El Cairo fascinó a ‘la novia’ de Kalimán

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EL ÁNGEL EXTERMINADOR

Alegría Martínez


Filmada en los setenta en la capital de Egipto, la cinta Kalimán, el hombre increíble tuvo como protagonista femenina a la actriz Adriana Roel, quien comparte esa experiencia el año en que se celebra el 50 aniversario de la aparición de la historieta.


Adriana Roel nunca había escuchado ni leído las aventuras de Kalimán. Su primer acercamiento al superhéroe del programa de radio creado en México en 1963, trasladado a las páginas de historieta y posteriormente al cine, fue durante la filmación de la película titulada Kalimán, el hombre increíble, en la década de los setenta en El Cairo. “Ahí lo conocí”, dice la actriz que interpretó en la cinta a la hija de un antropólogo y novia del descendiente de faraones: “El actor Jeff Cooper daba el tipo perfecto para ese papel, era un cuero de hombre, agradable, cálido y amable. Nunca lo juzgué como actor porque estaba en el elenco; era muy ágil y tenía lo necesario para ese personaje. No estábamos haciendo Shakespeare”.

Atraída por la posibilidad de conocer esa mítica ciudad más que por el papel de heroína, la actriz no llegó a emocionarse durante las escenas románticas con el actor de origen canadiense: “Me valía gorro. Será que no era mi tipo. Todo era muy profesional, él me caía bien, era lindo y buen compañero. En aquella época había mucho romanticismo, no acercaban la cámara a la cama para captar como se entrelazan las lenguas como se hace ahora, que se ve eso en cualquier telenovela de las cuatro de la tarde. No. Entonces se usaban unos besos mucho más románticos, de inicio de relación y nada más”.

Ir al Cairo, que no conocía, fue lo que más atrajo a la actriz respecto al proyecto, y al paso del tiempo comprueba que hizo muy bien en aceptar ese papel por esa razón, porque desde entonces no ha vuelto a ese país.

Dos semanas tardó en dar inicio la filmación a causa de la guerra en la capital de Egipto, donde estaba prohibido prender un cerillo y los llamados a las grabaciones eran a las cuatro o cinco de la mañana debido al intenso calor del desierto, aunque aún así se trabajó al rayo del sol.

“A Susana (Dosamantes) y a mí nos vistieron de Cleopatras. Ella se veía preciosa. Teníamos que correr como cien metros con esos vestidos largos y las sandalias caladas por las que se nos metía la arena del desierto, que ardía en serio y nos quemaba los pies. Es muy importante centrarte en tu trabajo, porque si no, la pasas muy mal. En un principio no estábamos contemplados para viajar más que a Sonora y después hacer algunas escenas en los Estudios Churubusco, pero a final de cuentas viajamos todos. El Cairo no fue una locación facilita”.

La producción internacional de Antonio Matuk, con dirección de Alberto Mariscal y fotografía de Rosalío Solano, todavía no se echaba a andar cuando en México el Excélsior daba la noticia de que el actor Jorge Rado y la actriz Adriana Roel habían contraído el cólera.

“Tardé cuatro días en comunicarme con mi tío, hermano de mi madre, que era como mi padre, para decirle que era una mentira amarillista. ‘Tú me llevaste a ponerme todas las vacunas’, le dije. ‘No te preocupes, nos están cuidando mucho’. Entonces nos mandaron a la delegada de la ANDA a decirnos que ya no nos alejáramos de las locaciones”.

Adriana Roel, que apenas sabía montar a caballo, tuvo que hacer una escena en el desierto, amarrada sobre el equino que debía pisar los estopines puestos bajo la arena de forma que se escucharan los balazos de la persecución. El miedo durante la filmación de esa escena y después la impresión de estar dentro de un sarcófago, es parte de lo que recuerda de ese viaje de contrastes en el que la ficción planteaba el descubrimiento de la tumba de un faraón egipcio, mientras en la ciudad escaseaba la comida y la gente temía por su vida.

