Javier Bátiz. El tiempo encapsulado

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EL ÁNGEL EXTERMINADOR
David Cortés

La tarde es fría, amenaza lluvia, pero ello no impide que la gente se congregue ante el escenario montado frente a Palacio Nacional. La pregunta a resolver no es si en su homenaje por sus 60 años en la música, Javier Bátiz logrará llenar la plancha del Zócalo capitalino, sino ver cuánta gente es capaz de convocar el guitarrista a quienes pocos podrán objetarle el calificativo de leyenda… si supieran de su existencia.

Hay una larga lista de invitados que comienza a desgranarse pronto cuando Baby Bátiz acompaña a su hermano en “Solo” y prosigue con un Guillermo Briseño que tunde las teclas de un piano y se esfuerza en sacarle los sonidos, pero en realidad nunca llega a escucharse del todo.

Como sucede en los conciertos del guitarrista, el viaje es al pasado y no hay nada que lo ligue con el presente, ninguna creación reciente. Si se trata de una lección de historia, ésta consiste en mostrar cómo el rock nacional se vio interrumpido y cercenado luego de Avándaro y dejó un enorme hueco de ignorancia que a pesar de los esfuerzos ha sido imposible restaurar.

Hoy nadie recuerda eso, ni él. El guitarrista bromeará sin descanso: “He escrito 180, 500 canciones… y solo he grabado dos”. Invita a Antonio Lira a cantar “La montaña”, un tema que ha popularizado el líder de Liran’ Roll; luego hace hincapié en “que no es que sea el mejor sino que soy el más ruco” y llama a Julio Revueltas para “El vuelo del ángel”. El joven guitarrista demuestra que también se le da el blues, pero en este intercambio entre él y su “maestro” afloran las diferencias. Revueltas imprime algo de velocidad, pero también un poco de jazz. Bátiz, por su parte, es pausado, deja que el blues corra por las yemas de sus dedos, ralentiza el tema. Su voz ya es cascada, avejentada incluso, pero resulta ideal para cantar “I Have Been Loving You So Long”, una original de Otis Reeding y Jerry Butler que revienta cualquier contención de parte de los presentes que aún pudiera existir. La lista de invitados prosigue, Rosalía León sube con su acústica y batalla para que ésta se escuche en “La flor del Sans Souci”. Con el baterista Elohim Corona (Moderatto) toca “Si estuvieras aquí” y la orquesta la torna una balada bastante melosa y edulcorada. Si bien hay momentos en los cuales las cuerdas imprimen toques dramáticos y hasta épicos, también lo es que en ocasiones su inclusión es innecesaria. Además, los ingenieros batallan constantemente para dar nitidez a los instrumentos.

Encapsular el tiempo le viene bien a Bátiz, entonces hay que regodearse en el pasado. Eugenia Léon sube a cantar “Pacífico jardín” con los coros de Baby Bátiz en uno de los instantes más emotivos y logrados de la tarde; Dr. Shenka, de Panteón Rococó, interpreta “Tierra de nadie” y de sus acompañantes es el más efusivo, uno de los pocos rockeros “jóvenes” que sabe de viejas batallas y muestra respeto. Con los coros de Norma Valdez (otra sobreviviente de los sesenta) y su esposa Claudia Madrid en la batería, El Brujo acomete “I Believe to my Soul”, una composición de Ray Charles. La orquesta lo arropa, le añade aires de tragedia a una canción que él encara con pausas, lento; es un tiempo que le acomoda porque parece sostener las notas sempiternamente y el efecto es explosivo. Cuando nada con parsimonia, sin prisa, cuando se olvida de la broma fácil y deja del lado el discurso excesivo y hace hablar su guitarra, Bátiz simplemente es contundente.

Hace un falso final y entonces se cuelga al hombro a su “Tijuanera”. La magia continúa porque ahora sus notas van cargadas de sensualidad, de erotismo. La atmósfera cambia, se torna candente, casi volcánica y él la aprovecha para entregar “House of the Rising Sun”, “Hard Life” y hacer una larga versión de “Gloria”, en donde incluso se torna juguetón con una orquesta que entrega un arreglo bastante chabacano, cercano al muzak, del tema de Van Morrison que marca el cierre de un homenaje merecido, pero con altibajos.

Para entonces el tono es festivo, eufórico, no importa que de nueva cuenta el piano de Guillermo Briseño no se escuche o que el sonido se vicie por momentos, porque es la clase de detalles que a nadie le interesan. Total, ver a Bátiz allí, en la Plaza de la Constitución, habla de cómo el guitarrista se quedó parado en el andén de los recuerdos y olvidó abordar ese tren que decía futuro. Sus fans, terminado el concierto, suben al Metro y a pesar de que hoy no hay empujones, recuerdan que hace 17 años ya viven en el siglo 21.

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