Algo en su sonrisa denota ¿tristeza, ensimismamiento, iluminación, abstracción o que está fuera de este mundo? Apenas horas antes de su presentación en el Festival de Jazz de la Riviera Maya, Estefanía Romero se lo encontró en el pasillo de su hotel y lo saludó: “Hello, Mr. McFerrin”. El hombre ni se enteró: siguió caminando como si estuviera en otra dimensión.
Hace años tuve la oportunidad de entrevistarlo y advertí que el músico, que con su voz ha hecho feliz a tanta gente alrededor del mundo desde que grabó su éxito “Don’t Worry, Be Happy”, abajo del escenario es muy reservado, aunque muy cordial.
Pero dejémonos de consideraciones personales, lo mejor es seguir las enseñanzas de McFerrin: “No te preocupes, sé feliz”. Ante su desenfadado desempeño en el escenario, no hay quien se le resista.
Pero vayamos hacia atrás: la jornada final del festival inició con una sesión de boleros en jazz a cargo de un cantante veracruzano que fue recibido, estoicamente, por un público que aguantó la impertinente llovizna que respetó la actuación de Wallace Roney. Discípulo de Miles Davis —no su clon, como algunos pretenden argumentar—, es un digno sucesor de la pléyade de trompetistas que fueron sus mentores: Clark Terry, Dizzy Gillespie y Freddie Hubbard.
Roney evoca a Miles Davis. De sus pláticas aprendió que es preciso hacer la música que refleje tu personalidad, la que provenga de tu experiencia, que sea tu esencia. Su forma de tocar está cimentada en la tradición de muchos estilos al servicio de su volcánica energía. El tono límpido de su trompeta se desperdigó cálido por un público que se rindió a su sensibilidad.
Tal vez fue la lluvia, el viento o simplemente mala suerte, pero el concierto de Chick Corea y Béla Fleck inició como si de una película muda se tratara: los actores, al piano y al banjo, respectivamente, se movían, pero su sonido solo se proyectaba tenue entre la fila de fotógrafos que eran increpados por el público porque no dejaban ver. Lo peor fue que los ingenueros, esa extraña mezcla de ingenuos con ingenieros, tardaron cerca de dos minutos en darse cuenta.
Una vez reparado el daño, inició este encuentro de sensibilidades que entretejió una música de cámara de tonalidades cálidas. Corea, viejo lobo de la mar jazzística, acogió el banjo de Fleck, que se adaptó a las sutilezas del pianista y refrenó la resonancia del instrumento.
“Children Song Number Six”, “Señorita”, “Juno”, “The Enchantment”, música de Scarlatti y hasta una pieza de bluegrass incluyó el repertorio del dueto. Como encore, McFerrin se subió al escenario para compartir con el dueto una versión de “Straight No Chaser”, de Thelonious Monk, que culminó con un blues y con la gente enloquecida por lo que se avecinaba.
La fiesta de 15 años del festival se celebró con la entrega de reconocimientos a quienes lo han hecho posible, más una mención especial a Fernando Toussaint. Iniciaron los fuegos pirotécnicos, pero en segundos se desató una lluvia impertinente.
La gente aguantaba, a la espera de que la lluvia pasara rápido para cantar con Bobby. Pero mientras el público esperaba, el cantante caminaba hacia la Van que lo sacaría del húmedo ambiente. El concierto se suspendió, pero son gajes del oficio. Aunque, como dijo alguien que se encaminaba hacia la salida: “Siquiera hubiera cantado ‘Don’t Worry, Be Happy’”.