Roel, que acababa de leer El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrel, aunque tenía como compañera de elenco a Susana Dosamantes, “que siempre fue encantadora” se escapaba sola a indagar y a conocer todo lo que podía.

En la mejor edad para la mujer, que la actriz estima a los 35 años, con buen cuerpo, rubia y de ojos azules, en uno de sus paseos, se metió a una mezquita enfundada en sus pantalones setenteros.

“No sabía que las mujeres debían estar en la parte de arriba, detrás de las mamparas. Entré a la planta baja, donde estaban los hombres. Entonces yo llamaba mucho la atención. Las mujeres empezaron a golpear las celosías de una determinada forma para delatarme. Uno de los hombres me hizo señas de que mejor me saliera y me fui caminando muerta de miedo. Cuatro muchachos que hablaban algo de inglés y francés empezaron a seguirme. Me hacían preguntas. Yo seguí caminando rápido y llegué a la parte vieja del Cairo, la más peligrosa. Ya había oscurecido. Traté de esconderme en la entrada de una puerta con escalones, pero me encontraron. Les dije la verdad, que estaba perdida, y me salvaron porque me acompañaron caminando al hotel. Se portaron muy decentes y civilizados”.

Hasta el hotel donde se hospedaba el elenco llegó en una ocasión un soldado herido que días más tarde invitó a los actores a comer a su casa. Llegamos un poco tarde. Éramos cuatro en total. A uno de mis compañeros lo pasaron inmediatamente al comedor y a mí querían mandarme a la cocina. Él dijo que lo sentía mucho pero eso era una grosería en nuestro país y que si no me sentaban a mí a la mesa, él se iría, así que no hubo más remedio. Las mujeres de la casa se asomaban desde la cocina para verme. La comida estuvo riquísima. Ya sentados todos en el suelo de la salita sobre los cojines, una mujer mayor empezó a fumar del narguile y me lo pasaron. Mi compañero actor me dijo: ‘No le des el golpe, no seas bruta, si tú ni fumas’. Total que era hachís. La ventaja de que me haya pasado eso es que nunca le entré a las drogas. ¡Me asusté tanto!”

Adriana Roel, hoy reconocida con dos Arieles como mejor actriz por las cintas Anacarusa y No quiero dormir sola y uno más en la categoría de coactuación femenina por la película Renuncia por motivos de salud, cumplió en la década de los setenta, el deseo de conocer Alejandría, y aunque el director Mariscal les tenía prohibido salir, ella y su compañero Ignacio Magaloni decidieron embarcarse. “Tú no sabes navegar en esos barquitos’, le dije. ‘Mi hermano es campeón de vela’, me contestó. Y yo de idiota le dije: ‘Ah, bueno’. Pero él no sabía ni treparse. Al final, Alejandría me pareció fascinante. Tuvimos que recorrerla rápidamente para volver en la noche. Conservo del viaje la imagen de las pirámides, de la Esfinge y la sensación de la arena del desierto del Sahara, porque yo nunca había estado en uno. Si acaso en el de los Leones”.

El hotel, cuyas habitaciones se encontraban alrededor de un gran jardín, fue el lugar donde se realizó una comida para festejar el final de la filmación, dos meses después de haber arribado a Egipto.

“Había una mesa en herradura y los invitados éramos los actores, el director, el productor y los técnicos que en su mayoría eran oriundos del lugar. Ahí estábamos cuando llegó el rumor de que había muerto Gamal Abdel Nasser, uno de los principales líderes políticos de esa época. Al principio nos dijeron que era mentira, pero fue cierto. Las plañideras empezaron a gritar y a llorar por todas las calles. Prácticamente no se podían encontrar alimentos fuera del hotel y todo estaba muy limitado. Tardamos todavía tres días en poder salir del Cairo”.

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