EL ÁNGEL EXTERMINADOR
Carlos Velázquez
"No es mi escritor favorito, pero era mi amigo. Mi maestro", dice Neeli Cherkovski sobre Bukowski mientras se inyecta una dosis de insulina. A sus 71 años el poeta sigue activo. Se encuentra en Monterrey como invitado al Encuentro Internacional de Escritores. La diabetes ha mermado considerablemente su visión, está consternado, pero más le preocupan las elección en Estados Unidos. Constantemente pregunta sobre las encuestas. Es un recalcitrante antitrumpista. “He’s dangerous for all”, repite. Considera que es posible que Trump gane la presidencia. “I vote on thursday”, comenta. Antes de salir de Estados Unidos acudió a las urnas. Es un simpatizante de Hillary.
El viejo poeta beatnik y yo nos quedamos atrapados por culpa de la lluvia en el Buchakas. Un bufet cutre en el mero centro de Monterrey. Mientras atestiguamos la tormenta por la ventana, relata que vive hace 34 años en San Francisco. Ciudad que, cuenta, no era tan cara como en el presente. Comparte un departamento con su pareja, con el que lleva 33 años. Su narrador favorito de todos los tiempos es Hemingway. “Oh, the short stories”, suspira. Y también le encanta Henry Miller, “una generación beat en sí mismo, como lo fue Hank”. Está en busca de una editorial que le publique en español su libro Los hijos salvajes de Walt Whitman (un conjunto de perfiles sobre escritores beats: Gingsberg, Corso, Ferlinghetti, Lamantia, etc.). Entabló negociaciones con Anagrama, los editores de Hank, su biografía sobre Bukowski, pero todavía no es seguro.
Neeli ahora solo bebe coca light. Sus años salvajes han pasado. Sobre la mesa descansa uno de sus libros más recientes. Lo abro al azar y me topo con el poema “Save me from people”. Sin embargo, Neeli es un tipo abierto. Y escucha a todo el que se aproxime a intercambiar con él unas palabras. Sobresale un rasgo definitorio de su personalidad. Pese a sus achaques es un hombre en paz con el mundo. Es inevitable no cuestionarle su opinión acerca del Premio Nobel a Bob Dylan. Está contento, afirma. Porque es una patada al stablishment literario. Pero no considera que las letras de Dylan se puedan reunir en un libro como si se tratara de poemas. “He’s not a great poet, he’s a songwriter”. “It’s a big influence”. Y alberga la esperanza de que vaya a cambiar el rumbo de la literatura.
“No, no conocí a Kerouac”, confiesa. “Nunca fui su fan”. Pero reconoce que tiene grandes libros. Su favorito es “Big Sur”. “Conozco la cabaña en la que escribió la novela. Ferlinghetti me hospedó en ella. Cuando la visité por primera vez vi en la entrada tallados los nombres de Kerouac y Ginsberg. Y debajo grabé el mío”. La tarde anterior Neeli leyó parte de su obra junto a otros poetas. Mastica algo de español. Se defiende bastante bien. Su lectura fue en inglés. Pero al final recitó un par de textos en nuestro idioma. Cuando le pregunté si entendió a sus compañeros, me responde, “no todo pero algo entendí”, Carlos. Y se deshace en halagos para con el poeta Saúl Ibargoyen. “Oh, es un hombre de muy buen corazón”. Insiste en llevar la conversación en español. Lo que habla de su infinita humildad. Quiere mejorar su dicción. Cualquier otra persona a los 71 años ya no estaría dispuesta a perfeccionarse en idioma alguno.
La charla se desvía inevitablemente hacia Bukowski. Cuatro años atrás conoció al nieto de Hank. “Es medio indio”. Y describe los rasgos hindúes del muchacho. Vio a Linda, la viudad de Charles, por última vez hace tres años. Su relación con los Bukowski se enfrió desde la muerte del escritor. A quien recuerda todo el tiempo con cariño. No lo dice, pero parece que se ha reconciliado con su figura. Durante un tiempo estuvo cansado de que la gente solo se acercara a él para hablarle de Hank. “No más Bukowski: Cherkovski”, reclamaba. “I’m a poet too”.
Le relato una anécdota. Mi amigo Kevin, un irlandés loco que llegó a Torreón desde Los Ángeles me contó que una ocasión bebió con Bukowski. Y Hank lo amenazó con que se cagaría en sus pantalones sin moverse de la silla. Mi compa creyó que estaba alardeando. Pero no era broma. Bukowski se cagó en sí mismo. Nunca le creí al irlandés. Le pregunté a Neeli si es verdad que Hank era capaz de hacer cosas así. “¿Qué estaba bebiendo?”, me preguntó Neeli. “¿Cerveza o licor?”. Vodka, le respondí. “Ah, entonces seguro, cuando bebía licor se volvía loco, por eso solo tomaba cerveza la mayor parte del tiempo”. Respecto a la fama de maldito de Bukowski, Neeli la desmiente por completo. “He was a nice man”. Siempre que alguien se le ha acercado a Neeli para decirle que Hank era un monstruo lo defiende: “They all are full of shit”. Y suelta una carcajada.
Neeli quiere hacer una llamada a casa. Desea hablar con su pareja sobre las elecciones. La lluvia cesa. Es hora de marcharnos. Es probablemente la última vez que Neeli visite México, casi ya no ve. Ojalá me equivoque. Y regrese. Porque él desea regresar. Lo que sí es seguro es que se dirige a convertirse en una leyenda. Una aún más grande de la que ya es.