barata. Me gustaría descansar un poco en alguna mesa, contar lo que pienso de la ciudad, solo tengo lluvia, hambre. Entendí que no existen luces que jamás se apagan, nadie puede vencer la muerte de un recuerdo. El pasado es una especie de museografía de la realidad que reproduce la simulación de todo lo que nos rodea, esa realidad se convierte en recuerdo maltrecho. También tuve una solicitud limpia, no le escupí, puse en ella el nombre de Jack Kerouac, una derrota más, “le llamaremos”, dudando, el entrevistador estrechó mi mano, me regaló una etiqueta con mi nombre falso, también en el hospital di ese nombre, la hoja de alta tiene ese nombre que no es mío. La pareja fuma, ríe. Me dan tanto asco las personas que tienen motivos para reírse como imbéciles. Las sonrisas no son bonitas.
Camino. Me asomó en el Café París, la esquina de Córdoba está iluminada, las personas sentadas en las mesas, esperando la muerte, esperando, soportando el infierno de una conversación honesta. El sonido de tus pasos me regresa a esos años que creí felices en la colonia Roma, la mesa de la cena familiar, todo parece un juego, mis padres no se miran, el abuelo tiene cáncer en los testículos o eso parece, una letra melosa suena en la radio, todos parecen estar metidos en sus pensamientos, meten la cuchara con la misma fuerza con la que desean vivir: nula. A veces me levantaba para servirme un poco más de las sobras de la sopa, la cocina me parecía amplia, la abuela ya no ocupaba la silla rota, pegada con cinta canela, amarrada con un mecate para sostener la pata delantera, se negaba a tirar todo, encontraba usos insólitos en objetos que no tenían remedio, jamás cenaba con nosotros, no dormía con mi abuelo, ocupaba el sillón como un bulto molesto, creo que cuando huelo orines en un bar la recuerdo, ese era su perfume. Y desde entonces, esa sensación: no había nadie. Gritas en medio de la noche, sabes que nadie llegará. En una bolsa de plástico transparente con un pedazo de masking tape, tus pertenencias: llaves, labial, una moneda de 50 centavos, una navaja, boletos del Metro, un libro sin portada, pluma, pasadores negros. Me las entregaron preguntando si deseaba que me pusieran en contacto con la funeraria, metí las manos al bolsillo, saqué un cigarro, salí de ahí con el pretexto de hacer unas llamadas. No regresé. Cuando te recuerdo, puedo saber de qué hablabas, para entender a alguien debes tomar distancia, debes alejarte para poder escuchar a alguien, nada cercano nos parece comprensible, es tan solo un espejismo. En mi casa bebíamos hasta caernos, saltabas mientras Lou Reed sonaba en un modular viejo, estabas ahí, ordenando el papel de baño, las latas de atún, destapando una botella, recordándome que nadie era tan importante, que nadie debería ser tomado en serio. Escribía para no matarme, no era Miller, ni Hamsun, ni Jack, no era nadie, ¿debo quemar mi hoja de alta con el nombre de un escritor verdadero?, siempre desempleado por los nombres falsos, experiencia falsa, mentiras, espacios en blanco, solicitudes en las que no podía contestar cuáles eran mis planes a largo plazo, guardé el recuerdo de tu navaja, iba conmigo a cualquier sitio, buscaba un poco de alivio en el recuerdo de la bolsa de plástico transparente. La podrida ilusión, siempre ahí, desde la oscuridad, hablándome, provocando a un hombre derrotado. La fosa común nos unirá siempre. Acaricio tu ausencia, me fortalece.
* Escritora. Autora de la novela "Señorita Vodka" (Tusquets).