La primera vez que leí una de esas malignas maravillas que son los cuentos de Antonio Ortuño tuve la impresión de haberme topado con un pequeño relámpago. El cuento era estupendo, pero ¿podría el autor escribir una novela con la misma intensidad? Estoy convencido que eso fue lo que se propuso y consiguió, con diversos matices, en cada una de sus cinco novelas este narrador jalisciense: El buscador de cabezas, Recursos humanos, Ánima, La fila india y, mejor que nunca, en Méjico. En las primeras tres se interesó por fascistas de ultraderecha, oficinistas vengativos y cineastas malagradecidos, pero con sus dos novelas más recientes su prosa ha ganado una ambición y una precisión infrecuentes en la narrativa mexicana. Pocas novelas contemporáneas han tenido en los últimos años tanta resonancia a nivel internacional como La fila india. Allí Ortuño cuenta con gran eficacia las modestas pesquisas (y los grandes hallazgos) en torno al tráfico de personas en la frontera sur mexicana, realizados por una frágil empleada de Migración. Con sólo cuatro personajes, el novelista consiguió crear un relato impresionante, al mismo tiempo cruel, divertido y difícil de olvidar. Por fortuna para sus lectores, en su nueva novela Ortuño lleva al extremo esa prosa suya que sonríe mientras observa las atrocidades que viven sus personajes. Como Borges, Ortuño se entusiasma por las "admirables crueldades" que ha producido la novela negra y nos demuestra en cada libro que la brutalidad puede ser una virtud literaria. Influido por el diseño flamígero y contundente del rock punk, sus capítulos asestan una buena cantidad de impactos sobre las opiniones más timoratas del lector. Su prosa está hecha de un material corrosivo, que juega con los personajes como si fueran ratones en un laberinto.
En las 235 páginas de Méjico, a medida que noveliza la historia de un grupo de trasterrados españoles y la de un tapatío perseguido por la violencia reciente, Ortuño logra enfrentar a dos grupos de personajes absolutamente atípicos, a los que poco les interesan los ideales y las causas, obligados como están a sobrevivir cada vez que se topan con otros trasterrados. Por un lado cada capítulo funciona como un cuento violento y malicioso, en el cual la historia reciente de España y de México se disuelve en la corrosiva prosa de este escritor de Guadalajara, pero al mismo tiempo, la novela construye seres inolvidables, como pocas veces se ve en la literatura mexicana. El Concho y Benjamin Lara, los grandes malvados de la historia, quedarán en la mente de los lectores mucho tiempo después de haber cerrado el libro. Lo mejor de todo es que lejos de ofrecer una serie de retratos u homenajes complacientes, como suele suceder en las novelas que parten de algún modo de las memorias familiares o de la historia del siglo XX, Ortuño construye un relato lleno de sorpresas novelescas, enfrentamientos a balazos, traiciones, huidas constantes y riñas entre hermanos y vecinos que duran hasta que dos balas dan en el blanco.
Con su provocación calculada y refrescante, con el material extrañísimo y cruel del que están hechas sus historias, Méjico es la novela ideal para aquellos lectores que no aceptan un minuto de distracción ni de aburrimiento. Y sin duda, una de las mejores novelas que ha escrito un autor de esta generación.